Un beso en la penumbra
Un beso de despedida, un beso en la penumbra, un beso ciego frente a las luces, escondido en el frío de un portal adonde no llegaba el olor de las castañas tostadas. Afuera el tumulto y la dicha de la ciudad sonando por el aire como los cascabeles del destino. Acababa el curso. Finalizaba la fiesta del jueves y cada uno se iba para su lugar. Estuvieron con su amor todo el otoño y ahora, con el estallido de la Navidad, sabían que lo enfrentaban al pulso de la distancia. Durante el principio de curso habían estudiado juntos, paseado juntos, ido juntos a los conciertos y a los pubs, y habían sentido que una profunda amistad surgía entre ellos. Un hilo fuerte emergía de los sentimientos para transformar la amistad en amor. Dicen que los jóvenes solo creen en el sexo y que no creen en el amor. Eso lo dicen los que nunca han creído en el amor. Ellos lo sabían y por eso aquel jueves que cerraba el otoño, en el lugar oculto, lejos de los murmullos, se dieron el primer beso de despedida sintiendo que aunque ellos se alejaran el amor se quedaría uniéndolos en la memoria.
El amor solo puede ser real cuando el amante se despoja de modas o convencionalismos, y se reconoce algo único que permanece en su profundidad siempre igual, leía en un libro, y pensaba que por eso palabras que fueron escritas hace muchos siglos parecían escritas en el tiempo presente. Leía en la biblioteca, con él al lado, un libro de Virginia Wolf, su autora predilecta, y cuando leyó que a un personaje, mirando a la amada, se le derretía la sangre, oía correr las aguas y cantar los pájaros y brotaba la primavera sobre el duro paisaje invernal sintió que ojalá fuese su compañero quien así sintiese. En aquel momento supo que la amistad se había convertido en amor, y que el amor existía y no era algo propio del pasado o de ficciones atrayentes.
Sentía un bosque de rosas en el estómago. El palacio de su corazón se abría para que él entrara. Entonces le cogió la mano y la apretó con fuerza. Él también apretó y sin decirse una sola palabra supieron que estaban enamorados. Sintieron el corazón prisionero en una cadena de encarnadas rosas. Después de aquel día pasearon de la mano por el Campus. Mostraron su amor a todos, a los hombres, las mujeres, la tierra, el cielo, la lejanía, los árboles, la ciudad, todo, porque sentían que su amor miraba a todo.
Un beso de despedida en la penumbra de un portal cuando la Navidad ahogaba las sombras. El beso de dos corazones jóvenes que vertían su amor sin dudas, y que ahora, con la distancia, tendría su primera prueba en la vida. Él quiso que su compañero se llevara el beso más hermoso y largo posible en sus labios. Y su compañero que él se llevara toda su sensibilidad en el pecho. Afuera la Navidad hilaba su juego de mística y fiesta. Ellos estaban deseando que finalizara para volver a su mundo. Para seguir en su beso.