Toledo ahora y dentro de cien años
Dos hombres tan lúcidos como Juan Sánchez y Jesús Fuentes han organizado un ciclo de conferencias en la Biblioteca de Castilla-La Mancha, que el primero dirige, bajo el título "Toledo en cien años". Mis obligaciones laborales no me han permitido asistir a esta interesante iniciativa, surgida con motivo del XXX aniversario de la Ciudad como Patrimonio de la Humanidad, pero gracias al artículo publicado en este periódico por los citados Sánchez y Fuentes he tenido la oportunidad de acercarme a las luces y las sombras que marcarán el devenir del Casco Histórico, según los prestigiosos profesionales que han participado en este ciclo.
Yo, que no soy experta, pero hablo mucho con los vecinos, coincido en la principal conclusión que se ha puesto de relieve en estas conferencias: nunca ha habido un modelo de ciudad mantenido ni con idea de continuidad. Junto a esta premisa, inevitablemente está nuestro río, el Tajo, que unos y otros han dejado morir desde que se aprobó el maldito trasvase, pese a ser una de las esencias de la ciudad. El desprecio hacia el patrimonio natural no ha encontrado mayor ejemplo que el estado del Tajo a su paso por Toledo. Los ciudadanos podemos protestar, alzar la voz, manifestarnos… pero si no hay voluntad política, el río nunca recuperará su esplendor de antaño.
Hablando de Toledo, añado una característica que se mantiene desde hace décadas: aquí se inician proyectos, se paran y duermen como grandes moles otoñales, el sueño de los justos. No voy a hablar del Hospital del Polígono, porque creo que, finalmente, se va a concluir, pero sí puedo referirme al Quixote Crea, ahí a medio construir en General Villalba, sin presente ni futuro, el Hospitalito del Rey, que se acabó en la última legislatura de Barreda y se mantiene cerrado a cal y canto como residencia de ancianos, o el Centro del Fuego, llamado a convertirse en un referente nacional, y que permanece abandonado sin pena ni gloria.
Y qué decir de la Vega Baja, referente mundial de los visigodos y que se ha convertido en un terreno poblado por maleza, cientos de coches aparcados que campan a sus anchas y, sí, una novedad, un espeluznante edificio de pisos de lujo que se levanta en una parcela donde quizás los visigodos decidieron no asentarse.
La joya de Toledo, el Casco Histórico, da pasos de gigante para convertirse en un parque temático impresionante, en el que los turistas llegan, se dan una vuelta, visitan una tienda tipo Benidorm, se comen el bocadillo y se marchan al caer el sol. Mientras, los vecinos sufren las incomodidades que origina el propio trazado de las calles, amén de una hostelería que les invade las aceras, o unos servicios que no les invitan a ser felices precisamente.
No sé de quién es la culpa, si de los políticos que nos han gobernado, de los propios toledanos o del sistema económico establecido, pero lo cierto es que Toledo necesita un impulso, un proyecto de ciudad y que se tomen decisiones de cara al futuro. No vale con alegrarse de que cada vez vengan más turistas. Es más, en pueblos pequeños, como por ejemplo Pedraza, incluso han puesto coto a ese masificación que puede ser dañina, con cupos en la Noche de las Velas, su fiesta de atractivo nacional. Han preferido mantener su esencia a verse invadidos por decenas de miles de turistas que llegaron a hacer imposible años atrás un simple paseo por sus hermosas calles.
En medio de este panorama, aplaudo la iniciativa del Ayuntamiento de dar a conocer a los distintos sectores de la ciudad sus planes de futuro para Toledo, tras un Plan de Ordenación Municipal que no sirve y es imprescindible sustituir. Espero que se llegue a un consenso para diseñar una ciudad que, dentro de cien años, sea un legado del que puedan sentirse orgullosos nuestros descendientes. La esperanza es lo último que se pierde, dicen.