Pedro Sánchez: una foto de la República
La insustancialidad busca su disimulo en la proposición de extravagancias aunque puedan causar dolor, indignación e incluso enfrentamiento entre quienes las padecen y las aplauden. Pedro Sánchez, un hombre excesivamente pagado de sí mismo e incurso en la cruzada de mantenerse en el poder a cualquier precio que tenga que pagar el pueblo español, ha resucitado la imagen de esa foto terrible de unos republicanos armados y disfrazados con ropajes religiosos posando junto a las calaveras que acaban de desenterrar en una iglesia.
Quizá se trate de traer a nuestro siglo la gran aportación de la II República española a la cultura y conservación del patrimonio y el arte. A los pocos días de proclamada, se quemaron infinidad de iglesias, numerosos bibliotecas que custodiaban incunables y se desenterron a los sepultados en ellas. Por ejemplo, toda la obra de Mena se destrozó en Málaga, donde se quemaron y asaltaron la totalidad de iglesias e instituciones religiosas menos una parroquia. Ahora Sánchez copia la situación, manda remover tumbas y ordena una concentración de guardias civiles para proteger a los desenterradores. No se calca la situación con precisión, pero es manifiestamente semejante.
Presentar los desenterramientos que se pretenden en el Valle de los Caídos como un gesto de reconciliación será creído por algún indocumentado o por los seguidores acérrimos partidarios de la acción radical contra sus semejantes, pero todos sabemos que no se trata más que de instigar a una gran parte de la población española y ganar la pasada guerra civil por otros medios. Pero lo que más molesta al progresismo extremista que tan bien representa Pedro Sánchez, es que el Valle de los Caídos fue construido como un monumento de homenaje a los muertos en combate o asesinados en la guerra, de ambos bandos, pero sobre todo lo que más inquina genera es que se trate de un templo católico al que se pretende retirar esa consideración y convertirlo en uno de esos centros conque socio-culturales donde toda chabacanería tiene regocijada acogida.
Ser sepulturero es uno de los oficios más dignos y que más sensible servicio presta a los demás. Desenterrar a los parientes para darles mejor o más digna sepultura, perfectamente comprensible. Pero dedicarte a desenterrar a quienes nada tiene que ver contigo, buscando el guiño al extremismo e injuriar y afrentar a parientes, deudos y amigos de los finados removidos, es repugnante en sí mismo. Para cualquier persona bien nacida conocer asaltos a tumbas le causa rechazo. Es la foto de los milicianos en jocosa juerga necrófila con los calaveras rodeándoles y ellos revestidos con casullas y bonetes sacerdotales.
Si Sánchez buscaba fomentar el enfrentamiento lo va a conseguir. En reconciliar a los españoles tras la pasada guerra costó muchos decenios y la progresiva desaparición de la generación de la guerra. Reconstituir el odio, es cosa de minutos y producto del ejercicio de una política de baja estofa.