Independencia golpista
El Parlament de Cataluña declaró ayer, con 70 votos a favor, 10 en contra y dos en blanco, la independencia de Cataluña, culminando así el mayor golpe de estado que se ha vivido en nuestro país y nuestra democracia desde el 23F. A las tres y media de la tarde se daba en daba un paso más hacia el abismo, cuya fase previa la vivimos el jueves en una una jornada esperpéntica, de sainete y de bufa si el asunto no fuera tan serio. El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, no solo malogró la enésima oportunidad que había tenido para reconducir la deriva independentista y volver a la normalidad democrática sino que quedó a los ojos de todos como un pusilánime, un “pelele”en manos de todos que modificaba su opinión según iba creciendo el nivel de presión a la que se le se sometía.
Nadie quería que las cosas salieran como están saliendo ni que se aplicara el 155 ni que se sometiera a los catalanes y a todos los españoles a esta farsa donde se ha utilizado en vano la palabra diálogo cuando en realidad se quería decir chantaje. “Es radicalmente falso, como señalaba el president, que haya agotado todas las vías de diálogo: su incomparecencia en el Senado, que debía tener lugar en el mismo momento en el que pronunciaba su discurso, es la muestra más reciente de que el diálogo —según lo entiende el president— solo puede versar sobre cómo forzar al Estado a aceptar la independencia de Cataluña, si por las buenas o por las malas”, leíamos ayer en algunos periódicos. Y es cierto.
Cataluña se mueve desde hace mucho en el desconcierto y en el desgobierno porque no es normal que el poder lo estén ejerciendo quienes no se han sometido al escrutinio de las urnas. Que la mano que ha mecido la cuna del president hayan sido la Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural y que haya sido la exigencia de los radicales de la CUP de que se ponga en libertad a sus líderes es lo que ha hecho estallar cualquier posibilidad de acuerdo, da la medida de cómo se han hecho las cosas.
¿En qué democracia consolidada se pretende obligar a un gobierno a violar la separación de poderes y se pone como exigencia saltarse las resoluciones judiciales ? Solo desde la mente miserable y calenturienta de los dictadores tal cosa es posible y como es lógico se chocó con la respuesta rotunda del Estado. "No hay alternativa más allá que cumplir la ley", dijo el presidente del gobierno ayer en el Senado, recalcando que en Cataluña estamos ante "una violación palmaria y evidente de las leyes y la democracia" y eso, dijo , "tiene consecuencias, ¡cómo no las va a tener!".
En ese mismo pleno donde se debatía la aplicación del 155, la dirigente de ERC Mirella Cortés entregó a Mariano Rajoy el libro «Cataluña para españoles», de Salvador Giner. Según le dijo, para que el presidente «conozca la realidad que se vive en Cataluña», un gesto que tuvo su respuesta cuando el Presidente le entregó un ejemplar de la Constitución. La anécdota es la metáfora porque aquí no se trata de no querer conocer la realidad de Cataluña sino de que algunos quieren imponerla saltándose la norma de convivencia que nos hemos dado todos y convirtiendo nuestra carta magna en papel mojado.
Por supuesto que esa Declaración Unilateral de Independencia no sirve de nada, no solo por ser un acto ilegal y porque nadie la va a reconocer sino porque está basada en una resolución golpista y en un referéndum que no fue tal sino una pantomima, pero con ella Puigdemont ha pulsado el botón de la aplicación del 155 y el camino por recorrer ahora es incierto. El presidente del Gobierno publicó nada más producirse la votación del parlament -en la que no estuvieron presentes los partidos de la oposición- un mensaje en su cuenta oficial de Twitter donde pedía calma a los españoles. «Pido tranquilidad a todos los españoles. El Estado de Derecho restaurará la legalidad en Cataluña», señaló. Ahora solo queda apelar a la unidad de los demócratas a que no haya fisuras en el bloque constitucionalista y a que triunfe la legalidad. Fuera de la ley no hay nada y su peso caerá sobre los golpistas.