Sólo tenía siete u ocho años cuando le dijo a sus padres que quería ser conservacionista. Trang Nguyen (Vietnam, 1990) apenas levantaba un palmo del suelo cuando empezó la aventura que sería su vida y que le llevaría a ganar el Premio Fundación Princesa de Girona Internacional este 2022.
El galardón, dice, no es sólo para ella, sino "para todos los que trabajamos en la conservación de la naturaleza", una disciplina de la que se enamoró a finales de los 90. Por aquella época, cuenta, en Vietnam la gente no sabía lo que era la conservación. Por eso, reconoce, cuando le dijo a sus padres que de mayor quería trabajar "conservando y protegiendo animales salvajes", ellos pensaron que quería trabajar en un zoo.
Cuenta Nguyen desde las oficinas de su oengé, WildAct, en Hanoi, que no era eso lo que quería ser de mayor: "Yo quería investigar los hábitats de los animales, cuidar de ellos en los bosques, protegerlos…".
Pregunta: ¿Cómo llega una niña de 7 años a esa conclusión?
Respuesta: En los 90, el Gobierno vietnamita realmente no restringía ni controlaba el consumo y comercio de vida silvestre como lo hace ahora. Si salías a la calle, veías a gente vendiendo monos, oseznos y todo tipo de animales salvajes. Siempre me sentí fatal al verlos. Casi como que empatizaba con ellos. Quería ayudarles a escapar.
P.: Pero hubo un detonante, un momento decisivo.
R.: Un día volviendo del colegio vi en una casa que había osos enjaulados. Aunque en aquel momento no era consciente de lo que pasaba, en Vietnam había un gran mercado relacionado con la compra-venta de bilis de oso. Los animales estaban amontonados, todos juntos, no se podían mover, y una persona los pinchaba con una aguja y les extraía bilis, un proceso sumamente doloroso. Lo vi accidentalmente y se me quedó grabado a fuego.
Nguyen lo tiene claro. Fue en aquel preciso instante en el que supo lo que quería hacer con su vida: ayudar a aquellos osos y a cualquier otro animal que estuviese en peligro. La vietnamita admite que por aquella época se "enganchó" a la BBC Planet Earth y a los documentales del científico y conservacionista David Attenborough. "Él también me inspiró", reconoce.
Allá en los 90, cuenta Nguyen, mucha gente tenía "esa idea equivocada de que la conservación es una actividad reservada a gente rica blanca de Occidente, y que alguien local, de aquí, un vietnamita, no puede ir al bosque a proteger la vida salvaje". En aquel momento, reconoce, "para muchos era algo que sólo hacían los extranjeros".
P.: ¿Sigue siendo así? ¿En Vietnam sigue siendo algo a lo que se dedican otros?
R.: Ahora recibo muchísimos correos electrónicos de padres que me preguntan qué tienen que hacer sus hijos e hijas para convertirse en conservacionistas, porque eso es lo que quieren. Les digo que pueden hacer algún curso, los animo a estudiar. También recibo mensajes de gente joven que quiere hacer voluntariados en WildAct. Es más, en estos momentos tenemos a gente muy joven trabajando con nosotros. Incluso algunos de los voluntarios están en el instituto. Eso demuestra que hay mucho interés en el ecologismo y enla conservación.
Nguyen admite que, además, en los dos últimos años y medio, con la vorágine de la covid-19, hay mucha más gente consciente de que "el comercio ilegal de vida silvestre y su consumo provoca enfermedades zoonóticas que saltan de animales a humanos". Y celebra que el Gobierno de su país, "al fin" haya empezado a "actuar más que nunca para eliminar el comercio ilegal" de este tipo.
Un día en WildAct
La joven vietnamita reconoce que el día a día en su organización sin ánimo de lucro, que monitoriza el comercio y tráfico ilegal de vida silvestre en todo el mundo, es "muy aburrido". Sin embargo, los programas que WildAct lleva a cabo parecen todo lo contrario.
Uno de sus principales proyectos, por ejemplo, se centra en la innovación en educación. Porque, asegura Nguyen, "en Vietnam no hay ningún curso en la universidad en el que puedas estudiar la naturaleza". Y confiesa que "si quieres ser conservacionista de profesión, tienes que estudiar en el extranjero, y no todo el mundo puede permitirse el lujo de hacerlo".
Por eso, WildAct contactó con el ministro de Educación de Vietnam y creó un curso por el que la administración "no apostaba nada". Sin embargo, en 3 meses tuvo más de 120 estudiantes; más de la mitad de los graduados consiguió trabajo en el campo de la conservación de manera inmediata, ya fuese en oengés o agencias internacionales. "Muchos de ellos trabajan en parques nacionales o reservas protegidas", asegura.
Pero la educación no pasa sólo por los estudios. Por eso, WildAct también dispone de un programa para empoderar a las mujeres conservacionistas. Porque "este campo es un sector eminentemente masculinizado, y la violencia de género y el acoso sexual está a la orden del día", sentencia Nguyen.
Violencia sexual
Para visibilizar la situación de sus compañeras –y la suya propia–, desde la oengé hicieron una encuesta sobre acoso sexual en Vietnam en 2020. De las 140 encuestadas, 5 de cada 6 reconocieron haber sido acosadas mientras llevaban a cabo su trabajo.
"La inseguridad a la que nos exponemos las mujeres que trabajamos en conservación es muy alta, especialmente si queremos hacer trabajo de campo", asegura. Y añade: "Imagina que en el grupo de expedición eres la única mujer entre 14 o 15 hombres". Por eso, desde su organización colaboran con otras que trabajan la igualdad de género (ODS 5) para intentar desafiar esta problemática y animar a que las agencias y ONG que protegen la naturaleza tengan sus propias políticas de igualdad.
P.: ¿Cuál es la situación más complicada a la que se ha enfrentado?
R.: Hay tantas que es complicado elegir una sola. Hace unos años estaba en una expedición en el bosque y era la única mujer del grupo. Estábamos instalando una cámara trampa para poder tomar fotografías de los animales en su estado natural. Es un trabajo muy exigente: caminas por el bosque, no hay electricidad, no hay agua, nada. Caminas con tus cosas en la mochila y cuando llega la noche colocas una hamaca entre los árboles y duermes a la intemperie. Durante el día te pasas horas caminando, subiendo y bajando montañas, tienes que cruzar ríos y arroyos.
"Es un trabajo agotador", reconoce. Sin embargo, es por la noche, en el momento en el que paran a descansar, cuando "realmente empiezan los problemas". Nguyen admite que "muchos de los hombres con los que estás de expedición no son precisamente amables, y en demasiadas ocasiones incitan verbalmente al acoso sexual".
"Te dicen cosas que no son para nada aceptables", asegura. Y cuenta que en una de las expediciones la situación se volvió insostenible.
P.: ¿Qué ocurrió?
R.: Yo estaba durmiendo y sentí que alguien me tocaba la pierna, estaba acariciándomela desde el pie hasta los muslos. Cuando me di cuenta, me desperté y me puse a gritar. Pero lo peor de todo es que me espetó: '¿Por qué estás montando tanto escándalo? Sólo estoy masajeándote las piernas'.
Le tuve que decir que me dejase en paz y que parase, pero el resto de la expedición, que se había despertado con mis gritos, simplemente miraba y nadie hacía nada, como si lo que estuviese pasando fuese normal. Aunque el hombre acabó volviendo a su hamaca, a nadie le importó lo que hizo, nadie ayudó, simplemente lo ignoraron. Y eso puede ser muy estresante, especialmente en una situación que ya de base es muy exigente. Es que no necesitas, encima de todo, tener una preocupación así; no deberías tener que dormir con un cuchillo para estar segura.
Este no es el único ejemplo de discrimación o acoso del que habla Nguyen. Algo que, reconoce, recibe más por ser mujer que por ser ecologista. Y explica que cuando va a cualquier a un parque nacional o a impartir cualquier curso o taller con su personal, los responsables del lugar siempre hablan y se dirigen al hombre que está a su lado.
Y eso, afirma, "a pesar de que soy yo la que les está explicando las cosas". Hay personas "que simplemente no me hablan o no me escuchan porque soy una mujer".
P.: También realiza trabajo de campo, infiltrándose en el mercado negro.
R.: En ocasiones me infiltro en organizaciones de comercio ilegal de especies, sobre todo en África. Es un trabajo muy peligroso para un hombre, pero aún más para una mujer. Cuando estás inflitrada tienes que actuar, estás interpretando un papel: estás interesada en comprar productos a unos criminales y ellos son muy majos contigo, porque quieren que la venta salga bien.
Pero cuando eres una mujer tienen una percepción muy estereotipada de las mujeres asiáticas, que está influenciada por las películas occidentales, de que somos sumisas, que hacemos lo que se nos pida. Así que tu llegas ahí y siempre tienen esa idea en la cabeza; y aunque vayas como compradora o como colega, te ven como un objeto sexual.
A veces, especialmente los jefazos, esperan que coquetees con ellos o incluso que les hagas favores sexuales. Obviamente, no lo vas a hacer, pero en muchas ocasiones puede llegar a ser muy peligroso y complicado zafarse de esas situaciones.
P.: ¿Merece la pena pasar por estas situaciones y arriesgar así la vida?
R.: La mayoría de los conservacionistas hacemos lo que hacemos porque amamos nuestro trabajo y es nuestra pasión. Intentamos salvar a las especies de la extinción porque tenemos esperanza y por que, al igual que nosotros, hay gente que intenta cambiar las cosas. Por eso, cuando se nos acerca gente joven y nos dice que quieren ser conservacionistas, nos da esperanza.
P.: ¿La pandemia de covid-19 ha cambiado la situación?
R.: Los gobiernos de Vietnam, por ejemplo, y de China, que antes pasaban por alto el comercio ilegal de especies, ahora empiezan a entender y a ver lo que ocurre con el tráfico ilegal y cómo afecta a los humanos y, sobre todo, a lo que más les importa: el dinero.
Al permitir durante años el comercio de animales y plantas, que es la cuarta actividad ilegal más rentable, llegó la covid y tuvimos que confinarnos. Eso provocó grandes crisis económicas. Además, países como el mío o Kenia o Sudáfrica han perdido mucho dinero procedente del turismo. Por lo que, por primera vez, los gobiernos se han dado cuenta de la situación. En Vietnam, por ejemplo, por primera vez el Gobierno clausuró uno de los mercados ilegales.