El pasado 16 de octubre las vibraciones en el Casino de Madrid reverberaban en forma de S. De sueños. La entrega de los VIII premios Los Leones de EL ESPAÑOL estaba repleta de sueños. De los cumplidos, desde luego, porque cualquier premiado suele haber soñado con la posibilidad de un galardón. Pero había más.
Flotaba en el ambiente esa emoción que produce el sueño materializado y no solo al recibir el preciado león, sino acompañado a lo largo de las carreras, actividades, opciones de vida de los premiados. Todos ellos realizados con buen fin que no es ni más ni menos que el fin de cada día, pues como en el viaje a Ítaca, lo fundamental es el trayecto más que el destino. Lo pelean muy bien los anfitriones, Pedro J. Ramírez, presidente y director de EL ESPAÑOL y la vicepresidenta, Cruz Sánchez De Lara.
No me cabe duda de que José María Álvarez-Pallete, el presidente ejecutivo de Telefónica, premio a la gestión empresarial, debe de llevar mucho tiempo soñando con una sociedad donde las máquinas sean movidas por personas y no al contrario, especialmente ahora en la era de la revolución tecnológica y de la inteligencia artificial.
Y lo dejó claro en su discurso. Pero no sé por qué se me antoja que sus sueños deben de tener mucho más que ver con su vida, con la personal, que con la empresarial. Creí entenderlo, y espero no equivocarme, escuchando en su laudatio las constantes menciones a su familia.
No sé si el presidente de EY en España, Federico Linares, era consciente de que con su alabanza introductoria al premiado estaba dando unas claves que dignificaban y mucho al personaje más allá de la compañía.
Quienes hemos subido y bajado en la cotización empresarial sabemos muy bien que nada como la familia para sostenerte siempre, para abrazar tu alma y para bajarte los humos, si fuere menester. Porque la familia, dada o elegida, es una potente potenciadora de la ley de la humildad, básica en los sueños.
Tampoco me cabe duda de que Olga Carmona, premio León del Deporte, habría visualizado su gol victorioso, ese por el que debería recordarse siempre al equipo español de fútbol femenino, a las campeonas del mundo. No creo que hubiera soñado, en cambio, con que su padre no pudiera acompañarla en las celebraciones por fallecer justo en los días de la final del campeonato.
Aunque a veces la adversidad es justamente esa ley que eleva a cualquier soñador. Siempre se dice que los problemas son puertas de oportunidades.
Es justo lo que ocurrió a la organización Women Action Sustainability (WAS) premio al poder de la solidaridad, colmando los sueños de sus asociadas entre las que me cuento. Surgió el 2 de marzo de 2020, once días antes de que la pandemia de la Covid nos encerrara a todos en casa.
Mónica Chao, la presidenta, contó al recibir su león cómo aquel tiempo había sido de trabajo extremo para poner los cimientos de lo que ha sido el éxito de la organización. Una asociación cuyo objetivo es poner la sostenibilidad en el centro de los lugares de decisión para mejorar el futuro de las personas. Un sueño por el que hay que trabajar. Un sueño, que como todos, tiene sus momentos de sufrimiento.
Que los sueños duelen. Que llevan su tiempo en cumplirse. Que los sueños se incuban. Que están repletos de obstáculos. Que esos contratiempos son la mayoría de las veces un trampolín que impulsa y puede llegar a acelerar el cambio.
Que, por tanto, hay que abrazar la adversidad. Que hay que soñar permanentemente si no queremos ir por la vida en modo avión, en modo que me lleve la corriente… Son todas ellas leyes que afectan a las personas que sueñan, que soñamos, y que conviene conocer para seguir creciendo, para seguir trabajando por el cumplimiento de nuestros sueños.
Esas leyes las he conocido gracias a la coach Mayte Ariza, creadora de la estrategia de los sueños, la Dream’s Strategy, una disciplina con la que ayuda a hacerlos realidad. Ella misma es una gran soñadora que ejerce la puesta en marcha de la maquinaria de sus sueños y que ha investigado las leyes a las que están sujetos, hasta ponerlas nombre.
Por eso ha escrito el libro Las 72 leyes universales de los soñadores (Penguin Random House, 2023), cuyo prólogo por cierto firmo con el título de una ley que no está entre las suyas, La ley del cariño, aunque ella habla de amor y de la necesidad de tenerlo no solo en el horizonte del sueño sino en el día a día de su incubación.
En la entrega de premios de EL ESPAÑOL, el director de cine social Miguel Ángel Tobías me hablaba de lo dañino que resulta para las personas y su salud mental el hecho de no vivir la vida que desean, abandonando así sus sueños. Se diría –eso lo apunto yo– que hayamos acabado con esa capacidad innata de soñar como sociedad, a tenor de las guerras, de las injusticias, de la desigualdad, a tenor de personas afectadas por la enfermedad mental. Recordemos soñar.
Y soñando pensemos en esas leyes que mueven y remueven, que son imprescindibles para el cumplimiento de nuestros sueños, que Mayte Ariza dice siempre que no hay que confundir con objetivos, aunque ambos, sueños y objetivos, tengan su estrategia. En su libro, queda claro que quien se atreve a soñar a lo grande cuenta con más posibilidades de alcanzar la realidad acorde con lo soñado.
También que estamos ante una herramienta hermosa y competente para construir la vida que imaginamos y por la que trabajamos. Porque el sueño no es una ilusión. O no solo. No se trata de convertirnos en lámparas de aladino. El sueño no es magia. Se trabaja y con sus leyes.
Leyes físicas, leyes mentales y leyes espirituales. Como las de la simetría, la sincronía, la de la determinación, de la coherencia, de la humildad, del silencio… Leyes que, según Mayte Ariza, hay que alinear con los sueños.
Leyes imprescindibles para su cumplimiento. Pero sobre todo básicas en el crecimiento, en la transformación de las personas que transitan por la vida, mirando además de ver; escuchando, además de oír. Para esos seres que sienten luego existen.
Para esos que, como me dijo Mayte en una de nuestras primeras conversaciones, están convencidos de que cuando cambiamos nosotros, cambia nuestro ambiente. Para esas personas que hacen sostenibles los sueños, porque estos sin acción son, en palabras de Ariza, solo ilusión.