Xi Jinping, el ‘emperador’ sin ‘emperatrices’: el techo de cristal de la mujer en la alta esfera política china
El final del vigésimo Congreso del Partido Comunista de China constató que ninguna mujer ocupará un cargo en el Politburó tras más de dos décadas.
24 octubre, 2022 16:39“Las mujeres sostendrán la mitad del cielo”, remarcó Mao Zedong mientras conducía al país a una revolución comunista. Sin embargo, siete décadas después, el objetivo de mejorar e igualar la condición y participación política de las mujeres en China dista mucho de lo que se pretendía. Tras la finalización del vigésimo Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) el pasado domingo, se ha confirmado la noticia de que no habrá ninguna mujer en el Politburó después de décadas.
El encuentro ha ratificado, además, a Xi Jinping como el máximo líder del gigante asiático para un tercer mandato tras romper con el límite de dos.
Con la salida de Sun Chunlan, la dama de hierro que ha estado al cargo de contener los brotes del coronavirus en el país, tras superar la edad de jubilación, el Partido Comunista de China se queda sin representación femenina en uno de sus órganos clave en la toma de decisiones.
Desde 1997, con base en una norma no escrita, al menos una mujer ha ocupado uno de los 25 asientos que tiene el Buró Político del Comité Central. Con esta nueva situación, opina Marta Nuevo, analista de Asia-Pacífico y colaboradora de El Orden Mundial (EOM), “se da un paso atrás”.
Hasta ahora, sólo seis mujeres han ocupado alguna vez un asiento en este órgano y tres de ellas eran esposas de líderes revolucionarios: Jiang Qing (Mao Zedong), Deng Yingchao (Zhou Enlai) y Ye Qun (Lin Biao). Ninguna mujer ha accedido por el momento al Comité Permanente, el máximo órgano del Politburó.
Se esperaba que otra mujer, Shen Yiqin (secretaria del Partido Comunista en la provincia de Guizhou y la única mujer entre los 31 jefes del partido a cargo de provincias, municipios y regiones autónomas de China), ocupara su puesto. Finalmente, sólo fue promovida al Comité Central, donde las mujeres también se encuentran infrarrepresentadas: únicamente 11 de los 205 miembros.
Hubo otras candidatas fuertes para el puesto: Yu Hongqiu, la única mujer entre los ocho del organismo anticorrupción del Partido Comunista, y Shen Yueyue, presidenta de la Federación de Mujeres de China. Aunque sólo Shen fue ascendida al Comité Central el pasado fin de semana.
Una transición incompleta
Con el establecimiento de la República Popular de China en 1949, el objetivo del partido fue acabar con la lógica de la familia confuciana patriarcal. La mujer se incorporó al trabajo en una maltrecha economía posguerra y, entre otras medidas, se abolió la prostitución y los matrimonios forzados.
No obstante, a pesar de las encomiendas del timonel, el papel político de la mujer en la China actual está completamente relegado a un papel secundario. Ver a una mujer ocupando un alto cargo es una rareza que puede ser catalogada con el proverbio chino de una pluma de fénix y un cuerno de unicornio (凤毛麟角). Esto es, una rareza entre las rarezas.
Según recoge el diario hongkonés South China Morning Post, alrededor de dos millones de mujeres trabajan en el Partido Comunista y en los órganos gubernamentales. Sin embargo, aunque representan más de la mitad de los nuevos empleados que entran nuevos en el gobierno central cada año, la mayoría se encuentran en un nivel inferior.
Las mujeres, señala la profesora de la Universidad de Beijing, Patricia Castro Obando, en el Observatorio de la Política China, representan un 48% de la población en China y el 30% en el partido, pero ocupan menos del 8% de los puestos de alto rango.
“En China hay mujeres exitosas en el ámbito del deporte, de la economía o de la educación, pero en el nivel político el sesgo de las peticiones para ocupar un cargo público siempre es mucho más difícil para una mujer”, explica Inés Arco, investigadora del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB).
Uno de los grandes problemas es que las mujeres políticas tienden a ascender a través de áreas como la educación o en asuntos civiles. Por ejemplo, las últimas dos mujeres que ocuparon un cargo en el Politburó, Sun Chunlan y Wu Yi, llevaron respectivamente las crisis sanitarias del SARS y de la COVID.
“Hay un cierto favoritismo a que las mujeres se encarguen de temas como la salud, temas sociales, educación, propaganda, que no son consideradas tan relevantes”, indica Arco. Carteras de más alto perfil como las de economía, la seguridad nacional, la industria o la tecnología raramente son asignadas a mujeres.
Al final, para la investigadora del CIDOB, esto representa que sigue existiendo un claro sesgo de género: “Las mujeres en general siguen ocupando la esfera privada y no la pública". Aunque quiere recalcar que es algo que sigue ocurriendo en otros países de Asia Oriental como Corea del Sur o Japón.
El gran problema derivado de esta ausencia, comenta Nuevo, es que “la falta de mujeres pasará factura a la hora de legislar sobre las mujeres y sobre sus cuerpos”. Los ejemplos más claros para la analista son las políticas de limitación de hijos: "Son hombres legislando sobre los cuerpos de las mujeres".
En la actualidad, con la reducción drástica de la natalidad en China, desde el Gobierno chino están empujando a las familias para que tengan más de un hijo. Y con esta imposición, si las mujeres tienen interés en avanzar laboralmente, opina la analista, “están truncando su carrera profesional”. Y añade: “Estás dando más motivos para que no haya representación femenina ni participación de las mujeres en la vida política”.
[Polémica por la maternidad en China: por qué las mujeres no quieren tener hijos]
El movimiento #Metoo chino
En 2015, un grupo de cinco jóvenes chinas —conocidas como las Feminist Five— irrumpieron en el transporte público de Beijing con pancartas para protestar contra la violencia de género. Su arresto supuso la antesala del movimiento #MeToo en China dos años después.
Desde entonces, el PCCh ha tenido una relación complicada y ha lanzado repetidas medidas enérgicas contras las feministas. Los movimientos sociales feministas, dilucida Arco, han sido vistos como “una forma de contestación al régimen”.
Uno de los últimos casos fue el de Zhou Xiaoxuan. El pasado 10 de agosto, un tribunal de Beijing rechazó su apelación tras haber acusado de acoso sexual a un presentador de la televisión estatal china.
El caso, señalan Sara Liao y Rose Luqiu en un artículo para la revista The Diplomat, fue considerado todo un hito para el movimiento #MeToo en China porque impulsó a otras mujeres a compartir públicamente sus propias historias de acoso sexual. El impacto no fue solo en internet, sino que también desencadenó protestas en las calles.
Otro caso sonado reciente fue el de Peng Shuai. La tenista china publicó el pasado noviembre un mensaje en Weibo —la principal red social china— acusando a Zhang Gaoli, alto mandatario chino, de abusar sexualmente de ella. Poco después, Peng desapareció durante semanas.
No reapareció hasta semanas después tras una campaña internacional bajo el hashtag #WhereisPengShuai (dónde está Peng Shuai), donde señaló que el mensaje había sido malinterpretado. Casi un año después, ella mantiene un perfil bajo, mientras que Zhang continúa sus labores en el alto escenario político.
“No le pasó nada, ni le pasará nada”, indica Nuevo en referencia a Zhang. Y añade: “Si en Europa ya cuesta que estos casos tengan consecuencias para los agresores, en China está aún más crudo”.
Cinco años después del estallido de los brotes verdes de la lucha por alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres en China, el movimiento #MeToo ha avanzado muy poco.
El reciente Congreso del Partido Comunista Chino sólo es el último ejemplo de que la mujer continúa relegada en un segundo plano en la sociedad y en la política china. Como señala Castro: “Las políticas chinas sostienen la mitad del cielo, pero este cielo no les pertenece”.
Aún así, Arco prefiere ver el lado positivo. “Las mujeres a lo mejor no han sido tan activas dentro del movimiento feminista, pero sí que las mujeres jóvenes, al igual que en otras sociedades, van a ser un motor de cambio y también de contestación”, concluye la investigadora.