Los aviones comerciales ya no sobrevuelan los cielos rusos, como tampoco los de Moldavia, Ucrania o Bielorrusia. La guerra ha sembrado el horror en Europa y, con ello, ha cambiado también su manera de relacionarse con el mundo. El espacio aéreo ya no es ese campo internacional por el que sobrevolaban aviones con total libertad. Al menos, en el entorno más cercano a Rusia.
Hasta una treintena de países, entre los que se incluyen los miembros de la Unión Europea, y otros como Reino Unido y Estados Unidos cerraron su espacio aéreo a los aviones rusos a finales de febrero. Como respuesta, Putin no se quedó atrás:también prohibió el sobrevuelo de sus cielos a estos mismos países y a cuatro territorios dependientes de Reino Unido como son Anguila, Islas Vírgenes Británicas, Jersey y Gibraltar.
La Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA) alertaba a finales del mes de febrero del riesgo de sobrevolar la zona de conflicto entre Rusia y Ucrania. En su Boletín informativo sobre zonas de conflicto (CZIB) recomendaba evitar a toda costa sobrevolar el espacio aéreo de Ucrania, Moldavia y Bielorrusia.
Como aseguraba la EASA, debido a la situación de guerra, tanto el espacio aéreo y la infraestructura aeroportuaria están expuestos a actividades militares que generan riesgos de seguridad para las aeronaves civiles. Como consecuencia, el rodeo que se ven obligados a realizar los aviones supone un gasto muy grande no sólo a nivel económico, sino también medioambiental.
Pablo Muñoz, responsable de aviación en Ecologistas en Acción, cuenta que hay muchas rutas, sobre todo las que unen Europa y Asia, que están teniendo que reconfigurarse, y las distancias y los tiempos de vuelos están siendo mucho mayores. Sobre todo, apunta, lo que está suponiendo un problema es el cierre del espacio aéreo ruso.
El experto pone el ejemplo de la conexión Helsinki-Shanghái de la compañía Finnair, que puede ayudar a comprender el cambio brusco que está experimentando el mundo de la aviación civil. El tiempo de vuelo habitual es de 9 horas y 45 minutos. Ahora, con la imposibilidad de sobrevolar el espacio aéreo ruso, ha aumentado en torno a 3 horas y 15 minutos, según un reportaje publicado en National Geographic. Es decir, un aumento del 33,79%.
Al aumento del tiempo de vuelo hay que añadirle el combustible que consume para cubrir ese tiempo extra. Como apunta Muñoz, en condiciones normales y según la calculadora de la ICAO, para ese trayecto se necesitan unos 91.391,8 kg de combustible que, emite unos 4.522 kilos de CO2 por pasajero.
Con la imposibilidad de sobrevolar el espacio aéreo ruso, el trayecto Helsinki-Shanghái ha aumentado en torno a 3 horas y 15 minutos
Ahora, dado el aumento en el tiempo de vuelo, por ese mismo viaje se estarían quemando más de 120.000 kilos de combustible, lo que emitiría unos 6.000 kilos de CO2 a la atmósfera. No obstante, esta es sólo una aproximación, porque todo depende de cuestiones como el tipo de avión, su antigüedad, la altitud o la velocidad alcanzada.
De acuerdo a Flightradar24, hay al menos 400 vuelos que se han visto obligados a recalcular sus rutas y coger desvíos más largos y costosos. Algo inevitable, dada la situación por la que atraviesa Ucrania estos meses.
Muchos están optando por seguir rutas que sobrevuelan el Mediterráneo oriental y el sur de Asia. Otras compañías, simplemente, se han visto obligadas a suspender vuelos por el alto coste que plantea esta nueva realidad. Su alta dependencia de un combustible fósil cada vez más elevado, unido al aumento de las distancias, se hace inasumible para algunos operadores de vuelos, y sobre todo en el momento de recuperación tras la pandemia.
Y, además, están los vuelos militares
A las emisiones de la aviación civil, se unen los vuelos de uso privado y, en estos momentos, el aumento de vuelos militares que sobrevuelan los cielos del conflicto, además de los de reconocimiento de la OTAN más allá de los espacios aéreos de Rusia y Ucrania.
Como comenta Muñoz, apenas existen datos sobre estos vuelos y el combustible que queman. “Son aeronaves que consumen muchísimo combustible. Hay muchos vuelos de reconocimiento que están sobrevolando el este de Europa (americanos o de la OTAN)”, asegura. A esto, hay que sumarle, además, todo el combustible que se está utilizando en el marco del conflicto.
Aunque la OTAN ha asegurado no intervenir militarmente en la guerra de Ucrania, los países miembros sí están realizando un despliegue de medios aéreos para reforzar la seguridad de la frontera este y estar vigilantes ante cualquier movimiento de las fuerzas rusas.
De hecho, a finales de febrero, la OTAN activó por primera vez su Fuerza de Respuesta. Este mecanismo incluía, además del despliegue de medios terrestres y marítimos, un refuerzo del espacio aéreo de los países vecinos a la zona de guerra, como pueden ser Polonia o Rumanía.
Por lo pronto, en los cielos europeos, hay en torno a un centenar de aviones patrulla que hacen una labor de alerta temprana. Además, a estos habría que sumarles como poco los de reabastecimiento de combustible en vuelo, que ayudan a extender los tiempos de vigilancia e, incluso, los aviones de inteligencia cercanos a la zona de conflicto.
Al final, como ocurre con los combustibles fósiles, la guerra de Ucrania está cambiando los paradigmas y está obligando a replantear el escenario internacional en todas sus vertientes. Los objetivos climáticos vinculantes que se marcó la Unión Europea para 2030 parecen difíciles de cumplir.
Estas expectativas nada halagüeñas crean una emergencia aún mayor de la que ya alertaba la comunidad científica en el mes de agosto. De momento, los esfuerzos para reducir las emisiones y, en consecuencia, el calentamiento global no son suficientes y, hasta la fecha, los intereses y necesidades económicas priman sobre el cambio climático.
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