Un entomólogo en busca de insectos en las dunas de Tottori, Japón, se topa con unos aldeanos aparentemente afables que le ayudan a encontrar cobijo en una pequeña casita de madera a la que solamente se puede acceder por una escalera, pues está situada en una especie de hoyo o hendidura en la compleja orografía del terreno. Allí conocerá a una misteriosa mujer que vive aislada y que dedica parte de su vida a retirar la arena que las fuertes rachas de viento cuela en su casa.
A la mañana siguiente, cuando él está a punto de abandonar el lugar, se da cuenta de que la escalera por la que ha llegado ha desaparecido. Desesperado, trata de escalar las montañas de arena, pero cuanto más asciende, más se hunde en la tierra. Es el hombre contra la naturaleza: insignificante sin tecnología. Un pequeño insecto –como aquellos que se dedica a cazar– en un entorno inhóspito. Insistente, trata de huir de esa trampa para humanos, pero es imposible. Es el cazador cazado.
La mujer de la arena es una siniestra metáfora sobre la necesidad de libertad para encontrarnos con el verdadero potencial humano. El protagonista trata de escapar mientras la arena se cuela por las rendijas de la cabaña, se le pega a la piel y se deshidrata. Pero tres meses después de su cautiverio, tras dar ya por hecho que su huida es imposible, descubre una forma de drenar agua a través de un complejo proceso de exudación natural que le permite recolectar bajo tierra el líquido «sudado» por la arena.
Dedicado a ese nuevo "experimento", reniega de sus esfuerzos por escapar de las dunas y de aquella extraña mujer que lo vigila y seduce para centrar su atención en confeccionar un sistema de extracción de agua que pueda servirle tanto a él como a los lugareños de la zona, incluidos a sus captores. Su foco de atención cambia y se olvida de su primordial urgencia: largarse de aquella cárcel de arena. Un día hasta los pueblerinos cautivadores le dejan una escalera (símbolo de ascenso) con la que poder huir. Él quiere escapar y, de hecho la sube (cumple voluntariamente su objetivo, como si se tratara de una reconversión), pero finalmente decide quedarse y continuar con su proyecto. "Ya me las apañaré para escapar más adelante. Ahora debo terminar mi experimento".
¿Ha enloquecido aquel entomólogo secuestrado o simplemente ha renegado de su pasado? Existen dos lecturas de la película completamente opuestas: una positiva que plantea que el ser humano necesita de la libertad para poder tomar sus propias decisiones para crecer u otra que se trata de un animal de costumbres fácilmente domesticable. En ambos casos Teshigahara parece llegar a la misma conclusión: es en las situaciones de extrema dificultar y penuria donde el hombre y la mujer sacan lo mejor (y peor) de sí mismos.
Libertad de elección
Nadie quiere vivir bajo un sistema donde las normas sean establecidas por abstractas entidades que nos digan cómo comportarnos; tampoco afrontar tareas absurdas y rutinarias que en muchas ocasiones se consideran inútiles. En el caso del protagonista, debe remover incesantemente la arena con una pala. Al día siguiente todo estará impregnado de arena , pero aún así debe seguir con su tarea. Si para una sola vez, morirá "asfixiado". Es como Sísifo y su eterna roca en ascensión.
Cuando todo parece perdido, el entomólogo es capaz de reinventarse. El cautivo se resigna y es domado a fuerza de costumbre, pero eso le sirve para darse cuenta de sus capacidades y conocimientos para idear un nuevo sistema de recolección de agua que a nadie antes se le había ocurrido. De la necesidad nace el apremio de la creatividad, en este caso de desarrollar innovación e infraestructura (ODS 9) para poder emanciparse de ciertas rutinas que, por el contrario, serían tediosas y extenuantes. El cautiverio, al final, le ha servido para alcanzar el progreso.
¿Significa eso que para poder mejorar el ser humano debe adaptarse a cualquier circunstancia, como, en caso extremo, una dictadura o una cárcel? En absoluto. La respuesta también está en la película: el entomólogo no empieza a pensar por sí mismo hasta que obtiene su ansiada libertad. Todo opera como una metáfora: el estancamiento, la privación de libertad, bien podrían significar la alienación de una rutina en la que caemos en sociedad sin darnos cuenta, engañados a veces por una vida cómoda y apacible que nos lleva, con sus costumbres, a una trampa mental. Es en ese momento de aburrimiento, desesperación, miedo e incluso depresión donde debemos darnos cuenta de que la salud y el bienestar (ODS 3) y la paz y la justicia (ODS 16) son imprescindibles para nuestra felicidad, y lograrlas pasa por una reconversión de nuestra forma de entender el mundo.
En ese aspecto, Teshigahara y Abe son transparentes: mientras al protagonista le prohíban hacer algo, siempre tratará de hacerlo por pura rebeldía, pero en el momento en el que le den la opción de hacer lo que quiera y él se de cuenta de su potencial, valorará qué es mejor y tomará, con voluntad propia, el camino que mejor le convenga. Sin libre albedrío solo hay caos y alienación; con libertad, no obstante, podemos optar por el caos y la alienación de forma voluntaria o por todo lo demás. A veces, sin embargo, se necesita un estímulo (como la metáfora del traumático cautiverio) para que el ser humana se pueda dar cuenta de sus auténticas capacidades. En resumen: La mujer de la arena es una inquietante metáfora sobre la alienación de una sociedad que necesita de libertad para poder tomar decisiones.