El psicólogo Patxi Izaguirre, contra la tiranía de la felicidad: "El fracaso y el error forman parte del aprendizaje"
- Con más de 20 años en la consulta privada, este experto en salud mental busca romper con la estigmatización de la muerte por suicidio.
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Existe un momento en el que vivir asusta más que morir y ahí es donde "se empieza a fantasear con una esperanza totalmente desesperanzada". Este fue el sentimiento que terminó con la vida de 218 jóvenes —de entre 10 y 24 años— el pasado 2022, tal como indican los datos de la Plataforma Nacional para el Estudio y la Prevención del Suicidio.
Según el Ministerio de Sanidad, se estima que cada día en España más de 10 personas fallecen por este motivo, lo que supone más del doble de víctimas que por accidentes de tráfico. Además, se trata de la primera causa de muerte entre los 12 y los 29 años, una cifra que no deja de aumentar.
Mirando de frente a esta realidad, explica el psicólogo Patxi Izaguirre en su última publicación, Prevención del suicidio adolescente (Toromítico, 2024), "es más fácil apagar el fuego al ver las primeras llamas y, por eso, la clave está en la prevención". Porque, antes de experimentar ese sentimiento que describía al comienzo del texto, son muchos los silencios que gritan ayuda.
"Vemos cómo empieza a callarse, a aislarse socialmente, a no pertenecer a ningún grupo y va teniendo falta de objetivos o propósitos vitales. […] El propio adolescente empieza a no contar, a no confiar y a no sentirse entendido". Y eso, asegura en una entrevista con ENCLAVE ODS, "ya es un indicador para abrir el cajón y empezar a ver qué pasa por ahí dentro".
Al margen del comportamiento propio de la adolescencia y de que, en ocasiones, pueda parecer "algo exagerado", se trata de rasgos iniciales de una "cierta insatisfacción vital". Por eso, aunque insiste en que "no hay que psicologizar la vida", recomienda hacer una visita al psicólogo, de igual forma que se haría con el médico en caso de tener sospechas de estar desarrollando alguna afección.
"Ante la duda siempre es adecuado pecar más de exceso de seguridad, de preguntar o de ofrecer una mano tendida que de lo contrario, aunque a veces el adolescente se sienta invadido o infantilizado", añade.
Camino al precipicio
La muerte por suicidio, explica Izaguirre, va ligada a "cierta distorsión de la realidad" a lo que se suma "la soledad clandestina". Esto se convierte en "una cocción a fuego lento" que, junto con la "incomprensión desesperanzada", da como resultado un "pensamiento repetitivo y de sufrimiento". Pero, ¿cómo se entiende esto?
En la adolescencia, cuenta, se da la construcción de la identidad propia y del yo. En ese momento, debido a una exposición repleta de mercantilismo de este ideal, donde parece que vivimos en un "escaparate glamuroso, con muchos likes [me gusta]", los jóvenes optan por mostrar un "personaje" de sí mismos con tal de no sentirse, como dirían los raperos Natos y Waor, un "bicho raro".
Este comportamiento no hace más que alimentar "un gigante de plástico en el que el ideal del yo es una tiranía de la felicidad bajo el positivo exacerbado y la falta de referentes". Motivo por que, dice Izaguirre, "tenemos que visibilizar identidades reales donde nos pasan cosas como el fracaso o el chiste y donde el error forma parte del aprendizaje […] para no caer en esa autoexigencia tiránica de la euforia de la vida".
Para ello, propone optar por el "egocidio" o, en otras palabras, "tirar a un lado al personaje, a su máscara, y saber amar a la persona que somos" antes de llegar a esa desesperación.
La piel del dolor
Para comprender ese padecimiento, relata en su obra, "hay que ponerse en la piel del dolor y la desesperación de quien lo sufre". Y es precisamente ahí donde halla la clave para borrar el estigma social tras el intento de suicidio.
Para lograrlo, Izaguirre defiende el concepto de escucha activa, creando un espacio que facilite una "mirada espejo" en la que la persona pueda "construir su relato y su narrativa de forma emocional y verdadera". Esto, dice, consiste en escuchar "sin estar previamente apoyando, aconsejando o poniendo cara de susto o riña" para que el interlocutor sea capaz de "poder validar y autorizar lo que se está contando".
En definitiva, "tenemos que ser más orejas que bocas: escuchar hasta el final, habitar el silencio y quizás responder". Porque si algo tiene claro el psicólogo es que hablar de lo ocurrido "no va a generar un efecto llamada", sino al contrario: "Sacar el tema puede salvar vidas".
De ahí la importancia de los referentes, porque mucha "gente que se siente sola, atrapada, con una carga totalmente desesperanzada, frustrada, rabiosa y asustada, tendiendo a fantasear que, de alguna manera, después de muerto por suicidio, el mundo entenderá lo mal que estaba. Sin embargo, si somos capaces de visualizar esa soledad invisible ante el grito silencioso, no habrá necesidad de llegar a la muerte".
Tortura impotente
Las familias no son culpables de lo ocurrido y eso es algo que Izaguirre esclarece en varias ocasiones, ya que son muchos los casos en los que estas "se torturan pensando que podrían haber hecho algo antes y se sienten impotentes".
"Parece que tenemos que señalar culpables o causas únicas de cómo se ha dado, pero eso es un mensaje de daño", indica. Pero para él no hay dudas de que el abordaje ha de ser "sistémico, alternativo y no solo dirigido a las familias, sino también a los amigos y al contexto educativo". Porque, insiste, "volcar todo en la familia es hacer una especie de linchamiento social o amenaza".
Sin embargo, no desliga el papel de estas en el proceso, tanto de duelo como acogida tras un intento fallido. Subraya el valor de que puedan "abrir un espacio terapéutico donde hablar de su impotencia, de su frustración, de su rabia y de su miedo". Porque la clave está en que no solo reciban "un protocolo de cómo preguntar", sino que puedan 'disfrutar' de un entorno que entrene sus emociones.
Pero, pese a que la prevención es un aspecto fundamental, Izaguirre menciona en que "pensar que el suicidio se puede evitar en el 100% de los casos es un error". Y quienes lo han tenido que sufrir conocen las particularidades de este duelo: "No nos planteamos la culpa de la misma manera cuando la muerte es por un proceso oncológico".
En estos casos, dice, "dejamos a la familia abandonada", ya que al "no hablar del tema" hace que se sientan "muy observadas, haciendo un flaco favor en contra de dignificar y honrar la vida de su hijo". Una situación que, asegura, "nos retrata un poquito en nuestro analfabetismo emocional".
Abordarlo desde el entorno
Similar es la sensación a la hora de plantear esa 'recogida del alumno' en los centros educativos tras un intento fallido. Porque, lejos de actuar a través de la comprensión y la empatía, como ocurriría en cualquier otro contexto traumático, cuando tiene lugar la ideación suicida, "la mirada es de miedo".
El motivo, explica Izaguirre, sería "el miedo a la locura o a perder el control, que es similar o mayor que el miedo a la muerte". Razón por que se tiende a "obviar" la problemática, haciendo aún más complicado que la persona protagonista se vaya a comprender y perdonar.
Las redes sociales también tienen asignada su celda de protagonismo en esta cuestión. Izaguirre afirma que "no podemos demonizarlas […] e imponer a los jóvenes una manera clásica de comunicación". Porque, pese a que es consciente de que lo presencial siempre va a ser más rico", este tipo de plataformas permiten "visibilizar el error, la duda, la mediocridad y la vulnerabilidad".
Por eso, asegura que la sociedad necesita "referentes que nos rescaten a una vida real con la esperanza de que nos caemos, pero que podemos levantarnos".
En el ámbito sanitario, el psicólogo menciona el papel de un correcto abordaje de la situación, en donde el adolescente no se canse de "volver a repetir su historia" ni sienta el trabajo terapéutico como "repetitivo". Para ello, aboga por "los grupos de iguales", para que los jóvenes, explica, puedan "hablar de lo que les ha ocurrido y no solo se sientan entendidos, sino que, de alguna forma, reconstruyan una mirada social".
La epigenética del suicidio
Hay quienes dicen que la herencia genética puede ser determinante para desarrollar ciertos comportamientos, como la enfermedad de la adición o trastornos depresivos. En el caso de las tendencias suicidas, Izaguirre prefiere hablar de epigenética, porque cada uno puede "heredar unos ladrillos, pero luego, según cómo los utilicemos, hacemos una casa mejor o peor".
Señala que entrar en otro discurso sería "muy determinista, desesperanzador y limitante", por lo que hace hincapié en esas "mochilas de conflictos sin resolver que vemos en las generaciones anteriores y que, de alguna forma, ante la desesperanza tomaron aquel camino".
Aboga, además, por "los cuidados paliativos hacia la ideación suicida" tras la aceptación de la no curación. Y lo explica: "Hay enfermedades graves que diagnostican y que matan, como son los casos de esquizofrenia o de trastornos bipolares mayores, que son muy invalidantes para la persona". Por eso, ante la "cronificación mantenida" defiende "abrir ese interrogante para dignificar este tipo de muertes".
Así, en una sociedad en la que reina el vacío humanista, el individualismo feroz y la falta de voluntad para la introspección, el suicidio se vuelve la principal causa de muerte entre los jóvenes, aunque Izaguirre se resiste a pensar que la sociedad esté rota. Prefiere decir que "estamos un poco a oscuras y que hay pequeñas linternas que nos recuerdan lo que de verdad es esencial en la vida", porque pensar lo contrario sería lanzar "un mensaje catastrofista y derrotista".