Imagen de archivo de una mujer sentada en una de las lagunas.

Imagen de archivo de una mujer sentada en una de las lagunas. iStock

Historias

Así fue mi 'ecodía' en las lagunas de Ruidera: 24 horas para cambiar de hábitos (sin gastar más) estas vacaciones

ENCLAVE ODS se propone pasar un día entero de la manera más sostenible posible… y este es el resultado.

24 julio, 2024 02:18

Levantarse, estirar un poco los músculos para empezar el día y… ¡oh, no! ¿Cómo vamos a llegar a nuestro destino? Es el fue el primer dolor de cabeza —aunque el último en mi lista de prioridades, todo sea dicho— que me produjo mi pequeña escapada de la pasada semana al corazón de Castilla-La Mancha; en concreto a las lagunas de Ruidera, allí donde la frontera entre Ciudad Real y Albacete se vuelve borrosa.

Esto que le cuento no es baladí. Más bien, viene a explicar qué pasó cuando asumí el reto de narrar cómo era pasar 24 horas de vacaciones de manera sostenible. Es decir, escapar de la gran ciudad que es Madrid con conciencia y, sobre todo, consciencia. Asumiendo que ya solo el hecho de desplazarse a otro lugar y hacer turismo tiene un impacto tanto en la naturaleza como en las localidades que se visita. 

Y aproveché ese viaje al parque natural de las lagunas de Ruidera que ya teníamos en mente en mi casa para demostrarle a mis compañeros, al mundo y, sobre todo, a mí misma cuán sostenible somos capaces de ser en nuestro día a día. Además, intentando hacerlo de la manera más económica, pues nuestro presupuesto era más que ajustado. 

Así, asumí este reto pensando que sería facilísimo. Al fin y al cabo, les dije a mis compañeros de ENCLAVE ODS, en mi casa ya somos muy eco en nuestro día a día. ¿Qué podía salir mal?

La soberbia, sin duda, fue mi primer error de cálculo. Porque me había comprometido a que el primer día de nuestra semana de vacaciones —y los seis siguientes, si todo iba bien— fuese 100% sostenible para, a mi regreso, compartir la experiencia con usted, el lector. 

Dilema con 4 ruedas

Así que imagínese mi sorpresa cuando me di cuenta de que el coche que habíamos alquilado —y que tendríamos que recoger en menos de una hora— se alimentaba de combustibles fósiles. En concreto, de gasolina. "Primer strike", pensé. 

El tráfico rodado —ese que va por carretera— es responsable de hasta un 60,6% del total de las emisiones del transporte en carretera de Europa. Al menos, así lo aseguran desde la Unión Europea. Así que allá íbamos nosotros, a aportar más gases de efecto invernadero a la atmósfera con nuestro viaje. 

En este caso, la empresa de alquiler de vehículos no tenía disponible ninguno híbrido ni eléctrico. Con un poco de previsión, y un ligero incremento en el precio, podríamos haber tenido unas emisiones hasta dos veces menores. Sin embargo, era demasiado tarde. Tocaba asumir que la escapada no iba a ser tan limpia como habíamos planeado.

Así que teniendo en cuenta que si el transporte en coche emite 43 gramos por kilómetro y persona… saqué papel y lápiz y me puse a calcular. En total, en nuestro primer día de viaje, emitimos alrededor de 19,35 kilos de CO₂. "Empezamos mal", pensé, para inmediatamente recordar que peor hubiese sido cogerse un avión —un vuelo nacional emite de media 130-135 kg de CO₂ por km y pasajero—. 

Eso sí, aunque la conexión en tren hubiese sido compleja, un AVE, por ejemplo, emite de media  6 gramos de CO₂ por km y pasajero. Un tren regional, en cambio, la cifra sube a 40 gramos. Sin duda, el medio de transporte por excelencia. Un autobús, por ejemplo, emitiría entre 22 y 30 gramos de CO₂ por km y pasajero.

Vamos, que no escogimos el medio de transporte más limpio, pero tampoco el más contaminante. Teniendo en cuenta que no quedaba otra, nos pusimos tras el volante y decidimos hacer todo lo posible para quemar poca gasolina. Esto es, como recomienda la Dirección General de Tráfico (DGT), nos volcamos en realizar una conducción lo más eficiente posible. 

Para ello, procuramos conducir sin cambios bruscos, sin frenazos ni acelerones, y con las marchas más largas. Además, intentamos mantener una velocidad adecuada y lo más constante posible —siempre y cuando la carretera lo permitiese, eso sí—. Y, por supuesto, nada de poner el aire acondicionado a tope ni de hacer paradas sin apagar el motor. 

Todo esto, además, no solo es bueno para el medioambiente. También nos ahorró más que un disgusto en los surtidores de la gasolinera. Con el depósito lleno, pudimos realizar el viaje de ida y vuelta y, además, movernos con el coche entre las lagunas de Ruidera y nuestro alojamiento, en el pueblo albaceteño de Ossa de Montiel —y todavía sobró gasolina—.

Turismo con conciencia

Allá en Ossa de Montiel, bien cerquita de las lagunas de Ruidera, nos alojamos en las cabañas de maderas Los Molinos, un complejo de 5.000 metros cuadrados en las que hay —como bien indica su nombre— una serie de cabañas de madera y una casa rural. Lo elegimos porque era un alojamiento en medio de la naturaleza, ideal para desconectar y perdernos en los sonidos de la noche. 

¿Qué hicimos allí para intentar ser lo más sostenibles posible? Primero, nada de usar el servicio de lavandería. Segundo, aprovechar el frescor nocturno de la sierra manchega para refrescar la cabaña y utilizar el aire acondicionado con mesura (y cabeza), siempre a unos 25 o 26 grados, porque servidora está obsesionada con que en verano hay que estar en manga corta en casa y no con chaquetilla. 

Además, como no podía faltar, nos obsesionamos con separar los residuos como en casa y desperdiciar la menor cantidad de agua posible. Incluso a la hora de hacer la compra para desayunar o comer en la cabaña, o de elegir restaurante, utilizamos una máxima: siempre apostar por el producto local, siempre de cercanía, y no abusar de la carne ni de los ultraprocesados.

Las actividades turísticas también las elegimos con cabeza: una ruta en kayak, una visita a la cueva de Montesinos —famosa por los dos capítulos que El Quijote le dedica— y una bajada a la quebrada del toro. Todo ello, siempre respetando la delicada piedra caliza conforma este pequeño paraíso manchego, y también la flora y la fauna autóctona.

Aunque esta última escasea y está, en su mayoría, en peligro de extinción. Y es que comentaba Luis, uno de los guías de Ecoturismo Ruidera que las especies invasoras son, "por desgracia", la norma en este parque natural. 

Un enclave de ensueño

El parque natural de las lagunas de Ruidera es un pequeño paraíso, del que durante nuestros días allí escuchamos decir a los locales eso de que "no se aprecia lo suficiente". Y es que en el corazón de España se esconde este un complejo sistema lagunar único en el mundo. Bueno, casi. Solo existen en todo el globo dos lugares con características similares: uno en Castilla-La Mancha y el otro en Croacia

Formado por 15 lagunas cuyo agua proviene del propio subsuelo, este parque natural protegido se extiende a lo largo de 30 kilómetros y conforma el valle del alto Guadiana. En su parte más alta, además, se puede encontrar el nacimiento de ese río que aparece y desaparece durante su recorrido hasta el golfo de Cádiz. 

Imagen de archivo de las lagunas de Ruidera.

Imagen de archivo de las lagunas de Ruidera. Marcos Molina Wikimedia Commons

En las lagunas de Ruidera, además, abunda la fauna y la flora. Se han llegado a contabilizar hasta 200 especies diferentes de aves, de las que el 3% se encuentran amenazadas a nivel mundial. Es común toparte con un somormujo lavanco, un zampullín común, un pato colorado, un porrón común, una ánade real, fochas, martines pescadores o garzas imperiales. También, con un poco de suerte, puedes ver mitos, búhos reales y chicos —estos, sobre todo, se oyen— o avutardadas.

Y aunque sean más difíciles de avistar, no faltan los gatos monteses, los zorros y jabalíes, las liebres, las nutrias o los murciélagos. Estos últimos, sobre todo, se esconden en los recovecos que forma la piedra en la cueva de Montesinos. En el agua, también se ven tritones, culebras, tortugas, barbos, carpas, lucios o gambusinas. 

Vamos, que no solos nos pasamos un día intentando ser sostenibles en las lagunas de Ruidera. Toda la escapada, de apenas cuatro días, se convirtió en una lucha constante por conducir de manera eficiente, comprar producto local, cuidar del entorno privilegiado en el que estábamos y de no molestar al resto de animales con los que convivimos durante esos días.     

Noche de lavadoras

Todo sea dicho, no compramos ni ropa ni cachivaches nuevos para nuestro viaje. Todo lo que nos pusimos lo llevamos de casa, y siempre intentamos alargar al máximo la vida útil de la ropa y complementos. Ese fast fashion de usar está prohibido en casa.  

Pero, claro, cuando intentas consumir el menor agua posible y usar la ropa lo máximo posible para no echarla a lavar antes de tiempo, ¿qué ocurre? Que todo el contenido de la maleta acaba directamente formando parte de la colada. Y eso ocurrió. La vuelta a Madrid supuso una buena bronca de nuestro gato, que había estado bajo la tutela de una amiga, y una noche de lavadoras y limpieza. 

Y no podíamos rematar una escapa sostenible sin ser también eco a la hora de cuidar de nuestro hogar. Por eso, siempre usamos opciones respetuosas con la ropa, el medioambiente y nuestros bolsillos para hacer la colada e, incluso, fregar el suelo. El detergente de Natulim, en nuestro caso, es el que mejor se adapta.

Sin ánimo de que estas líneas pudiesen parecer publicidad, en casa llevamos varios años usándolo y nos resulta la opción perfecta para intentar ser coherentes también en la limpieza del hogar. Eso sí, como seres humanos que somos, las incoherencias son evidentes —y han quedado patentes—. Pero siendo conscientes de ellas también hemos conseguido el objetivo que mis compañeros de ENCLAVE ODS me pusieron: ser no solo un día sostenibles, sino todo un viaje. ¿Se anima a unirse al reto?