El hambre no solo es ausencia de comida y pérdida de cosechas. También fuerza a las familias a migrar exponiendo a niños y niñas a una vulnerabilidad extrema, de la misma forma que la falta de alimento implica graves peligros para las mujeres y niñas que recorren largas distancias para encontrar recursos.
Las niñas son el rostro del hambre. Ocurre en Somalia, donde 1,8 millones de menores de cinco años padecen desnutrición aguda, provocada por la mayor sequía en cuarenta años. Al igual que niñas, niños, mujeres y personas mayores ponen cara a la mayoría de los 1,1 millones de somalíes que han abandonado sus casas en busca de medios de subsistencia para resistir el impacto de esta crisis.
Cuatro temporadas consecutivas sin lluvias se han unido a la emergencia climática y a los efectos del conflicto entre Ucrania y Rusia, desde donde Somalia importa casi todo su trigo, dando lugar una siniestra tormenta perfecta que provoca que 7,8 millones de somalíes sufran hambre en la actualidad.
En 2022, las niñas y niños somalíes no acompañados y separados de sus familias han aumentado un 81% respecto al año anterior, como consecuencia de los niveles de inseguridad alimentaria por la escasez, y de la peligrosidad que implica el conflicto interno que azota el país desde hace más de tres décadas.
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La sequía, el hambre, las migraciones y los conflictos arrasan Somalia y a las poblaciones vecinas. Toda la región del Cuerno de África se enfrenta a una emergencia nunca antes vista que, solo en Etiopía, ha obligado a migrar a 4.5 millones de personas.
Ya sea huyendo de conflictos, de violaciones de derechos humanos, de la pobreza, de la crisis climática, o simplemente abandonando su hogar en busca de un presente mejor, los niños y niñas migrantes y desplazados forzosos se encuentran entre los más amenazados del mundo.
Los éxodos migratorios multiplican la vulnerabilidad de mujeres y niñas. Ellas no solo se enfrentan a situaciones de riesgo extremo provocado por la trata o por la explotación laboral y sexual, sino que tienen el doble de dificultades para acceder a servicios y recursos, incluyendo la asistencia humanitaria.
Emergencias como las que afectan a Somalia redoblan las tareas familiares de las niñas y las mujeres jóvenes en detrimento de su educación. Solo este año, la sequía del Cuerno de África ha interrumpido la educación de 1,4 millones de niños y niñas, de las que 420.000 nunca volverán a clase.
Durante las crisis, las niñas y mujeres también suelen comer menos y en último lugar. Además, la escasez empuja a las familias a recurrir a soluciones extremas de supervivencia que priorizan la economía del hogar para menoscabo de la salud de las niñas, quienes acaban padeciendo matrimonios infantiles, embarazos no deseados y otras violaciones de derechos como la mutilación genital femenina.
Además de tener múltiples facetas, la crisis del hambre provoca impactos duraderos que revierten el progreso hacia la igualdad de género. La desnutrición causa ciclos intergeneracionales de inseguridad alimentaria, pobreza y oportunidades perdidas: una niña malnutrida y con retraso en el crecimiento, también lo será en su edad adulta y, si da a luz, sus bebés podrían tener problemas de desnutrición.
Esta crisis demanda aumentar la inversión en acciones de prevención y respuesta desde un enfoque de edad y de género para garantizar la protección de la infancia, la salud y nutrición de las madres, los servicios y la educación en salud sexual y reproductiva, y la lucha contra la violencia de género.
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Por eso, Plan International no solo exige los 22.200 millones de dólares necesarios para evitar la hambruna de 50 millones de personas y promover la resiliencia de 147 millones de personas.
También mantiene activa la alerta roja por hambre en ocho países de la región, incluyendo Somalia, donde responde mediante distribución de alimentos, asistencia con dinero en efectivo y cupones, comidas escolares, detección de la malnutrición, suplementos nutricionales y apoyo a medios de vida.
Fracasar en el objetivo de lograr el ODS2, poner fin al hambre, compromete otras metas y desencadena emergencias añadidas como las migraciones forzosas. La severidad de esta crisis, nunca antes vista por su complejidad y alcance, hace que sea demasiado tarde ya para cientos de niñas, niños y adolescentes.
Pero la acción internacional aún está a tiempo de borrar el hambre de muchos otros rostros.
***Concha López es directora general de Plan International