Lituanos junto al Mar de Láptev
Dalia Grinkeviciute escribe deprisa, deprisa, un relato autobiográfico de las increíbles penurias de su deportación de Lituania a una zona de Siberia cercana al Polo Norte. La niña de catorce años, protagonista de la historia se encuentra inmersa en la política de deportación de los soviéticos a los gulags, durante el mandato de Stalin, que en realidad fue la norma no la excepción, pues el gulag nació como sistema represor y de terror para aislar a los sospechosos ideológicos y de clase que el PCUS consideraba enemigos. Al mismo tiempo se conseguía, una masa de esclavos para trabajar en proyectos megalómanos, en su mayor parte inútiles. Los deportados, antes de la II Guerra Mundial, y de forma especial de los países bálticos fueron enviados al extremo oriental de Siberia, en la república de Sajá-Yakutia, en el delta del río Lena, junto al Mar de Láptev, cerca de las islas de Nueva Siberia, con temperaturas que en la noche polar ártica -de diez meses- son de la más bajas del planeta, -35 grados es habitual, el permafrost, la dura capa de hielo es permanente.
La narración de Dalia Grinkeviciute hay que enmarcarla en la relación histórica de Lituania con la URSS, a raíz del acuerdo de Stalin y Hitler se propicia la invasión soviética del país en 1940, hasta la ocupación nazi se deportaron a Siberia más de 20.000 lituanos. Después, cuando Alemania fue derrotada por la URSS, se intensificaron las deportaciones, alcanzando al 12 por ciento de la población, más de 245.000 lituanos entre 1944-53.
El tema de las deportaciones a los gulags está estudiado, por ejemplo Applebaum y su libro referencia sobre la historia de los gulags –premio Pulitzer- logra situar en el mapa a 476 gulags, más de 18 millones de presos en el período comprendido entre 1929 y 1953, aunque otros lo elevan a 29 millones si tenemos en cuenta todo tipo de trabajos forzados, los muertos de este genocidio, bastante silenciado, alcanzan más 2.700.000 personas, aunque otros autores aumentan la cifra.
La mayor parte del libro se desarrolla en el gran delta del río Lena, junto al Mar de Laptev, hasta allí fueron deportados para “conquistar el Polo Norte”, como sarcásticamente repetían los presos lituanos y fineses. Las condiciones de vida son indescriptibles: barracones de madera donde el frio helador penetraba por todas las rendijas; camastros mugrientos, apilados e infectos de piojos; el olor era nauseabundo pues las necesidades se evacuaban en un cubo dentro del barracón; los trabajos eran además de absurdos e ineficaces, inhumanos, usaban a las personas como animales de carga en el traslado de troncos de madera que llegaban por el río Lena –un inmenso río que surca Siberia de más de 4.000 km- hasta la desembocadura del delta. La carencia de comida era tal que la hambruna deshumanizaba a la mayoría de los presos; las enfermedades producidas por la desnutrición, como escorbuto eran habituales; la ausencia de higiene y los piojos contagiaban las enfermedades, la disentería era el principio del final. El frio polar y las tormentas de viento y nieve hacían que la muerte por congelación y gangrena fueran algo corriente, solo el primer año fallecieron la mitad de la población reclusa. Afortunadamente llegó una inspección médica que alivió la mortandad y las condiciones higiénicas y alimenticias.
Dalia Grinkeviciute es el personaje central del libro, se trata de un relato autobiográfico, detenida en la noche del 14 de junio de 1941, a los 14 años, junto con su hermano y su madre, su padre había sido deportado anteriormente a los Urales. El libro está escrito como con prisa, como quien tiene una misión que cumplir. Consta de tres partes claramente diferenciadas. La primera está escrita entre 1940 y 1950 cuando milagrosamente huyó del Gulag, viviendo clandestinamente hasta su nueva detención. Las memorias las escondió en un frasco que enterró en el jardín de su casa. Muerta la autora, alguien encontró las memorias en 1991 y se publicaron por vez primera en 1996. Con un estilo sencillo y sin adornos, Dalia revive su vida en Siberia. Es el texto más importante.
El personaje del relato, Dalia, era muy espabilada, inteligente y trabajadora, además poseía una profunda vida interior que la hacía tener una alta moral de resistencia. Baste un ejemplo que demuestra la solidez psicológica de una niña de quince años. A raíz de un robo masivo de tablas de madera, para poder calentar el barracón, fueron acusados varios presos, entre ellos Dalia, de robar al estado. Todos trataban de exonerarse mintiendo y echando las culpas a los demás, cuando llegó su turno, el dialogo sincero de una niña valiente es conmovedor. El interrogatorio del juez a Dalia, ante la sencillez, desarma a la acusación. De alguna forma resume el drama sin sentido del libro. Por su fuerte carga moral y emocional traigo aquí parte de la interpelación, en el que la autora es fiel a un consejo que le dio su padre: “Nunca vendas tu conciencia” y di la verdad, a pesar de las condiciones infrahumanas nunca se doblegó.
El juez la pregunta directamente si admite los cargos de los que la acusan y responde que sí. Prosigue y la dice que piense bien antes de responder, como advirtiéndola que debe callar antes de reconocer la culpa: “¿Reconoce que robó tablas del almacén y que las cortó?” “Sí, lo reconozco”. Continuó preguntando: ¿para qué las robó?, ¿y si sabía que eran propiedad del estado? La respuesta fue clara y concisa: “sí, lo sabía”. Queriendo desviar el interrogatorio, la pregunta dónde trabajaba y si iba a la escuela, Dalia le responde que arrastraba leños y que sí iba a la escuela a séptimo curso. Quería finalizar el interrogatorio y le traicionó la conciencia: “¿No le da vergüenza de lo que ha hecho?” “No, no me da ninguna vergüenza”. “Siéntese.” Inexplicablemente el juez absuelve a Dalia, los demás son condenados, quizá tuvo mucho que ver la intercesión de su profesora de secundaria, o bien el juez se apiadó y se dio cuenta de lo absurdo e injusto de la situación.
Milagrosamente, como sucedió con la absolución, a los 21 años, en febrero de 1949, Dalia consiguió escapar del gulag y regresar a Lituania, en un avión desde Yakutsk a Moscú, sin pasaportes, al requerírselos Dalia arguyó con voz alta y segura que estaban en la maleta, y les dictó de memoria los números del pasaporte, extrañamente la creyeron y la dejaron pasar. Desde Moscú tomaron un tren a Lituania, donde vivieron clandestinamente. Escribió sus recuerdos y los enterró en el jardín, para que no fueran descubiertos por la KGB. La escritura es variada, de cierta calidad, sin concesiones, su única idea era dar testimonio de lo sucedido.
La segunda parte del libro la titula: “Lituanos junto al mar de Láptev”, que da título al libro. Lo escribió a partir de 1974. La autora recurre a un tono más descriptivo, enumera nombres, profesiones, edades, situaciones, para dar al relato un valor documental. La autora confiesa que nota dentro de sí una fuerza interior que la hace renacer cada día, que la impulsa a tener una gran tenacidad y fortaleza, un afán inconmensurable de ganar a este enemigo ciego y cruel, la autora tiene como misión que no se olviden estos hechos.
La tercera parte cuenta la vida en Lituania, con dificultades inició los estudios de medicina en Kaunas, su excelente expediente y las necesidades apremiantes de médicos ayudaron. Recalca en su relato que de los 146 diplomados en medicina de su curso, ninguno se presentó voluntario para los puestos más necesarios como eran los hospitales rurales, ni siquiera los jóvenes comunistas. Rechazó la oferta de quedarse en la ciudad y solicitó un hospital rural. A su llegada, el hospital no tenía ni luz eléctrica y ya desde el principio el partido le dio a entender que debía olvidarse de su pasado en Siberia si quería seguir trabajando. La doctora Dalia, con esfuerzo, se granjea un alto prestigio, no solo entre los pacientes, también fue reconocido por la Comisión sanitaria regional, el hospital de Laukuva fue motivo de nominación pública regional y la doctora Dalia apareció en el tablón de honor de la Policlínica. A pesar de su reputación el partido no podía consentir un verso suelto, aunque sólo fuera a nivel de conciencia, tenía que doblegar la cerviz y mostrar su servidumbre al sistema reconociendo su culpa cuando fue deportada a Siberia, es decir tenía que reconocer que era culpable por ser una niña e hija de una familia burguesa. El partido organizó una pantomima amedrentando a pacientes para denunciarla: “…tenía mareos y la doctora no quiso derivarme al hospital regional…”; “…a mi mujer le salía sangre de la nariz y ella no salió, mandó al auxiliar…” etc., o la acusación peregrina de la publicación de un artículo de la doctora en una revista en el que recomendaba que se debía prohibir fumar dentro del hospital. En el juicio, el fiscal arguyó que “se consideraba un boicot a la libertad del trabajador”. Por fin la dieron de baja médica por enfermedad y la hicieron firmar la renuncia al término de la baja. El expediente concluyó con la anulación del título de doctora, aunque no pudieron impedir que acudieran los pacientes de forma privada a su casa.
Dalia Grinkeviciute murió en 1987, pocos años antes de que Lituania volviera a recuperar su independencia y libre de la bota soviética. Es la historia de millones de damnificados de los paraísos utópicos.
Juan M Delafuente