El declive de la verdad
Han pasado ya muchos años desde que Antonio Machado con la belleza poética que le caracterizó nos dejó este profundo proverbio "¿Tu verdad? No, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela". Buscar juntos hoy la verdad se ha constituido en una aventura inalcanzable, por no decir arriesgada e incluso a veces peligrosa. Es cierto que en todas las épocas ha habido mesa para la mentira y silla muchas veces preferente para los mentirosos, pero siempre ha existido cierta vergüenza ante su descubrimiento público, y cierta timidez para expresarla. Hoy se ha apoderado de tal forma y sin disimulo de nuestra sociedad, que es aplaudida sin rubor por una galaxia de apasionados forofos. La acción política, la actividad económica, así como la de los medios de comunicación, de la educación y de otros ámbitos de nuestra vida social y cotidiana se han intoxicado de tal manera por los efectos destructivos de esta “pandemia”, que sin darnos cuenta está actuando como elemento corrosivo en los cimientos de nuestra convivencia.
Esta situación se ha convertido en “reina” de la sociología y la psicología social. De ahí que, de alguna manera, había que “empalabrarla”. Lo hizo la Real Academia de la Lengua en 1917 introduciéndola en su diccionario con el nombre de posverdad, y definiéndola como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Hoy, en nuestro país, podríamos considerarla -ya lo hicieron hace algunos años en otro- como “la palabra del año”. Distorsionar deliberadamente la realidad para realizar una operación económica, para obtener un beneficio político, o satisfacer sencillamente una impostura en nuestra vida corriente se han constituido en realidades normalizadas de nuestra vida política, social, económica y cultural. La actualidad en nuestro país nos está dando ejemplos sobrados de ello. Los hechos no importan si suponen posicionamientos éticos o no, porque si hace falta se manipulan, se inventan o se enturbian intencionadamente con rumores, verdades a medias, insinuaciones… con aviesa intención de lograr sus objetivos, que generalmente coinciden con alcanzar el poder, ganar dinero o incrementar la imagen.
La posverdad es una mentira que atenta contra los auténticos valores democráticos y de convivencia de una sociedad. Forma parte de lo que el Papa Francisco llama “nuevas formas de colonización cultural” (Fratelli Tutti). “¿Qué significan hoy -dice el Papa- algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción.” De ahí, que este declive de la verdad que surge de la manipulación de los hechos y de las “grandes palabras” se considere como “un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración”.
El único camino que se vislumbra para desenmascarar y combatir esta arma destructora de nuestra convivencia es el de la educación. Con Aristóteles clamamos que “de nada sirven las leyes más útiles, aun ratificadas unánimemente por todo el cuerpo civil, si los ciudadanos no son entrenados y educados en el régimen” (Política). Y en gran manera, ser educados y entrenados hoy en y para los medios de comunicación y las redes digitales, constituidos en la actualidad como principales instrumentos de entrenamiento en la veracidad que crea confianza, en el diálogo que invita al respeto, y en la reconciliación que contribuye a la amistad social: la televisión, internet, los móviles… son importante medios, muy atractivos, para niños, jóvenes y mayores, que por llegar a todos los rincones y a todas las personas se constituyen en plataformas esenciales para entrenarnos o desentrenarnos -según se utilicen- como ciudadanos libres y veraces, preparados para la convivencia democrática.