El espíritu de la Transición
Han pasado 40 años y el Congreso de los Diputados ha querido celebrar el aniversario de las primeras elecciones libres en la democracia, aquel 15 de Junio de 1977. Algunos de los protagonistas de la Transición -con la excepción del Rey emérito- y los hijos de otros ya fallecidos acudieron al acto presidido por los Reyes, donde las ausencias de algunos grupos y los actos en paralelo de otros han dejado claro, una vez más, que los políticos de esta generación han dinamitado aquel espíritu de la Transición, entonces un ejemplo a seguir en todo el mundo y ahora un motivo más de controversia y enfrentamiento.
"Fueron años muy duros y difíciles. Todos los problemas que aquejaban a los españoles estaban palpitantes sobre la mesa de mi despacho. Y había que encontrar para todos urgente y adecuada solución. Éstas soluciones tenían que venir dadas por los mismos que, en ocasiones, tan agriamente las requerían. Las soluciones no podían venir caídas del cielo o las buscamos entre todos o no era posible encontrarlas. Por eso había que verter en el país toneladas de comprensión, de tolerancia, el entendimiento común, de solidaridad. Había que hacer entender a los españoles que la sustancia de la democracia consiste en discrepar de un adversario al que se comprende. Y esa comprensión era el primer mandamiento nacional que teníamos que implantar en los corazones y en la voluntad de los españoles. El enfrentamiento de que tantos ejemplos ha dado nuestra historia moderna siempre ha conducido a empeorar los problemas, a aumentar la carga que pesa sobre el pueblo español de sangre, lágrimas y angustias. Había que romper de una vez por todas con la dialéctica de los enfrentamientos civiles".
Este es un fragmento de una carta que Adolfo Suárez le escribió a Fernando Ónega en febrero de 1995 y mi querido colega me dejó leer y reproducir cuando presentó su libro "Puedo prometer y prometo". En ella el presidente del Gobierno hacía un resumen de lo que fueron sus días en Moncloa y su obsesión, como dice literalmente para lograr "una España normal, más libre, más justa en la que todos los españoles pudieran sentirse ciudadanos y no se excluyera a nadie de la convivencia democrática nacional". Hace algún tiempo escribí sobre esa carta buscando paralelismos entre la grave situación a la que está llevando a Cataluña y España la sinrazón de algunos políticos de medio pelo y los problemas que tuvieron que resolverse en la Transición y todos sus párrafos, todos, podrían encajar en este momento histórico. Aquí la única ventaja frente al desafío es que se ha demostrado fielmente que nuestras instituciones son sólidas y estamos blindados frente a los aventureros del último minuto y eso se lo debemos a políticos de altura como los que protagonizaron la Transición, sobre la que ahora algunos quieren proyectar sombras de sospecha.
Lo que nunca, ni en los peores momentos, perdieron los políticos de entonces fue la dignidad. Ninguno tuvo que abjurar de sus principios y ceder no significó claudicar. Ninguno claudicó pero todos comprendieron que había llegado el momento del cambio y la regeneración y trabajaron hombro con hombro desde las profundas discrepancias ideológicas. Adolfo Suárez en su famoso "puedo prometer y prometo" se comprometió a trabajar con honestidad y con limpieza: "Puedo prometer y prometo que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por la ambición de algunos y los privilegios de unos cuantos. Y que las acciones extremistas no harán perder los nervios al Gobierno", palabras llenas de contenido político que deberían haber servido para las siguientes generaciones.
Adolfo Suárez murió sin recordar que había sido el hombre de Estado que desmontó el andamiaje del franquismo, olvidó que había uno de los artífices de la construcción de la democracia, pero nosotros debemos conservar bien viva la memoria de lo que fueron esos tiempos e impedir que los aventureros del último minuto se carguen el invento.
No conviene olvidar la historia de la UCD porque muchos de los factores que confluyeron para su desaparición, con la lógica distancia del tiempo y el momento, se podría dar ahora tanto en los partidos tradicionales como en los llamados emergentes. Hay un sectarismo a raudales, un ego subido de tono en algunos dirigentes, poca altura de miras, una soberbia intelectual muchas veces inexplicable y, sobre todo, una crispación impropia de un país con una democracia suficientemente asentada. No es una" italianizacion" de la política española, como afirman algunos, sino un deterioro de los valores democráticos que es mucho más grave.
Dice un amigo mío que, en general, los ciudadanos vivimos en la inopia de lo que se cuece en los fogones del poder y por eso sólo cuando surge un escándalo nos echamos la manos en la cabeza. Es verdad que los poderes del Estado, el legislativo, el ejecutivo y el judicial se han ido debilitando con el transcurrir de los tiempos, sobre todo por los escándalos de corrupción, pero sería absurdo creer que todo está perdido. El problema es que nuestro país no suele aprender de su propia historia y algunos políticos jóvenes, intencionadamente desmemoriados, se creen que no deben nada a las generaciones anteriores, esas que luchamos por la libertad, lo cual además de ser injusto es de una miopía que roza la ignorancia.
El asunto es que nuestro políticos han entrado en una espiral tremenda que roza el desprecio intelectual hacia el adversario, cosa que no ocurría en la Transición . De hecho Ónega ha contado alguna vez que Adolfo Suárez sentía una atracción especial hacia Felipe González: "Admiraba el halo mágico que le rodeaba, como una esperanza del futuro. Lo veía como su alternativa, lo cual le creaba una sensación de recelos, una incómoda ansiedad y sentía algo de envidia por la legitimidad democrática de la que estaba investido su adversario. A Suárez en el fondo le hubiera gustado ser Felipe González y se puede decir que a pesar de los obstáculos y los desplantes hubo respeto y cordialidad entre ambos". Leer esto y ver la relación que existe en estos momentos entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición o el resto de los dirigentes políticos, te lleva a la melancolía y a pensar que en este país se está produciendo un retroceso democrático, también debería encender las señales de alarma. El recuerdo de aquellas primeras elecciones es un argumento perfecto para corregir algunas actitudes, aunque yo tengo pocas esperanzas. ¡Qué país!