Puy du Fou o lo que va de ayer a hoy
Viene siendo un tópico de uso común aquello de que la historia se repite. Y no menos tópico ni menos común que aquellos pueblos que no aprenden de los errores cometidos en el pasado están condenados a repetirlos.
El proyecto de construir un parque temático de contenido histórico en las proximidades de la super-histórica Toledo, en la finca conocida –conocida sobre todo ahora– denominada Zurraquín, me ha suscitado, al socaire de la memoria que aún aguanta, alguna reflexión sobre esa capacidad de los humanos de repetir en el presente equivocaciones del pasado.
Pero también sobre esa especie de destino fatal e inexorable por el que la propia historia pareciera poseer, como algo inherente a su más íntima esencia, su ciclo incorporado de ida y vuelta, sin que haya constancia de que desaparezca la duda sobre lo que tengan de cierto los predictivos versos de Jorge Manrique, pregoneros pesimistas de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Quizá en ellos, superada esa duda por los espíritus mejores y más positivos, más allá de cualquier derrotismo de aguafiestas y agoreros, esté el mejor acicate para avalar con optimismo todo lo que han sido los mejores logros del progreso de la humanidad.
En Toledo, tan singular en esto como en tantas otras cosas, este es un debate sempiterno del que creo que, no sé si para bien o para mal, nunca veremos la luz de salida. Esta permanente tensión entre inmovilistas y futuristas, entre “tipistas” y evolucionistas, de mucho tiempo atrás ha sido en nuestra ciudad –tal vez como en ninguna otra– esa inabarcable entelequia de cuadratura del círculo que, desde los pensadores toledanistas más conspicuos, como el polifacético periodista Santiago Camarasa, hasta los más recientes, ya en nuestros días, vanguardistas alejados de todo purismo, ha venido a ser acrecentada, con sus tintes más polémicos, y hasta contaminada por la pasión política partidista.
De la mano del también ilustre toledanista Francisco Navarro Ledesma, don Benito Pérez Galdós, en su Ángel Guerra, tanto en sus personajes como en toda la trama argumental de la novela, penetró en lo más hondo de este irresoluto debate que, en último término, y aún a riesgo de simplificar en exceso, enfrentaba el difícil tránsito de una ciudad vieja a una ciudad simplemente antigua que se resiste a ser moderna por su imposibilidad material de ser nueva.
Quisiera creer como evidente que el Proyecto Puy du Fou se inscribe en este contexto. Con todas las distancias necesarias de espacio y tiempo creo ver en el debate suscitado al respecto, en este caso más ficticio que real, una prolongación, bien es verdad que con otras nuevas componentes, de la vieja disyuntiva, vivida hoy, en nuestro presente, entre amar el futuro –y hasta amarle sin conocerle– sin renegar del pasado.
Y subrayo lo de “otras componentes”: son, entre otras, las de carácter medioambiental, las relacionadas con la proporción coste/beneficio –no estrictamente en términos económicos–, los nuevos dogmas de la biodiversidad y de la sostenibilidad, todas ellas, en fin, ajenas aporías entonces de lo más medular del debate entre conservacionistas a ultranza –los “tipistas” de Camarasa– y rupturistas casi iconoclastas –el don Suero de Ángel Guerra–.
Curiosamente, y como paradoja más allá de la pura semántica, resulta que el conservacionismo hoy, como exponente más depurado del ecologismo, muy alejado en teoría del conservadurismo político, es progresista, mientras que el desarrollismo, como paradigma de presuntos avances sociales es reaccionario y retrógrado. ¿Milagros de los cambios o… sólo escaramuzas del lenguaje?
La cuestión consiste en saber si, lejos de cualquier apriorismo –mucho más si está contagiado por prejuicios doctrinarios políticos– es éste el nuevo marco del debate en el que debemos encuadrar nuestros criterios y nuestras decisiones de actuación. Y por ir más al grano: ¿Es éste el enfoque de referencia en el que cabe analizar pros y contras, ventajas e inconvenientes, del parque temático Puy du Fou?, o en otro caso, ¿debemos conformarnos con verle de antemano salvado y bendecido por aquiescencias acríticas o, por el contrario, condenado sin posible remisión y hasta culpabilizado de no se sabe qué inconfesables pecados o apocalípticas catástrofes?
Lo primordial sería detectar que esas nuevas “otras componentes” no son otra cosa que los dogmas de la dictadura de lo políticamente correcto, tan invasiva en tantos y tantos aspectos de la opinión pública. He anotado ya algunas. Pero si las subrayamos de forma más explícita, encontramos su soporte “ideológico” en los preceptos mas doctrinarios del anticapitalismo, en el radicalismo más obtuso –cuando no interesado, tan acostumbrado a ser subvencionado y a proporcionar a algunos su modus vivendi vitalicio– del ecologismo más irracional y en una cierta tendencia acomodaticia, propia de quienes siempre creen tener razón, a rehuir en cualquier debate el esfuerzo de comprender las razones de los demás, condenadas a priori frente a las propias.
Para colmo, y en nuestro caso, quizá no sea del agrado de algunos que la representación objetiva que pueda incorporar el Parque sobre algunos aspectos de la historia de España no sea la más coincidente con su particular versión ideologizada de la misma, tan “a la pàge” en algunas de las deformaciones que, por desgracia, estamos viviendo en nuestros días.
Esta visión tan condicionada por prejuicios lleva, por ejemplo, a no reconocer evidencias tan palpables como que los caracteres medioambientales de la finca Zurraquín –flora, fauna, microclimas o ecosistemas– no tienen un valor superior o distinto al de miles de hectáreas de infinidad de fincas de los términos municipales toledanos de la comarca pre-monteña, Argés, Casasbuena o Polán, tradicionalmente cerealistas o explotados agrícolamente desde tiempo inmemorial con cultivos herbáceos o leñosos, –alternando con frecuencia en muchas ocasiones con terrenos calificados como de “erial a pastos”–, y con presencia de cubierta vegetal arbórea autóctona muy escasa o incluso nula en gran parte de sus superficies, cuando no simplemente vegetación casi subdesértica de retamares o espartizales.
Con argumentos, por tanto, tan a la medida de una determinada ideología política, sería muy de lamentar que un proyecto que, sin ser un nuevo y legendario El Dorado del país de Jauja, abre sin embargo perspectivas esperanzadoras para la ciudad de Toledo y algunos pueblos de su entorno en una materia socialmente tan sensible como es la posibilidad de encontrar un empleo, viera frustrada la posibilidad de su implantación y desarrollo.
Pero tan lamentable como ello, la irresponsabilidad, estimo con todo respeto que casi vituperable, de entorpecer y dificultar, sin más razones que esas “otras componentes” antes señaladas, todo cuanto la implantación de este proyecto pudiera suponer de impulso o complemento de una economía, como la toledana de nuestros días, no precisamente sobrada de iniciativas que vengan a mejorar, tanto cuantitativa como cualitativamente, nuestra principal fuente de riqueza.
Nos encontraríamos en ese caso con que en el proyecto Puy du Fou, respecto del antiguo debate entre “tipistas” y evolucionistas, ahora se han invertido las tornas. Resultaría que ahora los “modernos” vendrían a ser los más involucionistas y reaccionarios, mientras que los “antiguos” representarían todo lo que este proyecto tiene hoy para Toledo de innovador y progresivo.
Cosa verdaderamente sorprendente y que nos revela que el viejo debate, aunque ahora con las identidades “ideológicas” cambiadas, se repite hoy de nuevo y permanece todavía con nosotros.
Y es que, aún lamentándolo, en este caso no podríamos dar la razón al poeta Manrique sobre aquello de la intrínseca bonanza de los tiempos antiguos.