El próximo 20 de diciembre se eligen 616 diputados y senadores para los próximos cuatro años. Automáticamente, la mitad de los elegidos pasará a engrosar el privilegiado grupo de los diputados Nescafé. Es decir, aquellos que parecen diputados o senadores pero que realmente no lo son: aquellos que mancillan el puesto que los ciudadanos les han otorgado con su voto, que tan solo cobran por hacer bulto o equipo, según se mire, que gritan y abuchean a los rivales, que están únicamente para sumar o restar votos, y que callan cuando habría algo importante que decir o abren la boca protegidos por el anonimato de la masa cuando lo decente sería cerrarla. Son los que nunca intervienen, los que no tienen ideas que compartir, los que se pierden en el paisaje y su nombre sólo se escucha cuando pasan lista.
Ser merecedor de un sueldo Nescafé -equivalente al que la marca suiza reparte mensualmente entre unas pocas amas de casa- es como que te toque la lotería sin jugar. Pero no es fácil llegar por este camino a la carrera de San Jerónimo o a la plaza de la Marina Española. Hay que superar un sinfín de dificultades para estar en disposición de participar, primero, y de colocarte en los puestos con premio seguro, después. Entre medias será necesario hacerle ver al jefe que puede confiar en ti, que eres pelota sin parecerlo, que no le defraudarás, que no tienes tanta personalidad como él se teme, que eres un monigote perfecto, que él es tu santo y seña y que no eres un hombre de partido sino suyo. Sólo suyo.
No crean que me estoy mofando de ésta o de cualquier otra elección donde los ciudadanos pueden elegir a sus representantes. No es mi intención, es un simple desahogo ante la mediocridad que habita permanentemente en Congreso y Senado, un estrambote, un simple exceso de rabia contenida. Sé también que muchos diputados/senadores trabajan y trabajan bien. Pero no hablo de ellos, me refiero a esa masa que a modo de rémora se apoltrona en torno a algunos partidos, mayoritariamente los grandes, esa masa unidireccional, sin personalidad y borrega que siempre hace o dice lo que el líder decrete con su mando a distancia.
El diputado Nescafé existe porque así lo siguen queriendo los partidos que les dan cobijo; partidos que siempre declaran que acabarán con ellos cuando tengan capacidad de hacerlo, modificando la Ley Electoral, pero que nunca lo hacen cuando realmente están en disposición de intentarlo. Una Ley Electoral redactada antes que la Constitución y que deja a diputados y senadores a los pies de los caballos de las cúpulas de sus partidos.
Muchos llevan ya semanas, si no meses, peleando para alcanzar el puesto deseado en las listas. Están en plena berrea, midiéndose los cuernos. Matando si es preciso, mintiendo seguro. Son profesionales de la política. Saben que se juegan el sustento de cuatro años y que sin su kit de senador/diputado -tarjetas de crédito, de Renfe, de Iberia, ordenadores y tabletas, teléfonos inteligentes…- se quedan en nada porque nada son. Para estos personajes ser diputados Nescafé es su vida, lo máximo a lo que pueden aspirar.