Hace unos cuantos años –es probable que más de un quinquenio– me enzarcé en una discusión furibunda con un conocido durante una comida. El tema era el futuro de las grandes ciudades, la tendencia a la peatonalización y sus consecuencias.
En aquella mesa pesaba mucho más el fastidio de tener que usar el transporte público que la descontaminación del aire citadino. Recuerdo quedarme solo en la defensa de políticas descontaminantes y ni siquiera el hecho de ser asmático me salvó de algunas burlas perpetradas desde las regias trincheras que salvaguardan la falta de conocimientos.
Revisando la literatura científica reciente, un artículo científico publicado por la revista Nature me transportó a aquella incómoda comida.
Según este estudio, las partículas generadas por la combustión de petróleo y gas natural, así como los procesos industriales, los vehículos, la quema de biomasa y los incendios forestales, promueven el cáncer de pulmón con independencia de ser fumador o no.
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¿Por qué?
Los autores del trabajo al que me refiero demuestran que las partículas ambientales que miden ≤2,5 μm, también conocidas como PM2,5, previamente asociadas al riesgo de sufrir cardiopatías y enfermedades respiratorias, inducen cáncer de pulmón al actuar sobre las células que albergan mutaciones oncogénicas preexistentes en el tejido pulmonar sano. Es decir, personas que tienen predisposición, pero no padecerían la enfermedad si evitan el contacto con el elemento desencadenante.
Centrándose en el cáncer de pulmón inducido por el factor de crecimiento epidérmico (EGRF), el más común en las personas que jamás han fumado o en los fumadores ligeros, estos científicos han encontrado una asociación significativa entre los niveles de PM2,5 y la incidencia de cáncer de pulmón en 32.957 casos de este tipo de tumor al analizar cuatro cohortes dentro de un mismo país.
Como dato curioso, el factor de crecimiento EGRF se encuentra en mayor cantidad en personas que tienen una exposición prolongada a la luz solar, especialmente si tienen la piel clara. Ahora también sabemos que este inductor tumoral se eleva en personas que se han expuesto a partículas PM2,5.
Los resultados que te he comentado son contundentes y preocupantes; pero hay más, en modelos con animales de laboratorio se reveló que estos contaminantes atmosféricos –me sigo refiriendo a las PM2,5– provocan un ambiente favorable a la proliferación tumoral, lo cual indica una asociación directa. Por otra parte, los estudios genéticos en las cohortes de pacientes incluidas reforzaron el papel como promotor de tumores en personas que no tienen el condicionante de fumar.
¿Y ahora qué?
Según lo establecido en Europa, los niveles de PM2,5 mayores de 20 ug/m3 son peligrosos. Mas, luego de haberme estudiado este trabajo científico, me atrevería a decir que la cifra usada como límite debería ser menor. Sin embargo, en muchas ciudades españolas hay días en los que se supera con facilidad los 20, los 30 y a veces los 40 ug/m3. Esto es debido –me repito, lo sé– principalmente al uso de los combustibles fósiles en procesos industriales y medios de transporte.
Con las evidencias y los datos en las manos, es de sabios tomar medidas para hacer frente a la contaminación atmosférica de las ciudades con el noble fin de reducir la ocurrencia de este tipo de tumor que provoca un insoportablemente elevado porcentaje de todas las muertes por cáncer en el mundo.