El mar de Aral, el ocaso de uno de los lagos más grandes del mundo: "Es el ejemplo de lo que le pasará a Doñana"
Debido a las desastrosas políticas aplicadas por la Unión Soviética en los años 60, esta masa de agua casi ha desaparecido.
15 abril, 2023 02:00Un amplio terreno cubierto por una arena fina y amarilla. No se divisa el fin. El agua escasea. El óxido se acumula en los barcos encallados que antaño navegaban por el mismo sitio que ahora cubre el desierto. No, no hablo del mundo postapocalíptico de Max Rockatansky. Tampoco del planeta Tatooine, hogar de Luke Skywalker. Se trata del mar de Aral —aunque, por desgracia, ya queda poco de mar—.
Y aunque no fuera una guerra nuclear la que provocase el desastre, como ocurriera en 'Mad Max', fue el ser humano el que provocó la que ya es conocida como una de las grandes “catástrofes medioambientales de nuestros tiempos”, como lo calificó Ban Ki Moon, antiguo secretario general de las Naciones Unidas. El que fuera uno de los lagos más grandes del mundo es hoy la sombra de lo que algún día fue. Ahora, los lugareños ya ni lo llaman mar, sino que prefieren llamarlo Aral Kum, esto es, el desierto de Aral.
Todo empezó en los años 60. Por aquella época, el mar de Aral se extendía por la región fronteriza en el oeste de Kazajistán y el noroeste de Uzbekistán. Con una superficie de 67.500 kilómetros cuadrados —un tamaño equivalente a once comunidades de Madrid—, era el cuarto lago más grande del mundo, siendo sólo superado por el mar Caspio, el lago Superior y el lago Victoria.
Pero los soviéticos, en su afán de desarrollar la región, buscaron llenar las áridas llanuras de Kazajstán, Uzbekistán y Turkmenistán de algodón —que ya existían— y otros cultivos. Para ello, la Unión Soviética emprendió un importante proyecto para desviar el caudal de los dos principales ríos de la región: el Syr Darya y el Amu Darya. En el transcurso de sólo tres décadas, la tierra de regadío casi se duplicó, pasando de los 4,7 millones de hectáreas de 1950 a los 7,9 millones de hectáreas en 1980.
Y aunque estos trasvases hicieron florecer al desierto, dejó una huella imborrable en el mar Aral. “Se llegó a esa catástrofe debido a un plan político ideado para dotar de agua a los cultivos de algodón”, concluye Julio Barea, doctor en Geología por la Universidad Complutense de Madrid y responsable de Aguas de Greenpeace. La expansión se había realizado a costa de la desviación del caudal del Syr Darya y el Amu Darya, que redujeron alrededor de un 80% la entrada de agua en el mar de Aral, según datos del Banco Mundial.
“Esta intervención humana transformadora se construyó para anclar un sector de producción de algodón en gran expansión en Asia Central”, remarcan los profesores Kristopher White (Universidad KIMEP) y Philip Micklin (Universidad Western Michigan) en un artículo publicado en Focus on Geography. Y señalan que esas acciones humanas terminaron por inclinar el “balance hídrico del Aral a condiciones deficitarias” y a la “evaporación”, algo que ha llegado hasta nuestros días.
Para finales de la década de los 80, el lago ya se había dividido en dos partes. Una parte meridional mucho más grande, comprendida entre Kazajistán y la región de Karakalpakstán, en Uzbekistán, fue alimentada periódicamente por el río Amu Darya. Y, la parte septentrional, ubicada completamente en Kazajistán, estaba alimentado por el Syr Darya. Nunca más se unieron.
“Desde su división en 1989, estos dos cuerpos de agua se han mantenido distintos y, como tal, el Mar de Aral no ha existido como una única entidad geográfica física desde entonces”, indican White y Micklin. Desde entonces, el problema sólo ha ido a peor. En 2014, según señalan desde la NASA, el lóbulo oriental de la zona meridional desapareció por completo.
Por otro lado, el cambio climático tampoco ha sido de ayuda. Tal y como explica la investigadora Elena Gordillo en un artículo en la revista especializada en Asia The Diplomat, “se espera que la reducción de los glaciares y los campos de nieve en las montañas Tian Shan y Pamir disminuyan aún más la entrada de agua en el mar de Aral”.
Un desastre medioambiental y social
A principios del siglo XX, en la región del Aral había una industria pesquera vibrante. Durante la hambruna en varias regiones de Rusia, los pescadores se ofrecieron para enviar un cargamento de pescado en 1921. En aquel momento, la pesca representaba el principal sector económico de la región. De hecho, la fábrica de conservas de pescado de Muynaq, al sur del lago, era una de las fábricas más grandes de cualquier tipo dentro de la Unión Soviética.
En su apogeo, el pico de capturas llegó hasta las 48.000 toneladas en 1957. Los puertos de Aralsk y Muynap se habían convertido en importantes puertos de tránsito entre los buques y las líneas ferroviarias conectadas con gran parte del resto de la URSS. Pero todo desapareció. A medida que el mar de Aral se secó, las pesquerías y las comunidades que dependían de esta actividad colapsaron por completo.
“El lago se usaba para faenar y podíamos ver barcos de vela y de pesca”, dijo a finales del siglo pasado Aksoltan Ataeva, en aquel momento representante permanente de Turkmenistán ante las Naciones Unidas, al describir el cambio radical que vivió el lugar, “Ahora todavía podemos verlos, pero están atrapados en la arena”.
La drástica disminución del nivel de agua ha destruido para siempre ecosistemas de humedales de importancia mundial, pero también ha creado un enorme problema de salud para las millones de personas que viven en su cuenca. “Entre todos estos graves problemas”, dijo el embajador turkmeno, “el más grave es el problema de la salud”.
La poca agua que quedaba se había convertido cada vez en más salada y se contaminó con fertilizantes y pesticidas. Asimismo, el polvo ha degradado los suelos y la pérdida de la influencia moderadora del agua ha hecho que los inviernos sean más fríos y los veranos más cálidos y secos.
Debido a la alta salinidad y concentración de activos tóxicos —principalmente a causa de los fertilizantes—, un estudio reciente descubrió que las áreas cercanas al Aral tienen una de las tasas más altas de enfermedades cardiovasculares y discapacidades psicológicas del mundo. “Los habitantes se enfrentan a la exposición de sales y compuestos químicos a través del suministro de alimento y agua, así como a través del aire que respiran”, señalan White y Micklin.
El resultado es toda una serie de enfermedades: cánceres, anemia o enfermedades respiratorias y circulatorias. Todo ello, añaden los profesores, “amplificados por el desempleo generalizado y las condiciones de pobreza”.
Soluciones fallidas
Ante esta catástrofe medioambiental, no han sido pocos los proyectos para revertir la tendencia, aunque en general con poco éxito. A principios de los 90, cuando ya era evidente el desastre ecológico, el Banco Mundial puso en marcha un Programa de Asistencia para la Cuenca del Mar de Aral (ASBP en sus siglas en inglés). Aunque los expertos en hidrología y gestión del agua del Banco concluyeron que el agua disponible en cualquier escenario realista a corto plazo no iba a ser suficiente para poder restaurar a todo el mar a su estado anterior a 1960.
Era, por tanto, casi una ilusión pensar que era posible revertir completamente el proceso de desertificación. Pero idearon un plan para recuperarlo parcialmente. En 2005, junto con el gobierno de Kazajistán, el Banco Mundial puso en marcha un proyecto para capturar masivamente y recanalizar el Syr Darya para estabilizar el balance hídrico de la región septentrional del mar de Aral.
El éxito, no obstante, fue moderado. Tal y como indican White y Micklin, si bien se redujo la salinidad y aumentó la superficie en un 18%, tan sólo hubo un aumento del 4,5% del nivel del agua. Casi dos décadas después, no se ha vuelto a realizar ningún proyecto de semejante envergadura y estos se han centrado principalmente en pequeños proyectos, como los financiados por USAID, la agencia de cooperación al desarrollo de Estos Unidos.
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Un espejo para España
“El examen de imágenes satelitales de series temporales bastante recientes de la región del Mar de Aral muestra claramente que no está regresando, una realidad que parece contradecir una serie de titulares de prensa populares recientes”, recuerdan White y Micklin. A pesar de ello, se ha conseguido una restauración ecológica parcial y ha devuelto la ilusión a una industria pesquera casi extinta.
Otro problema que surge es que, tras la disolución de la Unión Soviética, se ha vuelto mucho más complicado que los estados que surgieron en Asia Central se pongan de acuerdo en cómo regenerar este espacio natural. Los ríos que proveen de agua al mar de Aral recorren varios países y esto, indica Barea, “complica mucho la restauración”: “Diles a esos países que muevan las presas, que dejen de regar…”.
Y, en este caso, Barea recuerda que la acción humana también está haciendo mella en espacios naturales españoles —aunque a una escala menor— con casos como los de las Tablas de Daimiel, Doñana o el mar Menor.
Por ello, el responsable de Agua de Greenpeace recuerda el ejemplo —aunque es una “lección no aprendida"— que debe ser un caso como el de Aral para valorar enclaves naturales nacionales como Doñana. “Está en vías de desaparición y encima viene avalado por los políticos, que aunque saben la importancia de este humedal, se lo están cargando por unos pocos votos”, concluye.