No cuenten conmigo para que aplauda
Las cifras del desempleo llevan bajando desde 2013 en España, un año después de que el Gobierno de Mariano Rajoy aprobase la polémica reforma laboral. Sin duda, se trata una buena noticia. Sería estúpido por mi parte, al no ser un experto en la materia, analizar en qué medida ha influido esa modificación legislativa, para bien o para mal, en la evolución de los datos del paro. Sin embargo, un simple vistazo a mi alrededor es suficiente para creer que esa reforma ha amparado, o no ha impedido, al menos, que las condiciones laborales de los trabajadores españoles sean cada vez más precarias.
Les expongo, a modo de ejemplo, varios casos de la realidad laboral española, que me tocan de manera directa y conozco a la perfección:
- Hombre que ha logrado mantener su puesto de trabajo durante la crisis aceptando un importante recorte salarial tras varias décadas en la misma empresa. El recorte se ha aplicado a la parte (importante) de su salario que percibe en dinero "b".
- Mujer rondando la cincuentena despedida por su empresa, después de más de una década de relación laboral, alegando causas económicas. Desde entonces no ha conseguido ningún otro trabajo indefinido pero la empresa no para de crecer gracias, en buena medida, a que ha podido contratar a varias remesas de jóvenes bajo un convenio mucho menos favorable salarialmente para los trabajadores.
- Joven formada que trabaja desde que acabó sus estudios en una conocida cadena de moda. Su contrato no llega a las 20 horas semanales pero su disponibilidad tiene que ser total. La empresa, dependiendo de sus necesidades de personal, le reparte cada día las horas como considera: algunos días turno partido, otros de mañana, otros de tarde... No cobra ni 500 euros pero le es imposible, por su horario, compatibilizarlo con otro trabajo.
- Treintañeros con titulación trabajando de lo suyo, formando parte de la plantilla como uno más, pero contratados como "falsos autónomos", en algunos casos sin derecho a vacaciones remuneradas, a pagas extraordinarias y, por supuesto, a prestación por desempleo en caso de despido.
Les cuento esto porque sospecho que esta realidad no solo me rodea a mí sino que es algo generalizado en España y en Castilla-La Mancha. Estoy convencido de que la mayor parte de los empresarios de este país y de nuestra región son honrados, de que a ellos también les gustaría poder ofrecer una mejores condiciones laborales a su plantilla. No dudo, tampoco, de que la reforma laboral de Rajoy ampara a esa minoría que se aprovecha de tener a la ley a su favor para enriquecerse ilícitamente a costa de las penurias de sus empleados.
Cuando desciende el desempleo es una buena noticia para todos. Sin embargo, superado lo peor de la crisis económica, hemos asumido tristemente que la precariedad laboral es la única salida para competir en el mercado global y que las condiciones de trabajo nunca volverán a ser como las de antes. Me alegro de que baje el paro pero, como hemos salido perdiendo, no cuenten conmigo para que aplauda.