Julay agradecido
Siempre he sostenido que para el ejercicio de cualquier empleo la mejor disposición del profesional es siempre necesaria para su adecuado desarrollo. Este talento para el ejercicio de cualquier “oficio” lo he podido comprobar, más bien sufrir, recientemente paseando por las calles de Madrid. Una capacidad, en este caso, que se desarrolla sin el conocimiento y advertencia del protagonista, y que por desgracia resulta frecuente en determinados viales de este país generalmente muy transitados. Lugares donde los profesionales de la sustracción actúan con alguna impunidad ante la falta de efectivos policiales para hacer frente a semejante plaga.
Me reconozco algo embelesado con la compañía en ese momento paseando por la calle Fuencarral y mi atención no estaba precisamente para detectar a tipos muy entrenados, capaces de deslizar la mano, el pico (pinza de dos dedos), o la cuchilla abriendo bolsos, mochilas, o bolsillos sin que la víctima se dé cuenta. Y tanto, con una profesionalidad propia del que se entrena para las olimpiadas del robo, el burro (cartera) desapareció limpiamente de mi cula (bolsillo de la parte trasera del pantalón) sin la menor advertencia del julay (víctima), más entretenido en ese momento en otras cuestiones. Mas el trabajo no había acabado todavía a pesar de haber desplumado a lila tan atolondrado, y los carteristas en un ejemplo de profesionalidad siguieron con el trasiego.
El burro corrió de manos entre los compinches y uno de ellos -sin que el primo, todavía arrobado, hubiera advertido su falta- se me acercó amablemente para devolverme lo sustraído pues, según su versión, la había visto ordeñar de mi bolsillo. Naturalmente, me deshice en elogios ante semejante acto de honradez que concluyeron cuando, perdido de vista el alma caritativa, pude comprobar con sorpresa que en mi cartera no faltaba absolutamente nada –carnets, DNI, tarjetas…- nada salvo, efectivamente, el dinero guardado. Una documentación que, en caso de extravío o robo, hubiera supuesto un posible mal uso, molestias y pérdida de tiempo en su renovación o anulación. Aunque con el perjuicio económico consiguiente, subrayo con resignación la profesionalidad de los delincuentes, limpieza en la maniobra, y hasta su amabilidad al entregarme cartera tan documentada pero sin blanca.
Al menos espero que con lo sustraído hayan brindado con unas pintas de cerveza por el primo que mientras le limpiaban paseaba abstraído con otros menesteres.