Los días de mercado, las calles de Chiclayo -en el noroeste de Perú- palpitan fuerte, como si fueran a estallar. El comercio las sacude de tal forma que es imposible distinguir entre compradores y vendedores; quizá porque todo el mundo compra y vende al mismo tiempo. El ruido es ensordecedor. Si uno mira hacia delante encuentra lo mismo que a sus espaldas: un remolino de gente sobre el que, de vez en cuando, una voz se alza por encima de las demás tratando de convencer con el eslogan más delicado o el precio más asequible.
En abril de este año, un brote de dengue en Piura cambió los planes turísticos de Rafael García, un profesor navarro jubilado, y le empujó a Chiclayo, donde aprovecharía para ver las ruinas de la cultura Moche. Un día de mercado, movido por la curiosidad, decidió adentrarse en esa marea de color y ruido. Le acompañaban un grupo de excompañeros de trabajo, con los que, todos los años, hace un viaje al extranjero. Habían escuchado algo acerca de unos puestos en los que vendían hierbas con propiedades medicinales. Allí fueron.
Rafael miraba de un lado a otro. Aquel tumulto, aquel fervor en el intercambio, le recordaba al viejo mercado de Pamplona.
“Apenas se podía caminar. La carretera y las aceras eran lo mismo porque las tiendas estaban por todas partes. ¡Hacía propaganda hasta el ejército!” Avanzaban por la calle principal y alcanzaron el tramo de los teléfonos móviles, las fotos, los ordenadores… De repente, Rafael se quedó parado frente a uno de los improvisados escaparates. “Esto no puede ser”, decía a sus amigos. “¿No os suena este tipo?”, preguntaba señalando las fotos de carné y pasaporte que adornaban el muestrario de un fotomatón. “¡Es Roberto Jiménez, el del PSOE! Sus compañeros, entre risas, reconocían su parecido, pero negaban la mayor. ¿Cómo iban a llegar las fotos del exvicepresidente del Gobierno de Navarra al mercado de Chiclayo, a más de diez mil kilómetros de Pamplona? “Estoy seguro de que es él –insistía Rafael–. Cuando me jubilé, la Barcina y Jiménez me pusieron la insignia en los actos que solían hacer en homenaje a los funcionarios. Lo tuve a medio palmo. Es él. ¡Seguro!”
Sus amigos, sin darle importancia, siguieron caminando hacia delante. Rafael, antes de hacer lo propio, sacó una foto a la publicidad, sabiendo que estaba ante uno de esos misterios cotidianos que, quizá, nunca tenga respuesta.
¿Cómo han podido llegar mis fotos de campaña hasta allí?
Roberto Jiménez, actual secretario de emigración del PSOE y vicepresidente del Gobierno de Navarra durante parte de la legislatura anterior, mira la foto y exclama entre risas: “¡El que es guapo es guapo!” Después, todavía con los ojos puestos en la instantánea, añade: “Es increíble. Son mis fotos de campaña de 2011. ¿Cómo han podido llegar hasta allí?”
Jiménez, que nunca ha estado en Chiclayo, cuenta que fue a Perú en 2008: “Entonces tenía el pelo más largo y no me hice fotos de carné en ningún sitio”. Más serio y con la mirada en la cristalera del restaurante donde revuelve un café descafeinado a última hora de la mañana, revela: “No se lo va a creer. Le daré una exclusiva. Me enteré de esta historia por las redes sociales. Alguien la colgó en Twitter y corrió como la pólvora, pero no me sorprendió”. ¿Por qué? “Hace un par de años, un amigo que estaba en Ecuador me envió algo similar –sus fotos de campaña de 2011 utilizadas como modelo para pasaportes y carnés en un escaparate–. No puedo entenderlo. En Perú y también en Ecuador”.
Ahora que es secretario de emigración del PSOE, ser modelo en Sudamérica le dará puntos, ¿no? “Se lo tengo que contar al secretario general, aunque con él tengo una competencia muy complicada. Es un partido perdido”, dice bromeando. Preguntado por qué hubiera pasado si hubiese sido “modelo” en Perú y Ecuador durante la campaña de las autonómicas de 2011, aventura a carcajadas: “¡Oye! Nunca se sabe. Uxue Barkos ha sido presidenta con menos votos de los que saqué yo aquel año. Si los cerca de 18.000 navarros que viven en el extranjero, si no me falla la memoria, me hubieran votado… Vaya usted a saber. Escaño arriba, escaño abajo, quizá me hubiera servido”.
Roberto Jiménez se despide con una sonrisa, ya con la americana sobre los hombros y las gafas de sol puestas. Ahora mismo, quizá esté sonriendo también en otro sitio. Uruguay, Bolivia, ¿por qué no Chile? Quién sabe.