Impagable articulo de Carlos Herrera en ABC: "La noche de un sencillo muchacho de Albacete"
Por su interés, su calidad literaria y su actualidad, reproducimos el magnífico y emotivo artículo que Carlos Herrera publica este viernes en ABC:
"La noche de un sencillo muchacho de Albacete"
Los más viejos del lugar -y yo no estoy necesariamente entre ellos, pero me acerco- suspirábamos por una noche como la que acaeció hace nueve años. Quiero recordar la secuencia: Torres, Fábregas, Navas, otra vez Fábregas, Iniesta... y el resto lo recuerdan los aficionados e, incluso, quienes no lo son. Nueve años, después de los cuales España obtuvo otra Eurocopa y devino en una preocupante decadencia de la que no acaba de salir. Nueve años hace de aquella noche en la que tirios y troyanos salieron a la calle vestidos de rojo y con una bandera española.
No pude soportar la prórroga: Holanda jugó a destruir como si fuera una pandilla de navajeros o de matones ante la complacencia del árbitro más cretino del Mundial. Recuerdo que mi perro Jack Daniels y yo -él era alemán y se sentía algo dolido por el gol de Pujol- nos bajamos a la playa de La Jara, Sanlúcar de Barrameda. No había nadie. Nadie es nadie. No se oía nada. El pueblo vivía un silencio propio de las horas posteriores a un bombardeo nuclear. Jack y yo nos acercamos al único chiringuito en el que una camarera, tan resignada como solitaria, contaba las nubes del anochecer, que era tardío. A medio servir el digestivo que mendigué, surgió de la nada un bramido sordo y difuso que venía de todas partes. Eso solo podía ser un gol de España. Jack empezó a ladrar nervioso y yo eché a correr a toda prisa hacia casa: cuando llegué había gente debajo de los sillones, otros devorando sus propios puños y no pocos a un paso de necesitar asistencia médica urgente. Quedaban pocos minutos y España era virtual campeona del mundo, Camacho estaba al borde del infarto y Paco González ya no era Paco.
Vale, de acuerdo, es sólo fútbol. Pero el fútbol, aunque no lo parezca, es algo más que fútbol. Los que veíamos de refilón el Mundial del 66, cuando Fusté no podía con Uwe Seeller, los que vivimos la pena de no estar en el 70 para medirnos con aquella apisonadora que formaban Jair, Gerson, Pelé, Tostao y Rivelino, los que nos enamoramos de la Holanda de Cruyff en el 74, los que sufrimos el no gol del grandioso Cardeñosa en Argentina, los que consideramos que no se podía ser más triste que la anfitriona de España 82, los que lloramos aquel penalti de Eloy en México 86, los que lamentamos que la España de Suárez no tuviera más fortuna en el 90, los que nos indignamos ante el codazo de Tassotti en Estado Unidos, los que en el 98 consideramos que nuestra selección era un churrete, los que en el Mundial de Corea nos sentimos robados por el golfo egipcio aquel de nombre Al-Ghandour, los que vimos que otra vez los franceses nos mojaban la oreja en una actuación mediocre cuatro años después... los que asistimos una y otra vez a la permanente frustración de no ser nada pudiendo haber sido bastante más, regeneramos todo nuestro tejido carcomido con la acción de un muchacho sencillo de Albacete que vengó a todos los anteriores mediante el golpe certero de un balón con su pierna derecha.
La calle se llenó de individuos de todos los colores, pero vestidos mayormente de rojo. Donde no había nadie minutos antes proliferaron ciudadanos apasionados moviendo banderas como el que quiere agitar todos los vientos. Las plazas, las fuentes, las avenidas, los bares, los balcones se llenaron de banderas de España como si hubieran estado esperando durante años el permiso social para poder salir a la calle sin que ningún imbécil lo considerara sospechoso. De aquello han pasado nueve años y hoy he considerado que es más pertinente el recuerdo de aquella comunión colectiva que cualquier comentario sobre la teatralidad política española.
Carlos Herrera. Articulista de Opinión