En un mundo donde los robots de Optimus de Elon Musk amenazan con convertirse en unos años en nuestros mayordomos y asistentes personales, donde la inteligencia artificial revoluciona sectores cada día, nuestros hijos siguen asistiendo al mismo colegio que nuestros padres y abuelos.

Mucho ha cambiado desde la aparición de los primeros colegios públicos gratuitos y la estructura educativa diseñada en 1857 por Claudio Moyano en enseñanza primaria, secundaria y facultativa, superior y profesional. Su principal objetivo era acompañar las necesidades del país en una incipiente Revolución Industrial.

Es evidente que la España de la Revolución Industrial no es exactamente igual que la España tecnológica, cosmopolita y universal del siglo XXI. A pesar de esto, muchos dogmas educativos, repetidos como mantras durante décadas, permanecen inalterables.

Como consecuencia, los sistemas educativos están desconectados de la sociedad, de las familias, empresas y del tejido productivo español, preparando a los alumnos para un mundo que ya no existe, lo que genera frustración y desesperanza generalizada.

Adicionalmente, tenemos una crisis de valores, donde el respeto hacia la educación y hacia el profesorado ha caído en picado hasta el punto en que ahora son los profesores los que tienen más cuidado de los alumnos y sus familias que de forma inversa.

Esto hace que nuestro mayor recurso, nuestros profesores, se sientan solos y perdidos en un mundo cada vez más complejo y deshumanizado. Es más, esto sucede en un país donde el 60% de los educadores utiliza la clase magistral como método preferente de enseñanza, según el informe TALIS de la OCDE, y el 50% se siente en riesgo de abandonar su profesión, según ANPE. Las razones incluyen la sobrecarga de trabajo, la excesiva burocracia, la falta de reconocimiento, la presión por cumplir con programas académicos rígidos y la compleja gestión de aulas con diversidad de necesidades educativas.

Lo anterior no sería tan preocupante si, a nivel de habilidades blandas y competencias, estuviéramos haciendo un gran trabajo. La realidad es que los alumnos reciben una formación excesivamente teórica con poca relevancia en habilidades como la educación financiera, la oratoria, la estrategia, la creatividad y el pensamiento crítico. Consecuentemente, la motivación del alumnado para acudir a los centros de formación tradicionales es baja.

Un estudio de la Universidad de Valencia reveló que el 40% de los alumnos de secundaria mostraban una baja motivación para asistir a clase, destacando factores como el desinterés por los contenidos, la enseñanza monótona y la falta de conexión con sus intereses personales.

Esta tendencia es más evidente en el informe de la Fundación BBVA (2019) sobre educación y motivación escolar en España, que subraya que la mayoría de los estudiantes se sienten más motivados por recompensas externas (como calificaciones) que por un interés genuino por aprender. El 60% de los estudiantes declaró que iba a clase principalmente para aprobar exámenes o cumplir con las expectativas de los padres, lo que refleja una motivación extrínseca predominante.

Sería fácil pensar que nuestros jóvenes y alumnos, nuestro futuro, son menos disciplinados, trabajadores y capaces que las generaciones anteriores. Pero, ¿cómo están otros países logrando el éxito educativo?

Ejemplos como Finlandia, con un pacto de Estado en la educación que ha dado grandes puntuaciones PISA a sus alumnos, Singapur con escuelas y centros de FP integrados en un mismo sistema, y el Reino Unido acometiendo reformas ambiciosas para acercar su sistema educativo a la realidad nacional, muestran que el éxito es posible con los cambios adecuados.

No podemos seguir formando a los alumnos igual que hace varios cientos de años. Es necesario adaptarse al nuevo mundo digital, interconectado y lleno de futuras posibilidades, donde es tan importante conocer los ríos de España como entender el valor TAE de una hipoteca.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Necesitamos un modelo educativo basado en la experiencia y centrado en el alumno, donde el rol del profesor se especialice en ser un acompañante y mentor, más que un mero facilitador de contenidos teóricos.

Un modelo donde los conocimientos y las habilidades blandas tienen igual presencia y valor académico. Centrado en el potencial humano que nos hace más felices, productivos y solidarios.

Esto es más que evidente con la irrupción de la inteligencia artificial, que permite un aprendizaje individualizado a un nivel nunca visto. Necesitamos una formación continua para nuestros docentes, apoyo a metodologías educativas más innovadoras como el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) o el aula invertida, y una inversión decidida en educación financiera.

Ejemplo de ello es el colegio High Tech High de California, los programas de formación continua de Finlandia o la inclusión de la formación financiera obligatoria, como es el caso de Australia. Es fundamental que nuestros políticos y la sociedad dejen de lado sus diferencias ideológicas y estratégicas sobre la educación para avanzar hacia un pacto de estado que permita preparar a los jóvenes para el mundo del mañana.

Nos jugamos el futuro de todos y de nuestros hijos. De lo contrario, los únicos alumnos del modelo educativo español serán los robots Optimus de Elon Musk.

***Diego Núñez Fernandez-Shaw es consultor educativo internacional y fundador de The Optimus Minds.