Pregonar la Navidad
He tenido el honor de ser la pregonera de esta Navidad del 2017 en mi tierra, en Castilla-La Mancha, en Guadalajara, y en esta ocasión me gustaría compartir con todos ustedes, queridos lectores, lo que ya escucharon ayer mis paisanos a quienes quiero agradecer su paciencia y generosidad. En estos días todos nos deseamos amor y paz pero lo importante es que ese espíritu no se volatilice cuando al despertar del año nuevo recojamos los belenes y los abetos y que la solidaridad sea la norma y no la excepción en estos tiempos revueltos. Les dejo aquí parte de ese pregón que abre la puerta a esta fechas deseándoles cómo no ¡Feliz Navidad!
No sé si será ya mi edad -que no confesaré- o simplemente la nostalgia, pero a mí me parece que fue ayer cuando, de niña, sentados ya a la mesa para celebrar la nochebuena mi padre -que el día de la Inmaculada cumplió unos espléndidos 93 años- para que no olvidáramos nuestros orígenes -aunque nacimos en Toledo- nos contaba que mi abuelo Luis era de un pequeño pueblo de Guadalajara, Valdearenas, y luego año tras año relataba y repetía con minuciosidad las mismas anécdotas que escuchábamos en torno a la mesa ensimismados antes de irnos a la misa del Gallo... Mi padre hizo el servicio militar aquí durante dos años, de marzo de 1945 hasta agosto de 1947, estuvo en el fuerte de San Francisco donde se ubicaba el Centro Electrotécnico de Ingenieros, al que estaba asignado y allí hizo muy buenos amigos, entre ellos una persona muy querida en mi casa, el gran pintor Regino Pradillo, que durante una noche haciendo guardia le hizo un retrato a lápiz sencillo sobre una cartulina negra en tonos rojo, azul y amarillo precioso, era un perfil perfecto de aquel soldado mitad toledano mitad alcarreño José Esteban Largo que en mi casa conservamos como un tesoro.
En los dos años que duró el servicio militar no tuvo permiso, pero para él no ha habido manjares mejores que los de esas dos Navidades a base de un buen pan de hogaza, lombarda, eso sí, con nueces, y si había suerte algo de carne, ¡qué hambre pasábamos! suele decir, y a continuación añade que las perdices escabechadas las comió aquí por primera vez y que no hay miel de ningún lugar del mundo que pueda siquiera aproximarse a la de esta tierra. Él es goloso y en Toledo podemos presumir de buen mazapán, pero para Don José el auténtico manjar de Dios son los bizcochos borrachos que yo procuro que se coma a escondidas de vez en cuando por eso de su diabetes.
Otro de los relatos que a mi padre le gustaba contar en la mesa sobre la Navidad fue recogido por las pregoneras que me precedieron el año pasado, Laura y María Lara Martínez, sobre el arraigo de estas fiestas en nuestra tierra hasta en los tiempos más oscuros de la fratricida guerra del 36. De hecho, hubo dos cabeceras del periódico ABC, una en cada bando, y en 1938 se convocaron dos sorteos de Navidad, el republicano en Barcelona y el nacional en Burgos.
En mi casa, en Nochebuena, para celebrar la venida de Jesús, cantábamos villancicos e íbamos a misa del gallo, prácticamente junto a todo el vecindario, al son de las panderetas y las zambombas que vendía un vecino del barrio, también ¡cosas del destino procedente de Guadalajara! Recuerdo a mi madre, Carmen, vestida con la sobriedad de un traje oscuro que seguramente había confeccionado ella misma, en la mano un misal negro con el canto rojo y un velo de blonda perfectamente doblado y recogido con un alfiler con una única perla blanca, esplendorosa. Me veo agarrada fuertemente a su otra mano y aún puedo percibir ese olor maravilloso, a limpio, que desprendían las manos de mi madre, de las madres de nuestra época. Salíamos de casa despacio, y al llegar a la iglesia, el ritual del agua bendita, la señal de la cruz y el recogimiento de rodillas del creyente para, al final, con el júbilo de la llegada de Jesús de Nazaret, cantar todos un villancico.
Entonces, como ahora, la Navidad, para la chiquillería, tenía una fecha especial: la noche de Reyes. Recuerdo que, a los mayores, sus majestades les traían un detalle pequeño, pero valioso: unas zapatillas, calcetines, una corbata, un libro, un monedero de esos que tenían dos bolas que se entrelazaban para hacer clic, un pañuelo con vainicas o una cinta de pelo nueva, y había una alegría generalizada porque eran unas cosas necesarias en épocas de escasez -¡cómo han cambiado las cosas!- En cuanto a nosotros, siempre, año tras año, tiraban la casa por la ventana, porque Melchor, Gaspar y Baltasar sabían que habíamos sido “buenos y respetuosos con nuestros mayores”. Siempre, siempre, acertaban con lo que yo había pedido en mi carta: esa muñeca de famosa como la del anuncio de la tele en blanco y negro, la colección entera de los cuentos de hadas famosos, los patines cromados que se regulaban todas las tallas con unas tiras de cuero marrón para abrocharlos, o el estuche, precioso, de dos pisos, repleto de lápices de colores para mí, o los juegos reunidos geyper, el mecano o el laboratorio de química Quimicefa para mi hermano José Luis. Ese día, ese 6 de enero de mi infancia, lo retengo milimétricamente en la memoria como si no hubiera pasado medio siglo: en la ventana una copa de anís del Mono y unos polvorones para sus Majestades y las migas de pan y agua para los cabellos. No pegaba ojo en toda la noche y al amanecer me despertaba al grito de ¡ya han venido! de mi hermano, abría con los nervios a flor de piel los paquetes que venían siempre acompañados de una carta donde sus majestades reconocían los logros de ese año y me animaban a seguir esforzándome para el siguiente. Ese seis de enero todo era felicidad y, aunque generalmente amanecía con niebla y nieve, ¡entonces sí que nevaba y hacía mucho frío!, luego se transformaba el día en una jornada de sol luminoso y cálido.
En una ocasión oí a mis padres cuchichear la tarde/noche del día 5 entrando en silencio en nuestra casa y al asomarme les encontré cargados de paquetes en medio del pasillo. Mi madre enseguida me explicó, muy dicharachera, que se habían encontrado a los Reyes que venían en sus camellos desde Guadalajara, donde, por cierto, se han encontrado con la tía Pili. (Para que lo entiendan les diré que mi tía Pilar y sus padres, Julián Bienvenido Sánchez y Pilar Cristóbal, son de una familia muy conocida y querida en esta ciudad y en otras partes de España: él, marmolista de profesión, hizo nada más y nada menos que las piletas de la plaza del Pilar en Zaragoza o el primigenio edificio del aeropuerto de Barajas y además ¡cómo no, está José Villalba y su pasión por los coches y velocidad que nos contagia a todos! En fin, ¡siempre Guadalajara en el pensamiento! Y como les relataba, mi madre, después de pillarla in fraganti, me siguió diciendo que los Reyes les habían pedido que les ayudaran con algunos paquetes porque estaban muy cargados ¡luego por la noche vendrán ellos con el resto y los dejarán en vuestras camas!, me dijo, y yo acepté la explicación, ¡bendita inocencia!, pasando otra vez esa noche casi en vela.
Como les digo, no pretendo siquiera aproximarme a los brillantes pregoneros que me han precedido, algunos de los cuales se han inspirado en la magnífica obra de Dickens, sin duda el autor que mejor ha sabido recoger el espíritu de la Navidad.
“El señor Scrooge es un hombre avaro, tacaño y solitario, que no celebra la Navidad, y sólo piensa en ganar dinero. Una víspera de Navidad, recibe la visita del fantasma de su antiguo socio, muerto años atrás. Este le cuenta que, por haber sido avaro en vida, toda su maldad se ha convertido en una larga y pesada cadena que debe arrastrar por toda la eternidad. Le anuncia que a él le espera un destino aún peor, y le avisa que tendrá una última oportunidad de cambiar cuando reciba la visita de los tres espíritus de la Navidad. Scrooge no se asusta y desafía la predicción.
Esa noche aparecen los tres espíritus navideños: el del Pasado, que le hace recordar su vida infantil y juvenil llena de melancolía y añoranza antes de su adicción por el trabajo y su desmedido afán de dinero. El del Presente hace ver al avaro la actual situación de la familia de su empleado Bob, que a pesar de su pobreza y de la enfermedad de su hijo Tim, celebra la Navidad. También le muestra cómo todas las personas celebran la Navidad; incluso su propio sobrino, Fred, quien lo hace de una manera irónica pero alegre, ya que nadie quiere la presencia del avaro. Antes de desaparecer a medianoche, el espíritu muestra a un par de niños de origen trágicamente humano: la Ignorancia y la Necesidad.
El terrible y sombrío Espíritu del Futuro le muestra el destino de los avaros. Su casa saqueada por los pobres, el recuerdo gris de sus amigos de la Bolsa de Valores, la muerte del pequeño Tim y lo más espantoso: su propia tumba, ante la cual él se horroriza de tal forma que suplica una nueva oportunidad para cambiar. Entonces, el avaro despierta de su pesadilla y se convierte en un hombre generoso y amable, que celebra la Navidad y ayuda a quienes le rodean”.
Todos ustedes conocen la sinopsis del libro que les acabo de relatar brevemente, pero lo que el libro esconde es que el autor se inspiró, en parte, en su propia vida para crear éstas y otra de sus obras. En 1824, el padre de Dickens fue encarcelado y Charles, que en aquel entonces tenía 12 años, se vio obligado a empeñar su colección de libros, dejar la escuela y ponerse a trabajar en una fábrica de betún para calzado. El joven Dickens tenía un profundo sentimiento de clase y superioridad intelectual y se sentía profundamente incómodo rodeado de obreros que se referían a él como "el joven caballero". El devastador impacto de esa época le provocó dolorosos recuerdos toda su vida, pero le sirvió para conocer las vidas de los hombres, mujeres y niños en los lugares más pobres de Londres y presenciar las injusticias sociales que sufrían. Pasó de tenerlo todo a no tener nada, y como esa historia es inmortal, tal vez en eso y en su idea de la educación como arma de futuro está el secreto de su éxito editorial.
Los cuentos, cuentos son, pero la realidad está ahí y es bueno tenerla presente en estas fechas. Hoy estoy aquí para pregonar, y según la etimología el pregonero es quien dice la verdad, y de esa verdad hay que sacar conclusiones para el futuro. Como soy periodista y contadora de historias reales les voy a relatar alguna.
El pasado sábado fui a hacer la compra semanal con mi marido y decidimos acudir a un conocido supermercado. Antes de entrar, en la puerta se acercó nosotros un joven de unos 30 años, limpio, bien vestido, muy educado que nos preguntó si podíamos ayudarle. "Llevo cuatro años en paro, desde que la empresa de construcción en la que trabajaba quebró. Tengo una niña pequeña y el subsidio que recibo apenas nos da para pagar el alquiler de nuestra casa. Mi mujer también se ha quedado sin trabajo y si pudieran echarme una mano se lo agradecería. No quiero dinero, pero si me compraran fruta, verdura o algún alimento fresco sería de gran ayuda". Cuando al salir le dejamos una bolsa con alguna de las cosas que nos había pedido, nos contó las complicadas circunstancias en las que se había visto debido a la crisis y como sus padres, que habían sido el sostén durante todo este tiempo, habían fallecido en pocos meses “han muerto con la pena de ver que nosotros no tenemos futuro", nos dijo. El suyo no había sido ni mucho menos el típico caso de personas que vivían por encima de sus posibilidades, sino el de unos jóvenes con todo el futuro por delante que ¡de repente! ven como todo su mundo se desmorona.
Nos despedimos del chico con un nudo con el estómago y al llegar a casa busqué un artículo publicado hace unos días por el Financial Times donde bajo el título "El miedo y la desesperación de los jóvenes buscadores de empleo en España" se planteaba los problemas psicológicos que están teniendo muchos jóvenes en nuestro país debido a la situación laboral. Ya existen estudios sobre los jóvenes que han enfermado en está larguísima crisis: el paro o la precariedad laboral, el difícil acceso a una vivienda con la que poder independizarse o la imposibilidad de buscar de formar una familia son los motivos fundamentales que han convertido a la juventud española en una suerte de enfermos. Enfermos por la crisis y por la falta de futuro y a ellos, a esos jóvenes de las generaciones mejores preparadas de nuestra historia, les quiero dedicar este pregón de Navidad con el deseo de que las cosas cambien pronto y empiecen a ver la luz tras el túnel.
Estas son épocas difíciles: política, económica, y socialmente pero también hay una crisis evidente de valores: conceptos como el amor, el respeto, la solidaridad, la tolerancia y todo lo que de paz significan estas fiestas para la comunidad cristiana. Comunidad que, por cierto, en el año que acaba, ha sido masacrada en muchos lugares del mundo ante la indiferencia de muchos.
Que la comunidad cristiana de Pakistán, por ejemplo, sea víctima del terrorismo es noticia, casi casi, a pie de página. Hace un tiempo, en la sección de cartas a la redacción, el lector de un periódico se preguntaba cuál es la diferencia entre los atentados de Bruselas o de otros lugares de Europa y los de Lahore, para que el tratamiento informativo entre uno y otro ataque terrorista sea tan diferente. El asunto es que en Lahore hubo más muertos, pero ¡claro! está en Oriente, y las víctimas eran familias cristianas que estaban celebrando el domingo de resurrección, lo que el Papa Francisco, llama “los nuevos Mártires de nuestro tiempo”. El dolor de los suyos es el mismo y la pérdida idéntica, pero Bruselas es el corazón de la vieja Europa, y parece que los muertos ¡desgraciadamente! también tienen categorías diferentes.
La matanza de Pakistán se produjo el domingo de Resurrección porque allí los católicos, tradicionalmente, para celebrar la Pascua comen con su familia y por la tarde, según tienen por costumbre, dan un paseo por el parque y de ahí que de las 72 personas asesinadas treinta eran niños y hubo muchos pequeños entre los 300 heridos.
Los católicos reivindicamos el perdón, como una especie de liberación, pero lo peor no es perdonar, si no justificar la indiferencia y la injusticia. Hace un tiempo fueron asesinadas en Adén -capital de Yemen- cuatro Misioneras de la Caridad (las monjas de la Madre Teresa de Calcuta), en un asalto cometido por hombres uniformados, en el que murieron 13 personas más.
Las religiosas asesinadas, las hermanas Anselm (india), Marguerite y Reginette (ruandesas) y Judit (keniana), fueron ejecutadas a sangre fría. Según Médicos sin Fronteras llevaban las manos atadas a la espalda y habían recibido un tiro en la nuca. Los asaltantes dispararon indiscriminadamente contra los 80 residentes del asilo que atendían las religiosas, pero a ellas las buscaron específicamente para rematarlas. Sólo una pudo esconderse y relatar la terrible pesadilla. El porqué del ataque hay que buscarlo en una persecución religiosa de las muchas que, a diario, están ocurriendo en todo el mundo y de las que apenas nos ocupamos. Por eso ahora que celebramos el nacimiento de Jesús es el momento también de poner en valor la valentía de los que, por el mundo, en lugares remotos, dan la vida por extender su palabra.
Si Dickens u otros autores que escribieron antaño sobre la Navidad vivieran hoy se conmoverían con alguna de estas historias de niños abandonados a su suerte.
Una camiseta con su nombre, el de su madre y varios números de teléfono escritos a mano. Es todo lo que llevaba encima una niña salvadoreña de dos años cuando fue aprehendida por la Patrulla Fronteriza en Texas. La pequeña cruzó sin tutor o familiar alguno el Río Grande para llegar a los Estados Unidos. Su acompañante (se desconoce quién era, pero se cree que fue un 'coyote', como denominan a los traficantes de personas) la abandonó en la orilla mexicana. De esta manera las mafias están introduciendo a niños indefensos en EE.UU., algunos de muy corta edad, para no correr riesgos y evitar ser localizados. Como esta niña, más de 27.000 menores solos, fueron detenidos el año pasado, un 78% más que en el mismo periodo que el año anterior.
Estamos hablando de los niños como la pequeña salvadoreña cuyos derechos son olvidados, pero hay mil formas de vulnerarlos, en todo tipo de sociedades y en circunstancias siempre dramáticas. Nos escandalizamos cuando nos hablan de niños soldados y apelamos a sus derechos y nos inmutamos poco cuando esos mismos derechos son pisoteados reiteradamente en las sociedades ricas y opulentas cuando, por ejemplo, sus progenitores, en caso de separación o divorcio, les convierten en monedas de cambio con las que mercadear a su antojo. No pretendo comparar situaciones, que por su exageración podrían diluir la reflexión que se plantea -en torno a los derechos de los niños a que protejamos su privacidad y su intimidad- pero sí mostrar con toda la crudeza que pueda, la hipocresía de una sociedad que definimos como evolucionada y que permite que sus niños sean manejados, explotados por sus habilidades especiales, exhibidos, manipulados, utilizados de mil maneras posibles, y luego se escandaliza cuando ve que en lugares cercanos o lejanos, en culturas similares o distintas, otros derechos de la infancia son violentados.
No hace tanto distintas organizaciones humanitarias levantaron la voz de alarma porque, al menos 10.000 niños refugiados que huían de la guerra de Siria y que viajaban solos, habrían desaparecido nada más entrar en Europa. Algunos estarían con familiares, sin conocimiento de las autoridades, pero otros se encuentran en manos de organizaciones de tráfico de personas. Miles de menores no acompañados escapan de la supervisión de las autoridades y quedan a merced de una "infraestructura criminal paneuropea", una organización criminal enormemente sofisticada que ha fijado su objetivo en los refugiados.
El drama de los niños perdidos, abusados, abandonados, sigue siendo uno de los muchos temas tabú que esta sociedad avanzada y adinerada se niega a afrontar abiertamente, al igual que se esconde cuando se plantean casos que le son más cercanos.
La Navidad, esa que llamamos la fiesta de los niños, también es buen momento para reivindicar sus derechos perdidos. No quiero entristecerles, ni mucho menos, pero qué mejor fiesta que ésta, la de Navidad, donde todos hablamos de amor, para dedicarles unas líneas y levantar la voz por esos los más vulnerables a quienes casi nunca solemos escuchar. Pero estos son días familiares de alegría donde pondremos en primer plano lo mejor de la condición humana y así debe ser.
Soy periodista, contadora de historias reales y está historia que empieza ahor , aunque tenga ya muchos años, tiene unos protagonistas claros José, María y El Niño Jesús . Precisamente otro Jesús, el poeta toledano Jesús Pino, me ha prestado un bonito villancico con el pregono está Navidad del 2017.
En el zaguán del portal
Entre cunas de cebada,
una luz embarazada,
anuncia la Navidad.
Uvas, membrillos y miel,
lombarda, vino y besugo,
se dan cita en el mantel.
Y van en la calle a yugo el pandero y el rabel.
En el Portal de Belén,
una estrella viajera,
dijo a la luna lunera
que el Niño era Dios también.
Dulces, turrón, mazapán,
sopa de almedra y anís,
juegan al mus y al parchís,
mientras las campanas dan
los doce kiquiriquís
del gallo de Navidad.
FELIZ NAVIDAD