Los vecinos de Valdemanzanas, una pedanía del pueblo leonés de Santa Colomba de Somoza, fueron evacuados en la mañana de ayer. No había fuego ni ningún otro fenómeno adverso. El motivo era otro. Durante tres días, esta y otras tres localidades de la provincia de León –Luyego de Somoza, Val de San Lorenzo y Astorga– se han convertido en el epicentro de operaciones para la lucha europea contra grandes incendios simultáneos.
Los más de 430 profesionales que han acudido al simulacro proceden de cinco países europeos (Portugal, Francia, Grecia, Croacia e Italia), además del nuestro. Su objetivo es llegar a coordinarse entre todos como si fueran un único equipo ante aquellos casos en los que los efectivos se encuentren fuera de capacidad propia de extinción.
El lugar elegido ha sido León, una de las provincias con más incendios, pero también con más experiencia en su extinción. Allí, estos días, se ha simulado uno de los escenarios más negros: la generación de grandes incendios forestales de manera simultánea.
Ángela Iglesias, jefa de Servicio de Incendios Forestales del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), explica a EL ESPAÑOL que este sería uno de los motivos por los que estaría justificado solicitar ayuda internacional.
No hay fuego real. Se preparan diferentes misiones a las que los equipos de extinción deben hacer frente en situaciones adversas y complejas. Ya sea la evacuación de una localidad entera –como ha ocurrido en Valdemanzanas–, de unos campistas, o asuntos relativos a la coordinación, protección de infraestructuras relevantes, salvaguarda de Bienes de Interés Cultural (BIC) o la introducción y asignación de roles de maquinaria pesada y medios aéreos.
El último entrenamiento de este tipo se llevó a cabo en el año 2018, en Croacia. Aunque, como informa el MITECO, a nivel nacional también se realizado operativos en los últimos años en las zonas de Despeñaperros y del Ebro con equipos de extinción regionales.
“El objetivo de este ejercicio no es tanto el extinguir el incendio, sino que lo que se está ejercitando es la interoperabilidad de los equipos”, cuenta Iglesias. La idea es que funcionen de manera autosuficiente allí donde se les requiera. Ocurrió cuando tuvieron que acudir a Grecia e Italia en el mes de agosto pasado. Los países, desbordados, solicitaron la ayuda de la Unión Europea para sofocar unos incendios que parecían imposibles.
Menos incendios, pero más complejos
“Si hacemos este tipo de ejercicios es para hacer frente a incendios especialmente complejos como puede ser el de Sierra Bermeja, el de Navalacruz u otros que puedan darse”, asegura Iglesias.
Aunque las estadísticas oficiales muestran que España sufre cada año menos grandes incendios forestales, lo cierto es que la complejidad de los que se producen va en aumento. Apunta la experta que “a lo mejor son dos o tres al año, pero son tremendamente difíciles o de muy compleja extinción”.
El ejemplo más claro y más reciente fue el incendio de Málaga, en septiembre del año pasado. Este monstruo de fuego –como llegaron a calificarlo– creó paredes de llamas de 30 metros de altura y pirocúmulos que modificaron la meteorología que tenía alrededor. Estos episodios extremos generan, como ocurrió, vientos locales que crean focos secundarios y que, además, pueden atrapar a los profesionales que luchan contra los incendios.
José Ramón González, técnico forestal del Colegio Oficial de Ingenieros y Técnicos Forestales (COITF), cuenta que el problema de la simultaneidad es que ha habido casos, como en Galicia, con hasta 350 focos en el mismo día. “Estas situaciones exigen una versatilidad muy grande y una logística muy complicada”, asegura.
A este respecto, Iglesias señala que hay veces que es tan peligroso o más que se produzcan muchos pequeños fuegos a la vez en una misma región, que un único episodio de gran incendio forestal.
Son eventos que este verano, en particular, podrían llegar a tener lugar si se dan condiciones desfavorables. Como explica González, “hay mucha continuidad de combustible”. Es decir, de vegetación que ha crecido en un mes de abril lluvioso y que la primera semana de junio comenzará a secarse. “Hay mucha hierba disponible que puede arder”, apunta, sobre todo en la mitad y sur peninsular.
Las predicciones para este verano mantienen preocupados a los expertos. Tras un otoño y un invierno más secos de lo normal, la Península puede convertirse en un polvorín. Y más en un país como el nuestro donde, más allá de que se den condiciones desfavorables como vientos importantes y altas temperaturas, todavía nueve de cada 10 incendios son provocados. De hecho, en el último año, los detenidos por este motivo han ido en aumento.
Los expertos señalan además otro problema en cuestión de extinción de incendios, y es que la interfaz urbano forestal se ha ido diluyendo cada vez más. “Como sociedad, nos hemos acercado mucho al paisaje forestal”, asegura González. Esto obliga a que, cuando hay un incendio importante, se priorice –como es lógico– la salvaguarda de la población.
El problema es que todo esto dificulta aún más los trabajos de extinción. Eso sin contar que, dada la forma de vida actual, cada vez se ha ido abandonando más el trabajo de campo y los paisajes se han ido renaturalizando sin control. La traducción es que hay más vegetación disponible con facilidad de arder si se dan condiciones desfavorables.
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