Este lunes por la tarde, al tiempo que el Ibex 35 caía un 3,6%, Felipe VI celebraba en el palacio de El Pardo la copa de navidad con todos los empleados y ex empleados de la Casa del Rey. Acudieron también sus padres, los reyes eméritos don Juan Carlos y doña Sofía, a los que agradeció públicamente su presencia. En su intervención, el joven monarca felicitó las fiestas a los presentes y se congratuló de poder compartir con ellos “una vida de servicio a España”, según testigos presenciales.
Ni una palabra acerca de la inédita situación política que está viviendo el país desde que el domingo los españoles se decantaran por un cuatripartidismo aritméticamente imposible. “Este rey no es como su padre, más apasionado y visceral. Este es más cerebral, más discreto”, afirman fuentes conocedoras del trabajo de ambos reyes. Esta manera de ser que cobra especial importancia cuando la inestabilidad política puede exigir de él un papel de facilitador y/o mediador desconocido hasta ahora en la jefatura del Estado.
Discreción; respeto “escrupuloso” de la Constitución y “estar fuera del juego político”. Esta es la señal oficial que emite una Zarzuela que extrema el cuidado en el uso de las palabras. Felipe VI, de 47 años, lleva apenas un año y medio en el trono. Al órdago secesionista de Cataluña hizo frente este otoño con tres discursos (Estrasburgo, Oviedo y Madrid) en los que apeló a la unidad de España y a la Constitución. También se usó una imagen oficial de su despacho con Mariano Rajoy en Zarzuela como gesto institucional cuando el Gobierno volvió a recurrir al Tribunal Constitucional para hacer frente al empuje independentista.
Artículos 62 y 99 de la Constitución
Según fuentes de Zarzuela, es esa Carta Magna redactada en 1978 la que le ofrece ahora dos artículos- el 62 y el 99- para llevar a cabo su labor de broker interpartidista que trabaja “por la estabilidad” del país. El artículo 62, en su apartado d, establece que corresponde al rey “proponer el candidato a Presidente del Gobierno y, en su caso, nombrarlo, así como poner fin a sus funciones en los términos previstos en la Constitución”.
El artículo 99 se extiende a lo largo de cinco puntos en cómo ha de ser la liturgia hasta proponerlo una vez constituido el Congreso: el rey inicia la llamada consulta regia citando a los candidatos en Zarzuela, donde habla con ellos uno por uno, recaba la mayor información posible y a continuación propone a uno de ellos, que es investido presidente si obtiene el respaldo de la “mayoría absoluta” en primera votación o de la “mayoría simple” en segunda 48 horas más tarde.
Si esto no funciona, el rey puede proponer a otros candidatos. Si pasan dos meses desde la primera votación se disolvería el Congreso y se convocarían nuevas elecciones.
Bajo ningún concepto, insisten en Zarzuela, tendrá que ponerse en funcionamiento el papel de “informador” del rey hasta el próximo 13 de enero, cuando por ley ha de quedar constituido el Congreso. Esto es más fácil dicho que hecho, según conocedoras del trabajo real.
La amarga legislatura de Aznar
Hasta ahora, y a excepción de la legislatura amarga de José María Aznar (1996-2000, en minoría con apoyo nacionalista), Juan Carlos I se enfrentó a poco más que un trámite, una sucesión de imágenes fotográficos de un proceso en el que estaba todo decidido. Unas audiencias reales donde los líderes políticos le contaban al rey cómo veían la coyuntura política; quién era el candidato idóneo y qué posibilidades tenían para hacer coaliciones, pero que en realidad no eran más que un ejercicio mecánico.
Ahora todo es distinto. “Juan Carlos I era como el presidente de una empresa que ha construido la compañía. Sus compañeros de fatigas habían hecho la Transición con él. Hoy, menos Rajoy, todos son recién llegados, incluido el rey”, señalan fuentes conocedoras de la Casa. “El margen de actuación que tiene radica en conversaciones que no están reguladas, que nadie conoce y que dependen de factores tan intangibles como su propia personalidad”.
“Por primera vez cobra mucha importancia la figura del presidente del Congreso”, destacan otras fuentes cercanas a Zarzuela. “Esa persona, aún desconocida, podría jugar un papel de ayuda en la labor del rey, pero depende de quién sea. El rey no puede bajo ningún concepto hacer política. Sólo puede pensar en España, en lo que es mejor para el país y en lo más estable”.
En este sentido, tranquiliza en los aledaños de Zarzuela la existencia de unos presupuestos generales del Estado ya aprobados y que entran en vigor la próxima semana, el viernes 1 de enero. Hasta septiembre de 2016 no tendrían que ser discutidos, lo que permitiría convocar nuevas elecciones hasta con nuevos actores, un escenario que no rechazan en el monte de El Pardo.
William Bagehot en su mente
En todo este proceso, la discreción es crucial. El rey pasó el domingo en Zarzuela siguiendo los resultados y luego habló por teléfono con los líderes. No dirá con quién y de qué habló, pero desde Zarzuela se subraya la importancia de que estas conversaciones no salgan a la luz.
Sus dos principales consejeros son el jefe de la Casa, Jaime Alfonsín, el abogado del Estado que lleva a su lado desde 1995, y Domingo Martínez Palomo, el teniendo general de la Guardia Civil que llegó a Zarzuela cuando Felipe VI era apenas un niño de nueve años.
¿A qué jefatura del Estado europea nos parecemos”. “Nosotros nos parecemos a nosotros mismos”, señalan fuentes conocedoras del funcionamiento de la Casa del Rey, que destacan no obstante la impronta del escritor británico William Bagehot en la mente de los padres de la Constitución española. En el siglo XIX, con la reina Victoria en mente, Bagehot escribió una palabras que ahora repite en sus pensamientos Felipe VI: “La nación se divide en partidos, pero la Corona no pertenece a ningún partido. Esta aparente separación del negocio es lo que la distancia de la enemistad, preserva su misterio y le permite gozar del afecto de partidos enfrentados”.