La culpa es del turismo
Ahora parece que el culpable principal de todos nuestros males es el Turismo. Pues no. Me niego en rotundo a aceptar tal afirmación con resignación, sin hacer nada, apoltronado en el sofá de mi casa o afanado en mi puesto de trabajo.
Han sido escasos los halagos y reconocimientos al sector turístico en los últimos tiempos, así que permítanme la licencia: gracias y enhorabuena, Turismo. Gracias por esa maravillosa aportación a la sociedad como conector de culturas y personas, necesario bálsamo de descanso y diversión, y motor económico de ciudades y países.
Algunas voces se han alzado durante el periodo de pandemia para resaltar, con una burda mezcla de cansino ventajismo populista y escasez de visión estratégica, su animadversión hacia el sector turístico en España.
Cierto es que hay margen para una mayor diversificación en la economía española, si bien tal conclusión no necesita de un doctorado en Economía y sí más bien de un profundo análisis y conocimiento de los diversos sectores para no caer en una superficial identificación de las prioridades. Algo habitual cuando los toros se ven desde la barrera o, ni tan siquiera, se ven.
Por no hablar de la apremiante necesidad que percibo en la tribuna pública para ameritar cargos de responsabilidad no sólo con títulos universitarios o, en el peor de los casos, a base de largos años medrando en las cloacas multicolores de los diferentes partidos políticos, sino con abundantes dosis de inteligencia emocional; en otras palabras, con sentido común. Ese que, cada vez más frecuentemente, es el menos común de los sentidos en esta España nuestra que se atreve a apocar, desde un Ministerio, el trabajo de millones de personas o a despreciar, desde la inexistencia de un comité de expertos, la demanda turística de los principales países emisores en favor de nuestros competidores.
Entremos en detalles. La diversificación de sectores en la aportación al PIB nacional es algo necesario. Nadie lo pone en duda. Ni tan siquiera los directivos y trabajadores del sector turístico. Pero ello no es óbice para asumir inaceptables críticas y menosprecios públicos hacia un sector clave en la economía nacional.
Entre otras cosas porque este sector ha sido capaz de ser reconocido mundialmente como una referencia en calidad e innovación. Ha sido capaz de atraer anualmente a 84 millones de turistas, alzándose como segundo país a nivel mundial en recepción de viajeros. Ha comenzado una apuesta por la cualificación y mejora de la oferta turística, sumando al tradicional producto de sol y playa una vasta gama para viajes de negocio, de convenciones y congresos, de turismo cultural, de naturaleza, rural, gastronómico, religioso o deportivo. Y, sobre todo, porque lo ha conseguido con mucho más que la mera utilización de nuestros recursos naturales, añadiendo enorme valor al simple hecho de coger un avión y tostarse sobre la arena de cualquiera de nuestras playas, mediante la generación de experiencias extraordinarias, tal y como atestiguan los índices de calidad percibida y repetición de los turistas que visitan nuestro país. Y esas experiencias son fruto de la visión estratégica, esfuerzo y pasión por el servicio de miles de emprendedores y millones de trabajadores españoles.
En consecuencia, creo que en lugar de demonizar a este sector, más valdría ayudarle a seguir aportando tanto valor a la economía española. A seguir avanzando. Porque todo lo mencionado anteriormente se ha conseguido, entre otras cosas, sin que haya existido un título universitario de Turismo hasta hace tan sólo 15 años o sin un Ministerio específico de Turismo nunca en la historia de España. ¿No resulta contradictoria la inexistencia de un Ministerio para un sector que aporta el 14 % del PIB, mientras nadie pone en duda (como es lógico) un Ministerio de Agricultura, con una aportación del 3 %? ¿Es más necesaria, por poner un ejemplo, la existencia de todo un Ministerio de Igualdad, Agenda 2030 o de Consumo frente a la necesidad de un Ministerio de Turismo? Permítanme que lo dude.
Revisemos algunas cifras. La aportación al PIB nacional del sector servicios es superior a la media mundial (74,2 % vs 63 %), mientras que la aportación de los sectores de agricultura (2,6 % vs 6,4 %) e industria (23,2 % vs 30 %) son inferiores. A priori, con estos datos encima de la mesa, podríamos entender un refuerzo de las políticas nacionales para los sectores primario y secundario, así como una congelación de apoyo público al sector terciario. Si bien, una lectura tal, demostraría una enorme superficialidad de análisis y escasez de visión estratégica.
En primer lugar, si analizamos el PIB per cápita a nivel mundial, nos daremos cuenta de que España se encuentra bastante por debajo de otros países como Estados Unidos, Países Bajos, Suecia, Alemania, Australia, Bélgica, Francia, Japón, Irlanda, Noruega, Suiza y un largo etcétera.
Por otro lado, la tasa de paro (pre-COVID19) se situaba en un 13,7 %, muy por encima de Alemania, Reino Unido, Portugal, Japón, Países Bajos y otra interminable lista de naciones.Para hacernos una idea, la media de zona Euro se sitúa en el 7,3 % y la de Estados Unidos en el 3,5 %.
Finalmente, ahondando en los datos específicos de aportación de sector turístico al PIB nacional, observamos a España con una aportación aproximada del 14 %, no tan exageradamente por encima de otros países como Italia (13 %), China y Australia (11 %), Alemania, Reino Unido, Estados Unidos y Francia (9 %) y del resto de países económicamente avanzados. Además, si excluyésemos las islas (Baleares y Canarias, con tasas de aportación al PIB regional cercanas al 50 %), la media nacional estaría al nivel de los países mencionados.
Y todo ello, insisto, sin que hayan existido políticas explícitas de apoyo y fomento a este sector por encima de otros desde la Administración pública, ni la existencia de un Ministerio específico ni un título universitario con formación cualificada al nivel de otras profesiones y sectores. Más bien, una serie de iniciativas privadas de empresarios y emprendedores con gran visión, valentía y esfuerzo. Algunas públicas también, todo sea dicho, pero pocas y con amplio margen de mejora.
Me pregunto, con una mezcla de incredulidad y rebeldía, si tiene sentido el escarnio público, la evidente desatención y el previsible bloqueo para el progreso de un sector que aporta tanto valor a nuestra economía y a nuestra sociedad. El aprovechamiento sostenible de recursos tan preciados como nuestro clima, riqueza cultural, natural y gastronómica entra dentro de la más pura lógica. Y si, como es el caso, lo hacemos de tal manera que nos situamos como potencia mundial, es menester agradecerlo, reconocerlo y fomentarlo.
Ello no significa que lo hagamos en detrimento de otros sectores, como el de la agricultura y el de la industria. Todo lo contrario. Recuerdo, una vez más, algunos datos: España tiene una tasa de paro notablemente superior a la media mundial. Y, por otro lado, tiene un PIB per cápita menor al de la mayoría de economías de primer orden.
La conclusión, por tanto, es más que obvia. No se trata de perjudicar al sector turístico, sino de afianzarlo, reforzarlo, hacerlo innovador y sostenible. Al mismo tiempo que reforzamos el sector primario y secundario. Porque ambas cosas no son antagónicas, sino complementarias. Porque, por ende, se conseguirían sinergias. Si se genera más industria, hay más viajes de negocio. Si se reforma la planta hotelera, se crea trabajo en la construcción. Si se fomenta producción agrícola nacional, se refuerza nuestra marca gastronómica. Si se incentivan políticas de I+D+I, se pueden aplicar iniciativas tecnológicas concretas y pioneras en el sector turístico. Y así, otro larguísimo etcétera de compatibilidades y sinergias.
El resultado sería lógico: incremento de PIB per cápita, reducción de la tasa de paro y diversificación del peso de los diferentes sectores en la aportación al PIB nacional sin que ninguno decrezca en valor absoluto, en generación de riqueza.
Con todo y con eso, debemos ser exigentes y autocríticos en aras de mejorar el modelo turístico, ya que no todo ha sido idílico. España tiene el reto de comenzar a cuantificar su éxito turístico no sólo en términos cuantitativos, sino también cualitativos. Debemos priorizar el aumento del gasto promedio por turista en sustitución de un continuo crecimiento en volumen de visitantes. Debemos fomentar la actualización de nuestra planta hotelera en lugar de la generación nuevos proyectos constructivos. Debemos seguir diversificando los diferentes atractivos de nuestra oferta turística y segmentando nuestros mercados objetivo.
Seamos, pues, sensatos y agradecidos. El problema actual no es la diversificación de nuestro actual modelo económico. El verdadero reto está en el crecimiento de todos ellos (primario, secundario y terciario) para situar a cada uno en el nivel que España puede y requiere. Para ayudar a España a situar sus tasas de paro y de PIB per cápita en niveles de primer orden mundial haciendo crecer todos los sectores, en lugar de pensar en diversificar nuestro actual nivel de riqueza, el cual es claramente mejorable.
Para que una nación comience a pensar en la diversificación de sectores, antes debe conseguir niveles óptimos de tasas de empleo y renta per cápita. Antes debe priorizar el crecimiento económico. Lo contrario, es burda demagogia. Humo populista. Proclamas sin sentido. Y para afrontar todo ello se requiere liderazgo y políticas concretas que promuevan e incentiven ese progreso.
Muy probablemente, la mejor de las políticas sería dejar de hacer política.
José Ignacio Sánchez Butragueño es experto en estrategia empresarial con experiencia directiva en diversas compañías internacionales del sector turístico