La guerra en Ucrania, iniciada por la invasión rusa el pasado 24 de febrero, ha creado una crisis humanitaria sin precedentes. Y también ha generado un aumento del hambre y de la inseguridad alimentaria en los países más vulnerables, empeorando una situación ya de por sí grave derivada de la pandemia de la covid-19.
Los países de Oriente Medio y del África subsahariana son algunos de los más afectados por esta situación. La mitad de las importaciones de trigo de África provienen de Ucrania y Rusia, mientras que en otros países, como Egipto o Líbano, la dependencia de este alimento aumenta al 85% y 81%, respectivamente.
La situación se está volviendo dramática y, por ello, la ONU ya ha alertado de que el mundo vive la peor situación alimentaria desde la Segunda Guerra Mundial. A principios de abril, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) alertaba en un informe de que el hambre en la República Democrática del Congo había alcanzado niveles récord. Según señala el texto, más de 27 millones de personas (3 de 4 habitantes) se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria aguda.
Como señala Alberto Casado, director de Incidencia de Ayuda en Acción, “vivimos en un contexto donde la inseguridad alimentaria es cada vez más estructural y existe una concatenación de crisis como la covid o los efectos del cambio climático, y a todo ello se ha unido la guerra en Ucrania”.
El granero del mundo
Rusia y Ucrania se encuentran entre los productores agrícolas más importantes del mundo. Además, ambos son fundamentales para la oferta de productos alimentarios básicos y fertilizantes en el mercado mundial.
Según la FAO, en 2021, Rusia y Ucrania figuraron entre los tres principales exportadores mundiales de trigo, maíz, colza y semillas y aceite de girasol.
Rusia es, además, el principal exportador mundial de fertilizantes nitrogenados, el segundo de fertilizantes potásicos y el tercero de fertilizantes fosforados. Todos ellos fundamentales para las cosechas en diversas partes del mundo.
De este modo, la guerra podría exponer aún más a los mercados mundiales a una mayor volatilidad. Muchos de los países más vulnerables, según la ONU, dependen en gran medida de los suministros de alimentos básicos de Rusia y Ucrania para satisfacer sus necesidades de consumo.
La disminución de la oferta, pero no de la demanda y, por tanto, el aumento de los precios de alimentos básicos y fertilizantes afectaría directamente a la inseguridad alimentaria de millones de personas.
“Esto afecta a las economías más vulnerables, en especial en aquellos países donde las economías familiares tienen que gastar hasta el 60% de sus ingresos en alimentación; un incremento en el precio de los alimentos puede ser catastrófico”, alerta Casado.
¿Maldición de los recursos?
Lo irónico de la cuestión es que muchos de los países que se ven más afectados por la inseguridad alimentaria son muy ricos en recursos naturales. El continente africano es un buen ejemplo de ello. Según el Centro Africano de Recursos Naturales (ANRC), África es el hogar de la masa de tierra cultivable más grande del mundo y posee el segundo bosque tropical más extenso, alrededor de un tercio de todas las reservas de minerales mundiales, el 8% de las reservas globales de petróleo y el 7% de las reservas de gas natural del mundo.
Ante tal situación, muchos académicos se plantean si existe una maldición de los recursos, es decir, que una abundancia en recursos naturales no signifique un mayor bienestar en la población.
“Las economías fuertemente dependientes de la explotación y exportación de recursos naturales —sobre todo no renovables, como minerales e hidrocarburos— se caracterizan por tasas de crecimiento económico más modestos y volátiles que las economías más diversificadas y registran indicadores de desarrollo económico más bajos”, explica Eszter Wirth, analista de economía internacional y profesora de la Universidad Pontificia Comillas.
La sobredependencia de la exportación de estos recursos hace que estas economías se enfrenten a una alta volatilidad en los precios de los mercados mundiales. Y cuando los precios caen, las consecuencias son catastróficas.
“Cuando los precios sufren una caída brusca, las autoridades no tienen recursos suficientes para mitigar el ciclo recesivo, dejando proyectos de combate a la pobreza e infraestructuras inacabadas y proveedores sin remunerar”, indica Wirth.
A todo ello se une toda una serie de factores sociopolíticos que explican la situación crítica que viven muchos de estos países. Ejemplos claros de ello son, como señala Wirth, el padrinazgo, la corrupción o el malgasto de las rentas procedentes de la exportación de estos recursos naturales.
Un futuro incierto
En un escenario que no prevé que la guerra en Ucrania acabe pronto, la crisis de inseguridad alimentaria mundial podría extenderse a lo largo del tiempo. Según la FAO, el impacto de este conflicto podría traducirse en el aumento de 8 a 13 millones de personas en situación de desnutrición entre 2022 y 2023. Si la guerra se extendiera, el impacto sobre la nutrición podría extenderse mucho más allá de 2023.
La propia FAO, en una evaluación en 19 de los 24 oblasts o regiones de Ucrania, ya ha alertado de que no está claro que el país vaya a poder cosechar cultivos, plantar nuevos o mantener la producción ganadera pronto.
Por ello, aunque es importante y muy necesario atender la gran crisis humanitaria derivada de la invasión rusa, como recuerda Casado, “no hay que olvidar los compromisos y las situaciones de otros países donde Europa y los países donantes ya estaban contribuyendo para reducir el riesgo de inseguridad alimentaria”.