Primero fue el vapor el que convirtió las sociedades rurales y agrarias en industriales y urbanas. Más tarde la electricidad se situó en el epicentro de los procesos de producción y las comunicaciones. Unas décadas después, Internet empezó a ser la medida de todas las cosas.
Estos tres hitos tecnológicos fueron la base de las tres grandes revoluciones industriales que ha experimentado la civilización humana desde finales del siglo XVII. Sin embargo, en la actualidad asistimos a una cuarta, la que mimetiza Internet y los últimos avances en dispositivos electrónicos con el transporte, la economía, la medicina y, por supuesto, la industria.
En esta Cuarta Revolución Industrial hay un elemento que no fue decisivo en ninguna de las anteriores: la perspectiva medioambiental. En el siglo XXI ya no se fabrica igual, ni se consume igual, ni la movilidad es la misma que hace 300 años.
Además, debido a la emergencia climática provocada por el calentamiento global —un problema que comenzó precisamente con la Primera Revolución Industrial—, la transformación digital en la que el mundo está inmerso está enfocada a ser verde y sostenible.
“Estamos viviendo una revolución, un proceso de cambio total hacia un modelo en el que toma mucha fuerza la economía circular y la lucha contra el cambio climático”, sentencia el presidente de la Asociación de Empresas de Medio Ambiente de la Región de Murcia (AEMA), Daniel Robles, que está convencido de que este nuevo paradigma “va a hacer que las empresas tengan comportamientos sostenibles y se realce la perspectiva social”.
Poco peso industrial
En España, el 99% de las empresas adscritas al sector industrial son PYMES (pequeñas y medianas empresas) y, a pesar de que la calidad y la estabilidad del empleo en la industria española es superior al de otros sectores —76% de contratos indefinidos frente al 64% del total de la economía—, en nuestro país sólo hay cerca de 3 millones de empleos relacionados con la industria frente a los más de 14 millones que tienen que ver con el sector servicios.
Por otro lado, el proceso de globalización en la industria ha sido enorme, y una de las consecuencias más visibles en las últimas décadas es el fenómeno de la deslocalización, es decir, trasladar la producción a países en vías de desarrollo y con legislaciones laborales más flexibles que las de Europa y Norteamérica para abaratar costes, tanto de fabricación como de personal.
Según un informe publicado por el Observatorio Europeo de la Reestructuración, entre 2003 y 2007 la deslocalización empresarial supuso el 7% del total de puestos de trabajo destruidos en todo el continente, un porcentaje que ha crecido desde los años 80, cuando los países asiáticos evolucionaron industrialmente al ofrecer productos de la misma calidad que los europeos, pero mucho más baratos. Trasladar fábricas a países extranjeros provocó una tendencia de desindustrialización en todo el continente, pero mientras que en países como Alemania el declive industrial apenas se notó, en otros como España fue muy significativo.
Tras la crisis de 2008, España se fijó como objetivo que el peso de la industria en el PIB alcanzase el 20% para el año 2020. Sin embargo, esa meta aún queda lejos. Tal y como reflejan los datos del Barómetro Industrial de 2021, la industria española ha perdido peso durante las últimas dos décadas, y actualmente representa el 14,7% del PIB, un número inferior al del año 2000, cuando se acercaba al 19%.
El profesor del departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad de la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas (ESADE), Daniel Arenas, opina que “tendríamos que apostar por la diversificación de nuestra economía”, ya que “si nos concentramos sólo en una actividad, como el turismo, nos volvemos dependientes de ella […] Ahora se nos presenta una oportunidad para recuperar otros sectores y darles más impulso”
Cuando aparece una crisis económica es recurrente que se abra el debate sobre si España necesita un cambio de modelo productivo. Cuando estalló la burbuja del ladrillo la crítica se centró en el crecimiento descontrolado que experimentó la construcción, y tras la irrupción de la pandemia el foco se situó en el turismo. El eco de fondo siempre parece ser el mismo: España, a pesar de ser la cuarta economía de la zona euro, tiene poca industria. Y los datos parecen corroborarlo.
Según el Instituto Nacional de Estadística, la cifra de negocios en la industria cayó en una media del 12% en 2020, su mayor retroceso desde el año 2009, cuando el desplome fue de casi el 22%. De entre todas las comunidades autónomas, únicamente tres llegaron a ese umbral del 20% del PIB para 2020: La Rioja, País Vasco y Navarra. Otras, como Andalucía y la Comunidad de Madrid, apenas alcanzan el 10%, y en la cola se encuentran ambos archipiélagos, con un peso en el PIB inferior al 3%
“Industria en España hay mucha, aunque quizá poco respaldada por las instituciones. Sólo nos falta la gran industria pesada que tienen otros países”, afirma Robles, que está convencido de que “el futuro está marcado por la sostenibilidad. La UE lo está apoyando a tope y quien se quede atrás perderá una enorme oportunidad […] El que no se apunte a esta revolución se va a quedar sin ventas, o las va a reducir terriblemente”.
Por su parte, Arenas coincide en que “lo deseable sería que el modelo energético cambiase. Por un lado, hay voluntad por parte de líderes políticos, pero otras partes de la economía, como por ejemplo el turismo, sufrirían con este cambio. Son sectores que oponen resistencia, y lo mismo que en la industria del automóvil estamos viendo pasos hacia la sostenibilidad, en otros como el de las aerolíneas [parte esencial del sector turístico], no los vemos”.
El futuro es verde y digital
Por otro lado está la pandemia, un actor completamente inesperado que ha movido bruscamente el tablero en un período muy breve de tiempo. La expansión del coronavirus provocó que muchos países se dieran cuenta de la fragilidad de sus economías cuando hubo que imponer cierres y restricciones, y también fueron testigos de los perjuicios que conlleva mover fábricas al extranjero cuando el stock nacional de material sanitario era insuficiente y dependían de importar el que se fabrica en otras naciones.
Emergencia climática y Covid, por lo tanto, están en el centro del debate sobre el futuro de la industria, donde una de las posibles soluciones puede ser la relocalización. Según datos del European Reshoring Monitor, en España hubo en torno a una docena de casos de relocalización entre los años 2014 y 2021, una tendencia que, aunque muy tímida, marca la pauta para algunas empresas que optan por regresar a su lugar de origen.
De cara a futuro, asegura Arenas, “hay quien habla, ya no de relocalización, sino de multilocalización, es decir, de depender menos de la producción asiática, sobre todo en industrias como la textil, y recuperar producción a nivel local […] Así se ahorra en transporte y se ahorra en impacto ambiental por emisiones, aunque en el caso del textil también se tendría que plantear hacerlo de manera más sostenible”.
El mercado asiático hace que sea imposible poder competir en precios y en mano de obra, y también queda descartado invertir en actividades contaminantes, por lo que la reactivación del tejido industrial español, y su competitividad en la esfera internacional, pasa inevitablemente por la innovación tecnológica y la sostenibilidad, un área donde nuestro país cuenta con enormes oportunidades, sobre todo en energías renovables, automoción e industria agroalimentaria, sectores donde España ya es una potencia.
“Tenemos la ventaja del sol y del viento, y mucho territorio que se podría aprovechar para hacer centrales de producción de energía renovable”, concluye el profesor de la ESADE. “Hay que invertir y priorizar esto en la agenda política, dar facilidades. No puede ser que otros países con menos horas de sol produzcan más energía solar que nosotros”.
Aun así, Arenas insiste en que el potencial de España no sólo reside en las energías renovables, sino que también se encuentra en la “agricultura sostenible y regenerativa […] El sector agrícola español también tendrá que hacer una adaptación, sobre todo por el aumento de las temperaturas, y hacer un producto más sostenible, orgánico y de proximidad, que es lo que también demanda el cliente europeo”, e invertir en el transporte ferroviario, mucho menos contaminante que el uso de camiones para trasladar los productos.
Empresas punteras en innovación
No obstante, en España hay ejemplos de empresas que son referentes en sostenibilidad y compromiso medioambiental, como Muebles LUFE, en el País Vasco. Su lema es “Muebles de madera natural a un precio justo”. Tras reinventarse en la crisis de 2008, fabrican sus productos de manera totalmente sostenible y respetuosa con el entorno.
“Estos son los valores que siempre hemos intentado inculcar. Queremos seguir inculcándolos y darle visibilidad a lo que hacemos”, dice Inés Arrillaga, la responsable de Recursos Humanos, que explica que “la madera que consumimos tiene certificado PEFC, es decir, que proviene de bosques sostenibles […] Miramos que toda la madera que usamos tenga ese certificado. Para nosotros es lo más importante, que a medida que se tala se vuelva a plantar y regenerar”.
A diferencia de la multinacional sueca Ikea, en LUFE toda la producción es local: “Todo lo fabricamos aquí, en Aizarnazabal [Guipúzkoa]”, por lo que el impacto medioambiental y la huella ecológica es muchísimo menor, ya que los productos no recorren miles de kilómetros en cargueros o en aviones. Además, la mayoría de su plantilla es de municipios de alrededor, por lo que también fomenta el empleo local.
Otro ejemplo de empresa puntera en innovación orientada a la sostenibilidad es la murciana Estrella de Levante, que en sus fábricas se esfuerzan por “minimizar al máximo los consumos de agua y de energía”, tal y como explica su director técnico, Juan Antonio López. “Trabajamos en temas de sostenibilidad desde los años 90. Fuimos pioneros en instalar depuradoras con bacterias que transforman la materia orgánica en biogás, y en vez de energía eléctrica aprovechamos ese biogás”.
En una región como Murcia, donde la sequía es un problema serio, el consumo y la gestión responsable del agua son aspectos fundamentales. “En todo momento buscamos la eficiencia hídrica”, comenta López.
“Hay sistemas de recuperación de agua en cascada, para minimizar al máximo el gasto de agua, que controlamos en cada unidad de producción […] Tenemos unas alarmas que nos avisan de cualquier sobreconsumo, y este sistema nos ha permitido reducir el consumo de forma drástica durante los últimos años”. Unas medidas de ahorro que empiezan en la tierra donde se cultiva la cebada que más tarde se convertirá en cerveza: “También medimos la huella hídrica en el campo, optimizando cada gota y, por supuesto, sin comprometer la calidad del producto”.
Sin embargo, la innovación sostenible no se queda en el agua. López comenta que también reducen el gasto de energía eléctrica y térmica, por ejemplo, mediante un sistema que recoge el calor residual para después utilizarlo en otros procesos. “Toda la electricidad que compramos es de origen renovable desde 2014 […] Tenemos una nave de envasado que funciona con captadores solares, que permiten aprovechar al máximo la luz natural”.
La sostenibilidad también es el objetivo principal de la sevillana Ingenostrum, una empresa de ingeniería especializada en la eficiencia energética. Su CEO, Santiago Rodríguez, expone que “la economía digital es la palanca de desarrollo más grande de Europa, y nosotros hemos dado un gran paso consiguiendo que los centros de datos con los que trabajamos sean neutros en carbono”.
En ese paso se encuentra el CC Green, el proyecto más novedoso de la compañía, que consiste en enfriar los servidores informáticos de hasta siete edificios utilizando “el excedente de una depuradora de aguas residuales […] bombeamos únicamente en horario solar, llenando una balsa artificial y dándole a esa agua una segunda vida”. Además, Rodríguez explica cómo también aprovechan el calor residual de ese procedimiento para aclimatar las oficinas de la empresa. De lo que se trata, concluye, es de “optimizar los recursos no fósiles de los que disponemos”.