1. En España tenemos un problema con el humor. Carecemos de él. A nosotros lo que nos gusta es reírnos con la boca abierta, que es una cosa muy diferente. Del vecino, del camarero, del tonto del pueblo o de nuestra abuela: el caso es reírse enseñando las muelas.
2. Es, además, una risa muy politizada, altamente selectiva, de vuelo rasante y corto alcance: solo se activa cuando la víctima es el enemigo. Ni siquiera es risa tal y como la entiende el diccionario. Es la mueca tontuna de colmillo afilado que se te queda cuando ves arder a tu peor enemigo atado a la estaca de la plaza del pueblo. Es un jejejajá siniestro. En boca de un Tigre de Arkan sería como para echar a correr y no parar hasta llegar a la Patagonia.
3. Lo de ayer ni siquiera encaja en la categoría de broma. Para hacerlo, la gracia debería de haber resultado graciosa en primer lugar. Y graciosa, lo que se dice graciosa, no creo que se lo pareciera a nadie. No es una cuestión de respeto institucional, o de vergüenza torera, o de ética periodística (por llamarlo de alguna manera). Es que la gracia no era graciosa. ¿Qué pretendían los locutores de la cadena catalana Ràdio Flaixbac? Dudo que lo tuvieran siquiera pensado.
4. Quizá su intención era reírse del presidente del Gobierno. O quizá del ciudadano Mariano Rajoy. Ya saben, ese hombre de paja un poco rancio, un poco perezoso y un poco apático que aún no se ha dado cuenta de que es presidente del Gobierno. Probablemente ni siquiera eso: las bromas telefónicas de este tipo, tan repetitivas y poco originales como solo puede serlo una cuña radiofónica, se hacen únicamente porque pueden hacerse, como el que saca el puntero láser en el cine o fríe una hormiga con una lupa.
Si algo se puede sacar en claro de esta tormenta en un dedal es que Rajoy está dispuesto a cogerle el teléfono al soberanismo.
5. ¡Pero si hasta se acobardan en el momento en que lo tienen en sus manos y retroceden hasta la cueva, pasito a pasito, como dos cangrejos del humor tontorrón! “Ehhh, presidente, ¿qué tal? Mira, no nos pensábamos que esto iba a salir así…”. Un poco más y del pasmo les tienen que hacer el boca a boca.
6. Muy catalán, por cierto, eso de retroceder cuando ni siquiera ha empezado la batalla. El noble arte de la retirada gallináceo-preventiva. “Es para que se reúnan, presidente, para que baje la tensión”. ¡No, hombre! ¡Con el cuchillo entre los dientes! El día que los tanques entren por la Diagonal, los catalanes soberanistas saldrán a acariciarles los cañones. Ya lo hicieron el 26 de enero de 1939.
7. Me pregunto cuál es el mérito de engañar a alguien por el simple placer de engañarle. Debe de haber una razón evolutiva profunda para ello. Quizá la respuesta anida en el rincón más oscuro del material genético que compartimos con los bonobos.
8. No me pregunten por qué, que para eso tenemos psicólogos en este país, pero a mí estas bromas telefónicas me resultan violentas. Es una mezcla de vergüenza ajena súbita, odio africano hacia el bromista y compasión misericordiosa por el embromado. Si la broma ni siquiera resulta graciosa, como fue el caso ayer, el cóctel resulta explosivo. Si he escuchado la grabación un par de veces es por pura profesionalidad periodística. Puedo vivir sin ser consciente de la poca gracia ajena.
Si el presidente debe dejar paso no es por haber respondido amablemente a una petición de entrevista personal realizada por un rival político.
9. Las bromas en España son tiernas y banales. Por eso nuestros humoristas son percibidos como chavales simpaticotes con los que te irías a tomar una caña, unos tipos intrascendentes y tan peligrosos como una camiseta de AC/DC sobre la tripa cervecera de un treintañero de pelo aceitoso y PlayStation en el comedor. y por eso no tenemos en España un Louis CK o un Ricky Gervais. Un verdadero comediante habría llevado la broma de ayer hasta el final:
—Presidente, con respecto al proceso… mire… esto es una chaladura, una cosa muy demente y poco seria. Pero necesito algo a cambio de dejar morir este carajal poco a poco o los catalanes me untan de brea, me empluman y me exilian. ¿Qué puede ofrecerme España a cambio, presidente?
O:
—Presidente, estoy dispuesto a apoyar su investidura a cambio de que se me facilite discretamente una vía de escape honrosa para este muerto que por aquí llamamos “proceso”. Que, entre usted y yo, es solo una obsesión de Pilar Rahola, esa chalada que le tiene sorbido el seso a Artur. Los catalanes somos gente sensata, Mariano. ¿Te puedo apear el tratamiento, Mariano?
Y se espera a la respuesta del presidente, se pacta una cita, se despide uno amablemente y se deja que los acontecimientos evolucionen por sí solos y sin sacar a la luz la grabación hasta que el berenjenal consiguiente haya alcanzado el nivel de guerracivilismo en ciernes.
10. Dudo que se puedan sacar conclusiones de las dos o tres frases que pronuncia Mariano Rajoy durante la llamada. Si el presidente debe dejar paso en el partido a alguien más capacitado que él (algo por otro lado inaplazable) no es por haber respondido amablemente y de forma correcta a una petición de entrevista personal realizada por un rival político. Tampoco debe de hacerlo por tener la agenda vacía. ¡Como si las negociaciones para la investidura las llevaran personalmente los cabezas de lista! Si debe de hacerlo es por otras muchas razones infinitamente más graves y perjudiciales para los españoles que esas.
11. Ya me lo perdonarán, pero su respuesta una vez descubierto el pastel es impecable: «Hagan ustedes lo que quieran, pero esto no es serio». ¿Qué se supone que ha de responder el presidente del Gobierno? ¿“Ay, que me meo de la risa”? Si es eso lo que queremos, Bertín Osborne de presidente vitalicio y menos problemas.
12. Si algo se puede sacar en claro de esta tormenta en un dedal es que Mariano Rajoy está dispuesto a cogerle el teléfono ¡e incluso a reunirse! con el soberanismo. Deberían ser ustedes catalanes para saber lo que es convivir con la matraca diaria del “no nos quieren”, “no nos aceptan” y “no quieren hablar con nosotros”. Esperemos que la tontada de ayer sirva al menos para ahorrarnos unos cuantos victimismos con acento de Gerona.