'Frankenstream' o cómo el 'streaming' está devorando el mundo: contamina tanto como la República Checa
Una serie documental demuestra cómo la industria audiovisual 'online' emite casi un 2% de gases de efecto invernadero anuales que produce nuestra especie.
13 junio, 2023 02:33La tecnología digital se acerca a sumar el 6% de los gases de efecto invernadero (GEI) al año, tanto como el sector de la aviación. Entre un tercio y la mitad, aproximadamente del 1,8% al 2,8% de esas emisiones anuales con las que la humanidad calienta su propia atmósfera, se deben al streaming. Este último dato es una estimación del estudio más famoso sobre el tema, el de The Carbon Trust, que data en 55 gramos de CO₂ el impacto de una hora de visionado de streaming.
Eso significa que, de seguir el actual ritmo de crecimiento del sector, en breve contaminará más que el sector automovilístico. Una mitad de las emisiones, aproximadamente, se deberían a la fabricación del dispositivo utilizado y su gasto de energía, y la otra a los centros de datos, nodos centralizados donde se procesa y almacena la información de internet, y sus redes de distribución.
Algunas estimaciones calculan que ya ocupa el 82% del tráfico de internet mundial y escupe el equivalente a 100 millones de toneladas de CO₂ al año, tanto como la República Checa. En el caso de YouTube, se calcula que su concurso en un año equivale a 10 millones de toneladas. Es decir, similar al de la ciudad escocesa de Glasgow, de algo más de 600.000 habitantes.
[Este es el impacto ambiental de la tecnología]
Un documental de Canal Arte, el canal audiovisual francoalemán de vocación de servicio público y paneuropeo, se ha propuesto divulgar este enorme impacto ambiental de la Edad de Oro de la industria audiovisual y proponer soluciones antes de que el monstruo del entretenimiento que hemos creado nos devore.
Frankestream, el monstruo que nos devora, dirigida por Pierre-Philippe Berson y Adrien Pavillard, se compone de cuatro episodios de 15 minutos que pueden verse por entregas o como una sola película de una hora. A ser posible, recomiendan sus creadores, descargándolo en la aplicación y no online.
'Streaming' e IPCC, vidas paralelas
Porque Frankestream tiene que cabalgar sobre una contradicción patente: probablemente lo estarás viendo en streaming y al hacerlo contribuirás a esa cada vez más preocupante nube de emisiones constantes. Sus episodios empiezan con vídeos de Greta Thunberg o Leonardo DiCaprio pidiendo actuar contra la crisis climática.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publica su primer informe en 1990, coincidiendo con los tímidos balbuceos de internet. La banda Severe Tire Damage, los playoffs de Liga de Beisbol de los Mariners de 1995 y la Sinfónica de Seattle desde el Paramount Theater se van dando relevo en el honor de ser las primeras emisiones de vídeo por internet.
Más tarde llegarán los archivos de música y las polémicas descargas de MP3, que hoy nos parecen tan lejanas. En 2005 nace YouTube. Un poco más tarde, en 2007, una empresa de alquiler de DVD, Netflix, decide dar el salto a internet. El resto ya es conocido.
Los expertos coinciden en un problema: toda esta cantidad de datos es invisible al consumidor. No es como conducir un coche y observar la pequeña columna de humo negro que sale del tubo de escape. Los servidores y su consumo masivo de energía son necesarios para que la competición entre catálogos audiovisuales de Netflix, HBO o Prime Video se produzca.
En España, los investigadores en gestión de energía de la Universitat Oberta de Catalunya han bautizado a los grandes centros de datos que sirven al streaming como “macrogranjas de datos”, por su tamaño y por sus negativas consecuencias medioambientales.
La preocupación por el sello verde ya es patente en el sector audiovisual, donde la fórmula más habitual de compensación es la financiación de bosques o sumideros de carbono que capturen GEI de la atmósfera y ayuden a paliar, completamente o en parte, las emisiones.
Netflix y Google tienen sus propios programas de compensación, e incluso en España la Academia de Cine ha creado un Bosque del Cine en el que compensa las emisiones derivadas de su actividad, sobre todo las galas de los Premios Goya. El Deseo, la productora de Pedro Almodóvar, tiene también su propio bosque en la provincia de Segovia, que plantó para capturar el CO₂ de los rodajes de la serie Mentiras pasajeras y del cortometraje Extraña forma de vida.
Frankestream es también la historia de cómo la tecnología ha cambiado la forma de producir y consumir arte. La llegada del MP3 cambió la industria musical y discográfica para siempre, y la del streaming convirtió a las series de un entretenimiento global y accesible… a cambio de que contaminasen tanto como toda Bélgica.
La llamada Edad de oro del audiovisual, con miles de rodajes al año, se apoya sobre millones de toneladas de cables, compuestos por metales y plásticos, cuya mera existencia contradice el concepto de la nube, que tan inmaterial nos suena.
Consejos y soluciones
No todo está perdido, ni tendría sentido grabar documentales como Frankestream o escribir textos como este si así fuese. El último episodio de la serie está dedicado a cómo nuestra relación con el audiovisual y el consumo cultural debe volver a cambiar, en parte rebobinar y en parte reformularse para aprovechar lo mejor de estas nuevas herramientas sin convertirlas en vicios.
En 2025, el año en que el IPCC ha tasado el momento clave en que la atmósfera superará los 1,5 grados de calentamiento global sobre el nivel preindustrial, el streaming cumplirá 30 años, y el documental le da algunos consejos de salud para entrar en la edad madura.
La primera, la temida descarga. Es menos contaminante bajar un vídeo a nuestro ordenador y verlo offline que verlo online, y lo mismo ocurre con los pódcast, ya que movilizan una pesada cadena de infraestructuras para mantener un flujo continuo de datos.
El Canal Arte da ejemplo y su aplicación arte.tv ofrece la posibilidad de descargar la mayoría de sus programas, que además han reducido su ancho de banda optimizando su codificación y el flujo de datos en línea. Es algo que también practica la mismísima Netflix, que además recomienda a algunos usuarios reducciones de resolución mínimas que no afectan al visionado.
La segunda, básica en sostenibilidad: cuidar, mantener, arreglar, reutilizar. ¿El qué? Pues la terminal física: smartphones, tablets, ordenadores, televisiones con conexión a internet. Cada teléfono móvil de última generación incorpora alrededor de 50 metales y metaloides diferentes.
La extracción de estas materias primas y la fabricación del aparato provocan devastación ecológica y humana al otro lado del mundo. Por ello, debemos intentar que nuestros terminales duren más de los dos años tras los cuales los fabricantes esperan que los renovemos, y procurar comprar equipos reacondicionados.
De nuevo, en este sentido Canal Arte predica con el ejemplo adaptando su aplicación a la llamada "retrocompatibilidad", que permite el acceso a sus contenidos con smartphones, tablets u ordenadores más antiguos. ¿Sabes ese amigo que organiza las veladas cinematográficas a las que nunca vas con un retroproyector y una pantalla? Pues era el más ecologista del grupo: los expertos lo aconsejan para tener un cine en casa antes que un televisor inteligente de pantalla grande, ya que consume mucha menos energía en su fabricación.
Otros consejos que incorpora la serie caminan en la misma línea: reducir consumo, ajustarse a usos más racionales de la tecnología. Es mejor hacer streaming con wifi que con 4G y, más aún, con un cable Ethernet de los de toda la vida que con la red wifi. Para programas en los cuales el aspecto visual no es importante, es mejor resolución de imagen que ultraalta definición.
Y, finalmente, la regulación. Nuestra actividad como consumidores es importante y 'educa' a las empresas, pero reducir la huella ecológica del streaming, en particular, e internet, en general, requiere un cambio en los sistemas económicos y legales que las empuje a ofrecer herramientas sostenibles y reparables. Algo que requiere la implicación de los ciudadanos, pero sobre todo la de las empresas y las autoridades públicas.
Como recuerda la narración de la actriz francesa Lison Daniel en Frankestream, la tecnología es solo una herramienta al servicio de nuestras necesidades, y no al contrario. Recordando, como en las películas sobre el monstruo del Doctor Frankenstein, que este también puede aprender a convivir con los humanos y apreciar la belleza que existe en el mundo… sin destruirlo.