“Cuanto peor, mejor”
Que la crispación en el ámbito político está de moda no es ninguna sorpresa, que dicha crispación se haya traspasado a la sociedad es una consecuencia inevitable. Que es un problema, constata una realidad preocupante.
Como problema que es, debemos preguntarnos cuál es la raíz y cómo atajarlo. Al contrario de lo que se pueda pensar, no creo que la crispación venga provocada por los problemas sociales existentes previos a la pandemia mundial, o de los derivados de la crisis sanitaria en el momento actual. Se trata, más bien, de la mediocridad de una parte de la clase política. La relación causa- efecto de la crispación que podemos observar en las redes y en situaciones cotidianas es reflejo de la incompetencia de ciertos partidos y políticos, y como tratan éstos de esconderlo y disimularlo en la escena pública, y no al revés. Si bien es cierto que son esas cuestiones, las que se utilizan como arma arrojadiza para confrontar, no políticamente, sino en el plano personal.
Mediocridad política, no medida por un mayor o menor nivel de estudios, sino por la incapacidad para defender postulados con argumentos de peso, basando la defensa de éstos en el ataque, ya no solo a los ideales de signo opuesto, también, a la persona que representa esos valores. Ataques, además, basados en insultos y descalificaciones más propios de programas televisivos de baja calidad. No es de extrañar que antiguos tertulianos de dichos programas sean, hoy, “representantes” políticos.
Por tanto, una vez detectado el problema, la mediocridad política de algunas partes, tenemos la necesidad de combatirlo y arrancarlo del panorama actual, más aún si cabe, en estos tiempos. Ni desde el resto de sectores políticos, ni como sociedad en conjunto, nos podemos permitir que haya un grupo de personas que se erijan como salvadores de la patria. Son, en realidad, populismo barato y vacío, como todo lo que proponen, si es que alguna vez proponen algo, y si es que alguna vez tratan de hacer política. Las principales armas del populismo son las mentiras, los bulos y su capacidad para plantear soluciones “sencillas” a problemas complejos. Así, por ejemplo, proponen expulsar a todos los inmigrantes como solución al problema de la inmigración. Una medida tan “sencilla” que solo generaría nuevos y mayores problemas, alguno de los cuales, con serias consecuencias para la población, ¿quién hará la dura labor de recolecta en los campos?, acaso ellos estarían dispuestos a ser explotados, como defienden que se haga actualmente con las personas trabajadoras del campo.
Otro ejemplo: bajar o suprimir impuestos; uno de los grandes tópicos de los populismos y los neoliberalismos económicos actuales. Prometen estas bajadas de impuestos en estratos sociales medios-bajos y, además, lo venden como solución a sus problemas económicos, nada más lejos de la realidad. Una bajada en el impuesto del IRPF, impuesto directo, regido por distintos tramos en función de los ingresos de la persona, solo “beneficia” a aquellas personas que más tienen y que pueden permitirse un seguro privado sanitario, o educación privada para sus hijos e hijas. Sin embargo, para una persona con unos ingresos medios, ni siquiera hablamos de ingresos bajos, ese ahorro en impuestos no le permitiría asumir los gastos sanitarios o educativos que, actualmente, garantiza nuestro Estado del Bienestar.
Desafortunadamente, no existen las soluciones sencillas para los problemas complejos. Para resolver problemas complicados, como sucede normalmente, se requiere de medidas muy estudiadas y planificadas, y no de la primera ocurrencia que se dice en la barra de un bar con dos copas de más y que cabe en un tuit.
Precisamente el Estado del Bienestar es la herramienta más poderosa, y única por el momento, para garantizar la igualdad de oportunidades, por ello, el sector mediocre de la política siempre pretende desquebrajarlo y privatizarlo, sabiendo que, a menor nivel de educación y conocimientos de una sociedad, mayor será su beneficio político, pues más sencillo será que calen bulos y noticias falsas. Ya saben, aquello de “cuanto peor, mejor para mi beneficio político”, y es que, en realidad, por mucho que traten de ocultarlo, se les acaba viendo las intenciones. Por eso, no es de extrañar que bramen con cada reforma que refuerza el Estado del Bienestar, o con cada ley que se traduce en más derechos para la ciudadanía y que, por tanto, nos hace más libres.
Es curioso también, como, precisamente, aquellos partidos y representantes que practican la mediocridad política, venden -y de qué manera- el discurso y la idea de que toda la clase política es igual. No tienen reparos en incluirse a sí mismos como ineptos para el servicio público. Sin duda, una de las pruebas para demostrar que esos partidos y sus representantes son auténticos incapaces para la política. Sin embargo, lo hacen, porque saben que es su única posibilidad de llegar al público general, saben que tienen poco que proponer, además, ese poco oprime a muchos colectivos y no va a solucionar la multitud de cuestiones reales que hay que resolver. Se parapetan, para llevar a cabo la sucia tarea del desprestigio, en banderas y simbología variada, en discursos llenos de crítica destructiva e, importante, una escenografía exagerada y cínica.
Afortunadamente para todas y todos, también para quienes prefieren la desinformación y una bandera antes que servicios públicos de calidad, no toda la clase política es igual. Si que hay partidos y personas que se preocupan de los problemas de la gente, que tratan de ponerles solución y además tratan de avanzar en oportunidades y derechos sociales para todas y todos, independientemente de la raza, religión o cualquier otra condición de las personas a las que beneficie, porque solo así conseguiremos avanzar hacia una sociedad más justa.
Como sociedad tenemos la tarea, no siempre fácil, de no caer en la trampa de la derecha y la ultraderecha, que quieren hacer de la política un circo mediático, buscando que en el ideario colectivo quede un mensaje, en primer lugar, de desprestigio; en segundo, de odio; y finalmente, de que serán los salvadores de la patria. Porque, tal vez, salven su patria, pero cuidado, que ellos mismo lo han reconocido, explícita o implícitamente: en su patria no cabemos más de la mitad de nosotros y nosotras.
Diego Aroca Rodas. Secretario General Juventudes Socialistas Agrupación Local de Albacete