Recordando a Manolo Marín
No resulta fácil escribir recordando a Manolo cuando se cumple un año de su fallecimiento. La condición de amigo superpone a la de su proyección política. Conocía a Manolo y a su familia “de toda la vida”, como se dice coloquialmente, aunque él era de la edad de mis hermanos mayores.
Después de la etapa de Colegio, volví a coincidir con él cuando estaba en el Chaminade y era Noni para todo el mundo, como había sido siempre en Ciudad Real.
Tras acabar Derecho fue a Nancy y al Colegio de Europa de Brujas para especializarse en Derecho europeo. Le cundió, pues acabó siendo un gran constructor de la Europa comunitaria.
Ya en la Transición, se hizo cargo, junto a Miguel Ángel Martínez y otros pioneros, de la organización del PSOE de Ciudad Real, por donde los dos fueron diputados en 1977, 1979 y 1982.
A finales de los años 70 vivía en el barrio de Saconia en Madrid con Joaquín Almunia en un piso que parecía de estudiantes. Clementina y yo, entonces jóvenes recién casados, vivíamos también allí y nos veíamos con frecuencia. Recuerdo ahora la tarde en la que vino para convencernos de que nos afiliáramos al PSOE. Se acababa de aprobar la Constitución y nosotros, ya doctores y trabajando en el Colegio Universitario de Ciudad Real, empezamos a colaborar con el partido del que Manolo era secretario general. Se dedicaba a las largas estrategias pero también hacía proselitismo para captar directamente a colaboradores siguiendo el ejemplo de Pablo Iglesias.
Cuando en 1982 Felipe ganó las elecciones le nombró Secretario de Estado para las Relaciones con las Comunidades Europeas. Para Felipe la incorporación de España a Europa era un objetivo fundamental y por eso confió en Manolo Marín. Acertó de pleno. El 12 de junio de 1985 él mismo, junto al rey y el presidente, firmó el Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas en el Palacio Real de Madrid. Protagonizó, así, uno de los episodios más relevantes de nuestra democracia.
Ese año empezó su brillante carrera en la Comisión Europea, donde lo fue todo: comisario de Educación, Empleo y Asuntos Sociales; de Cooperación, Asuntos Marítimos y Desarrollo; Relaciones Exteriores y Cooperación, vicepresidente y, en 1999, presidente.
En todos estos cargos dejó huella, pero la más transcendente de todas es el programa Erasmus, del que fue su gran impulsor. Gracias a él, miles de jóvenes universitarios han vivido una gran experiencia vital para su formación académica y personal.
Volvió a España en el año 2000. Yo era entonces el secretario general del PSOE de Castilla-La Mancha y le convencí -no fue fácil porque se resistía– para que volviera a ser diputado por nuestra provincia. Repitió en 2004 y en esa Legislatura fue presidente del Congreso: todos los diputados, de todos los partidos, dicen que fue un magnífico presidente.
En 2007, después de que se le tratara de forma inadecuada, anunció, en la sede del Partido de la plaza de Cervantes, que dejaba la política. Comprendí entonces sus razones pero le dije que la política española necesitaba a personas como él para facilitar la gobernabilidad y actuar con serenidad y sentido común. Ahora, en estos tiempos de crispación, le echo mucho de menos. Pero la preocupación y el interés por la política no la abandonó nunca. Me llamaba todas las semanas, a veces perplejo, para comentar el panorama. Una de las últimas veces que coincidimos fue en un viaje a su casa de la playa en Vera, para acompañar al día siguiente a Carme Chacón en la presentación que hacía de su candidatura para la secretaría general del PSOE. Estábamos ilusionados con la etapa que podría abrir Carme en el partido. La apoyábamos por mujer, joven, catalana y preparada, pero… perdimos el Congreso de Sevilla.
Poco después sobrevino su enfermedad, que él mismo nos contó con una serenidad impresionante. Viví muy de cerca su evolución porque su hermana Gracia era mi colaboradora en el Congreso.
Cuando ya no pudo ir en persona a la ceremonia de entrega, la Universidad de Salamanca le otorgó, junto a Jean Claude Juncker, el doctorado Honoris Causa, quien, en su intervención, refiriéndose a Manolo, dijo: “Sin él, esta Europa de los jóvenes no sería lo que es ahora”.
La “laudatio” de Marín terminó proclamando sus méritos que “coronan años de excelente práctica parlamentaria y una trayectoria política intachable, inspirada siempre por la defensa de los valores europeos y de ideal europeísta, así como una firme determinación para dotar de alma a este gran proyecto común”.
Todo el que le conocía le apreciaba. Fue profeta en su tierra: tuve el honor de concederle la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha; el rector Luis Arroyo le otorgó la Medalla de la Universidad y ahora la alcaldesa Pilar Zamora ha tenido la feliz idea de dar su nombre a un parque de la ciudad en la que nació, en la que estudió el bachillerato (uno es de donde hace el bachillerato) en la que tenía profundas raíces familiares, afectivas y políticas y a la que nunca olvidó. Siempre presumió de manchego en Bruselas y, desde luego, era todo un caballero quijotesco. Uno de los nuestros.
José María Barreda Fontes, ex presidente de Castilla-La Mancha, diputado nacional y miembro de la Agrupación Socialista de Ciudad Real