Palizas, alambre de espino, barro y muerte: la ruta de los refugiados olvidados que Europa no quiere
La bienvenida a los exiliados ucranianos contrasta con la violencia que sufren quienes llegan por los Balcanes desde Oriente Medio o África.
10 septiembre, 2022 02:45Golpeados, estafados, explotados, detenidos, humillados, expulsados, heridos, hacinados, vejados, hambrientos, exhaustos, con frío… También con una idea indestructible: entrar en la Unión Europea; acceder a una nueva vida; olvidar para siempre la calamidad de la que huyen.
Esa es la situación que padecen la inmensa mayoría de las decenas de miles de migrantes que cada año llegan a las fronteras exteriores de Europa Oriental y que, en la mayoría de los casos, terminan en el limbo de un campo de refugiados a la espera de asilo, o muertos a miles de kilómetros del hogar que se vieron obligados a abandonar.
El precio por alcanzar la promesa del desarrollo, el bienestar y las oportunidades es muy alto, y no solo en el dinero que muchos de ellos pagan a organizaciones criminales que se lucran trasladándolos de frontera a frontera. Según un informe de ACNUR, publicado a finales del año pasado, un gran número de las víctimas de redes de contrabando quedan expuestas a robos, detenciones arbitrarias, explotación sexual o agresiones físicas.
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La calidez de la bienvenida a los refugiados ucranianos tras la invasión rusa contrasta con la violencia física e institucional que sufren quienes vienen de Siria, Afganistán, Irak, o el África subsahariana. Para unos asistencia médica, hogares de acogida, plazas en colegios y programas de empleo; para otros golpes, abusos, devoluciones en caliente, centros de detención de inmigrantes y noches a la intemperie en tierra de nadie.
Wais huyó de Afganistán cuando los talibanes intentaron reclutarlo. Tiene 23 años y lleva tres en Grecia. Le pagó 200 euros a una mafia en Irán para que lo llevara a la frontera con Turquía. “El viaje duró nueve días. No todos aguantaron […] Mi primo se volvió loco, al final prefirió que lo deportaran”
En Turquía, de nuevo una organización criminal los reunió “en un parque y nos llevaron en coche hasta cerca de la costa, donde tuvimos que esperar cuatro días escondidos”. Allí les hicieron “construir un barco con tablones y una lancha inflable para 50 personas. El el viaje [a Grecia] duró siete horas, y ese día el mar estaba más violento de lo habitual, por eso no había mucha vigilancia”.
En lo que llevamos de año, en torno a 150.000 personas han llegado a Europa por los Balcanes, una cifra casi cuatro veces superior a la registrada en el mismo período de 2021, tal y como exponen los datos de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex). Estos números convierten a la ruta balcánica en una de las más utilizada para acceder al continente, junto con las del Mediterráneo Central y Oriental.
El peligro no acaba en la UE
La ruta de los Balcanes empezó a llamarse así hace años, cuando se estableció como la opción de tránsito más habitual para los exiliados procedentes de Oriente Medio. En ella, Turquía es el primer umbral hacia la tierra prometida, y desde allí hay tres recorridos principales: uno cruza el Bósforo y se adentra en Bulgaria para ascender por Rumanía o Serbia hasta llegar a Hungría o Croacia. En los otros dos, Grecia hace de antesala al continente, pero luego el corredor se bifurca en un camino que atraviesa Macedonia del Norte y Serbia, de nuevo hasta las fronteras de Hungría o Croacia; y otro que cruza Albania, Montenegro y Bosnia Herzegovina hasta suelo croata.
Sin embargo, la travesía no termina ahí. Los migrantes siguen moviéndose, siguen intentando evitar el peligro mientras avanzan hacia el norte, vadeando países como Eslovenia, Italia o Austria hasta llegar a uno de los destinos más anhelados: Alemania. Solo un porcentaje ínfimo lo consigue, ya que los estados invierten muchos recursos en medidas disuasorias, control de fronteras y el perfeccionamiento de mecanismos de expulsión a menudo incompatibles con el derecho internacional.
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“Es evidente que durante las últimas décadas la Unión Europea ha completado un proceso político para hacer que la migración sea más difícil desde fuera de Europa, dejando a las personas transitar por rutas irregulares y peligrosas", asegura Lucija Mulalić, integrante del Programa de Asilo, Integración y Seguridad del Centro de Estudios para la Paz (CMS) en Croacia.
Para ella, “la respuesta de los países europeos a la llegada de refugiados ucranianos ha sido muy diferente a la recepción de refugiados sirios o afganos, lo que envía un peligroso mensaje de jerarquización del sufrimiento basado en la nacionalidad, la etnia y la religión [...] Tanto en Croacia como en Europa, el enfoque de los políticos es ubicar a los refugiados en campamentos colectivos –algunos abiertos, algunos cerrados; muchos superpoblados y sin condiciones de vida dignas– y todos diseñados para segregar y marginar todavía más a las personas”.
“Volvería a mi país si pudiera, si fuera un lugar seguro para mí”, sentencia Wais. Se queja de que en Europa “no puedes encontrar un buen trabajo, no puedes demostrar tu talento y no puedes estudiar [...] No pido apoyo para siempre, solo lo necesario para aprender, aprender el idioma y entonces poder trabajar y crearme mi propio camino”
Expulsados a golpes
En 2016 la Ruta de los Balcanes (la que traspasa Serbia) quedó oficialmente cerrada, y Hungría reforzó la seguridad en su frontera sur. Por supuesto, el cierre no evitó que decenas de miles de personas continuasen llegando a Europa y explorasen vías de entrada alternativas, caminando sin agua durante días, evitando a las patrullas de vigilancia y acampando en mitad de bosques como los del noroeste de Bosnia.
El procedimiento siempre es igual: la policía intercepta a los migrantes en suelo nacional y los obliga —a menudo con porras, e incluso usando perros y pistolas eléctricas— a retroceder hasta que pasan la frontera y están lo suficientemente lejos. Sin ninguna asistencia legal ni la posibilidad de defenderse, ni física ni jurídicamente.
Las devoluciones en caliente son la norma en muchas fronteras comunitarias y también son habituales los episodios de violencia policial contra los refugiados. Hace unos años, un grupo de medios europeos publicó una investigación que revelaba y documentaba con fotos y vídeos cómo las fuerzas de seguridad croatas expulsan a golpes y empujones a cientos de refugiados a través de la frontera Bosnia. En Rumanía ocurre lo mismo.
Las devoluciones en caliente “son una realidad en Croacia, pero también en España, Grecia, Italia, Eslovenia, Austria o Francia”, incide Mulalić, que critica que no haya “repercusiones ni para los países que las ejecutan ni para agencias como Frontex, acusada de estar involucrada. Esto significa que la práctica en sí está siendo permitida por los niveles más altos de la política europea”.
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Precisamente Frontex se esfuerza por dejar claro es que ellos no reemplazan “a las autoridades nacionales en el control fronterizo". Sin embargo, reconocen que brindan "asistencia adicional: personal, equipos, patrullas o aviones de vigilancia”. También insisten en que no tienen “mandato para iniciar ninguna investigación” sobre violencia policial ni devoluciones en caliente.
No obstante, tal y como detalla el CMS, en 2020 más de 16.000 personas fueron expulsadas de Croacia, y el año pasado las devoluciones superaron las 9.000. La organización también denuncia que el Ministerio del Interior croata califique de “incidentes aislados” los abusos que comete la policía ya que, dicen, llevan años produciéndose repetidamente.
Grecia: primera puerta
Tras el cierre oficial de la ruta, Grecia se convirtió en una gigantesco limbo al que llegaban refugiados nuevos y al que regresaban los que eran expulsados de otros países. A mediados de junio, varias organizaciones pro derechos humanos denunciaron que, prometiéndoles asilo, la policía helena utilizaba migrantes de forma reiterada para ayudar a devolver a otros por la frontera turca y evitar nuevas entradas en el país.
Inés Martínez es una voluntaria española de SOS Refugiados que acaba de llegar allí. Explica que el acceso a los campos está muy restringido, y la policía custodia los accesos y prohíbe la entrada: “No puede entrar gente externa, y están haciendo todo lo posible para molestar a quienes están allí y que se vayan [...] No dejan ni vivir en paz a los que ya están en la miseria”, reflexiona.
Aun así, la organización va periódicamente hasta las inmediaciones de los campos para intentar entregar provisiones, sobre todo alimentos, ropa y productos de higiene básicos: “Sólo podemos llevar la furgoneta y Wais, que es afgano, habla con la gente que conoce dentro para que vengan a descargar y a llevarse las cosas”, cuenta.
El país heleno es una especie de felpudo en la entrada al sueño europeo. “La mayoría quiere ir a Alemania, donde hay trabajo”, cuenta Martínez. "Saben que allí van a recibir un salario menor —y en negro— al de un nacional, pero aun así son unas condiciones de vida con las que aquí no pueden ni soñar".
El gobierno presta algo de ayuda hasta que los solicitantes logran asilo o el estatus de refugiados. En ese momento la ayuda pública se desvanece y muchos se ven sin vivienda ni trabajo. “Para ellos, Grecia es una cárcel al aire libre”, añade la voluntaria. “No pueden moverse libremente, no pueden salir de aquí, no pueden trabajar aun teniendo permiso de trabajo, porque no hay [...] Son personas atrapadas en un territorio que no les pertenece, en una identidad que no les pertenece, en un pasado doloroso y sin poder idear un futuro”.
Serbia: escala principal
En la ruta de los Balcanes, Serbia es un paso clave. El recuento oficial revela que en 2021 más de 60.000 exiliados, la mayoría procedentes de Siria, Afganistán, Pakistán, Bangladesh y Burundi, pasaron por centros de acogida temporal, y únicamente 2.300 pidieron asilo —lo obtuvieron 14—. Esto indica que Serbia solo es un lugar de tránsito hacia el centro y el norte del continente.
Esta peculiaridad también convierte a la república balcánica en el país donde más abunda, y más efectivo es, el tráfico de personas. Los delincuentes suelen atraer a los migrantes prometiéndoles trabajo en Europa y asegurándoles que pueden llevarlos hasta las puertas de la UE. Luego les cobran un precio desorbitado por un viaje que no siempre es real (es común que huyan después de recibir el dinero) y que, de serlo, incluye tramos a pie, de noche, y con temperaturas bajo cero.
“La mayoría de los refugiados llegan a Serbia golpeados y humillados por la violencia policial y las políticas estatales, relata Milica Švabić, abogada en el Centro para el Desarrollo de Políticas Sociales del país balcánico. “Algunos vienen con lesiones graves, como huesos rotos o heridas que se infectan porque se les negó tratamiento médico [...] Cuando los atendemos aquí todos se quejan del trato de la policía en países previos, especialmente en Bulgaria y Grecia”.
“Los refugiados no son visibles para el sistema y no tienen acceso a la protección estatal”, recalca Švabić, que explica que no existe ningún tipo de plan de asistencia humanitaria por parte del gobierno serbio. Por el contrario, dice, “está construyendo una valla en su frontera con Macedonia del Norte y se alinea con una política estricta contra la inmigración".
Esa es la razón, prosigue la abogada, por la que una cantidad importante de exiliados “se ven obligados a recurrir a los contrabandistas y sus redes, cada vez más amplias y más fuertes”. También “hay mucha gente que se ve obligada a quedarse en squats (asentamientos informales que construyen los propios refugiados) en la frontera con Hungría porque no tiene acceso a los campamentos”.
“Mucha gente recurre a ellos si no tienen los papeles”, incide Wais. “Pueden pagar hasta 5.000 euros por un pasaporte falso [...] La mafia siempre te cuenta cosas bonitas: que si Europa es un buen lugar, que encontrarás un trabajo… Pero no sabes nada hasta que llegas. La realidad está oculta y cuando se te abre la puerta entonces puedes verlo todo”.
Complicidad de la UE
La Europa plural de la concordia, la democracia, la integración, los derechos, la tolerancia y el progreso no quiere migrantes de África ni Oriente Medio. Esos refugiados son los otros, los que únicamente tienen derecho a morir. Solo en 2021 se ahogaron unos 2.000 en el Mediterráneo, una cifra superior a la del año anterior, según el Monitor Euromediterráneo de Derechos Humanos, pero Bruselas no inició ninguna acción humanitaria para mitigarlo.
“La Unión Europea ha dejado claro que no es su prioridad encontrar soluciones significativas y dignas para los refugiados, y la gestión de la migración tanto a nivel de políticas como en la práctica lo demuestra claramente”, insiste la experta del CMS. Considera que “para Europa es rentable mantener a personas en situación irregular, ya que eso las hace aún más vulnerables, en particular a las prácticas laborales precarias y de explotación que, por supuesto, benefician enormemente a una población europea cada vez más envejecida”.
Lo que sí ha hecho Europa es endurecer el marco legislativo para evitar que sigan llegando refugiados de fuera del continente. Ahora se trata a los migrantes como un problema de seguridad, e incluso se ha mermado el derecho al asilo. Otra de las medidas recurrentes es darle grandes cantidades de dinero a los países de origen y adyacentes para que repriman la inmigración.
En el caso de Afganistán, la UE pagó a Irán o Pakistán para que se hicieran cargo, y en los últimos cinco años la Comisión Europea le ha dado a Croacia más de 40 millones de euros —y se le han concedido otros 120— para comprar tecnología fronteriza, lo que ha ocasionado que el corredor croata sea el más difícil de cruzar de toda la Ruta de los Balcanes.
Sobre estas operaciones fronterizas, en febrero el Defensor del Pueblo Europeo declaró que la Comisión Europea no garantizó el respeto de los derechos por parte de las autoridades, y confirmó “deficiencias significativas” en la respuesta que dio Bruselas a los abusos.
Siglos de disputas por el territorio, batallas medievales, modificaciones de fronteras, conquistas y reinos caídos han convertido a los Balcanes en una de las zonas del planeta donde más enfrentamientos se han producido a lo largo de la historia; donde más sangre se ha derramado.
En el último conflicto, este área geográfica fue testigo del desmembramiento y desaparición de un país entero: Yugoslavia. Ahora es el suelo por el que transita uno de los principales flujos migratorios del mundo, pero en esta aduana milenaria de la vieja Europa, el sufrimiento humano continúa.