En estos nuevos años 20 todo parece indicar que la polémica y el debate bronco tiñe cualquier evento, por muy excelso que sea. La semana Nobel que acaba de finalizar no ha sido una excepción y es que ya la regla no admite alteraciones.

Todo empezó el pasado lunes 7 de octubre con el anuncio del Premio Nobel de Medicina. Esta vez en el Altar Nórdico han entrado Victor Ambros y Gary Ruvkun por su descubrimiento de los microARN (miRNA), unas pequeñas moléculas de ARN no codificantes que desempeñan un papel esencial en la regulación de los genes.

Este hallazgo ha revolucionado la comprensión de los mecanismos celulares y no sólo eso, ha abierto nuevas perspectivas en la investigación de enfermedades complejas como el cáncer y las patologías neurodegenerativas.

Pero, siempre hay un 'pero', una foto hizo saltar la polémica y las redes se incendiaron. Resulta que Victor Ambros publicó su trabajo seminal –el que lo ha llevado al Nobel— firmando como último autor, mientras que en la primera posición se situaba Rosalind Lee, quien además de colaboradora es su esposa. En la foto aparecía Ambros y Lee festejando el Nobel del primero y se añadió el artículo que justifica el premio.

"Otra vez se olvidaron de la mujer", "De nuevo la Academia Sueca elimina de los Nobel a una Rosalind", "Se premia al hombre y no a la mujer"… fueron algunos de los titulares que comenzaron a circular electrónicamente por todas partes.

Sin entrar en un análisis del evidente desbalance entre premiados y premiadas, el caso de este Nobel no parece ser un palmario machismo. En Biomedicina, el último autor de un artículo científico se le suele llamar "autor para la correspondencia" e identifica a la persona que ha ideado, planificado y liderado la investigación. Además, en el caso de Lee y Ambros ha sido él quien ha seguido estudiando en profundidad los miRNAs. Recordemos que, por muy noble que sea una causa, no todo vale para gritar.

Avanzado en la semana, los Nobel de Física y Química, anunciados el martes y el miércoles respectivamente, han subrayado la intersección entre la inteligencia artificial (IA) y el descubrimiento científico.

En Física, el galardón ha sido otorgado a John Hopfield y Geoffrey Hinton por sus trabajos pioneros en el aprendizaje automático y las redes neuronales. Hinton –conocido como el padrino de la IA—, y las contribuciones de Hopfield han transformado el campo de la IA e impactado en una amplia gama de disciplinas, desde la modelización climática hasta la imagen médica.

Sus investigaciones sobre las redes neuronales—sistemas que imitan la arquitectura del cerebro—ha sentado las bases para el crecimiento explosivo de las tecnologías de aprendizaje profundo, ahora esenciales en avances como el procesamiento del lenguaje, el reconocimiento facial y las aplicaciones en el ámbito de la salud.

¿Y aquí dónde está la polémica?, te preguntarás.

Pues bien, los físicos suelen ser personas muy inteligentes e igualmente plagadas de sí mismo –lo sé por experiencia propia—. La controversia estuvo servida desde el primer minuto, cuando muchas voces del gremio señalaron que aquello no era Física, sino Matemáticas. Además, Hinton es un psicólogo devenido informático, ¡casi un sacrilegio! Los tuits llovieron de forma tormentosa, haciendo la competencia a los huracanes que azotan la Florida.

Por su parte, el premio de Química se lo llevaron la triada: David Baker, Demis Hassabis y John Jumper. Hassabis y Jumper desarrollaron un sistema de IA que ha resuelto el problema histórico de predecir la estructura de las proteínas con una precisión extraordinaria. Su labor ha revolucionado la Biología Molecular, permitiendo a los investigadores entender el plegamiento de proteínas, un proceso crucial para el desarrollo de nuevos fármacos. En cuanto a las contribuciones de Baker, estas han facilitado el diseño de proteínas completamente nuevas, con aplicaciones potenciales que van desde la generación de medicamentos hasta la nanotecnología.

Estos logros no sólo marcan un avance significativo en la ciencia de las proteínas, también subrayan el papel transformador de la IA en la exploración científica moderna. Sin embargo, todo muy mezclado con la bioinformática.

“¡No es Química!” fue el aullido más escuchado en las redes. “¡Otra vez la IA!”, gritaron otros. “¿Cuándo volveremos a la pureza de la Química?”, preguntaron algunos.

Sé que cambiar una inercia es difícil, pero tenemos que adaptarnos a un hecho constatado: el siglo XXI está marcado por las intersecciones entre las materias; la pureza es, probablemente, cosa del pasado.

Entonces llegó el jueves y con él la señora Literatura. El chiste más leído aseguraba que el candidato para este año no era Murakami, en su lugar, y siguiendo la estela del éxito de la IA en Física y Química, sería ChatGTP.

Al final, el premio recayó en una escritora surcoreana muy poco conocida en occidente, Han Kang. Según tengo entendido, sólo dos de sus libros están traducidos al castellano. Increíblemente, la elección de Kang ha sido, por ahora, la menos polémica en esta edición. Más allá de la clásica “no lo conoce ni Dios” poco he leído en tono bronco sobre su premio.

Llegado el viernes, fue el turno del Premio Nobel de La Paz. En un año el que precisamente este Nobel se vaticinaba polémico por la posible candidatura de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), se ha evitado toda controversia. En una decisión –especialmente oportuna por la tensión nuclear de las guerras en Ucrania y Oriente Próximo—, el Nobel de la Paz ha sido otorgado a la organización japonesa Nihon Hidankyo, un movimiento de sobrevivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, también conocido como Hibakusha.

Y para finalizar, me pregunto: ¿Cuándo acabará esta moda de enfado por todo? En realidad, conozco la respuesta: son los nuevos y broncos años 20.