El rey Felipe VI encargó finalmente a Pedro Sánchez la formación de Gobierno y el secretario general del PSOE anunció que lo intentará. “Yo voy en serio”, dijo frente a Mariano Rajoy, que rechazó la propuesta en el último momento. El mensaje también iba dirigido a los nuevos partidos, de los que espera una voluntad firme de negociar un Ejecutivo para “cuatro años”.
Sánchez anunció que hablará “con todos” pero que no buscará el apoyo ni del PP ni de partidos que defiendan la autodeterminación, calculó que necesitará “un mes” para tejer las alianzas que lo catapulten a la Moncloa y avanzó que este miércoles comenzarán los contactos. Y si no consigue los apoyos, acudirá igualmente al Congreso, aunque sea para naufragar. “Yo no soy Rajoy”, advirtió.
Hasta ahí las noticias.
Lo cierto es que el líder del PSOE no ha aclarado nada que permita vislumbrar las luces verdes del contador de escaños del hemiciclo del Congreso. Sánchez no ha dicho si prefiere gobernar en solitario o en coalición, en qué partes de su programa está dispuesto a ceder, de qué partidos se siente más cercano, quién formará su equipo negociador, cómo cumplirá su promesa de “luz y taquígrafos” sobre las negociaciones o cómo involucrará a los dirigentes de su partido (algunos muy críticos) para evitar tormentas internas.
Las banderas y los paquetes de folios
Su discurso fue preparado por la tarde y se acabó de ultimar en su despacho en el Congreso. Desde allí siguió los acontecimientos alejado de los nervios que se vivían en las sedes de los partidos y en las redacciones de medios de comunicación. Rajoy acudió a Moncloa y después lo hizo Patxi López, presidente del Congreso. Entre una gran expectación, el presidente en funciones anunció que había repetido al rey que no estaba en condiciones de formar Gobierno y que el monarca no le había encargado que lo hiciese. Más tarde, Patxi López anunció la propuesta de Sánchez.
Los ayudantes de Sánchez se encargaron de preparar mínimamente la abarrotada sala de prensa del Congreso. No había mucho tiempo. Aparecieron dos paquetes de folios para elevar el atril y dejarlo a la altura de su cita con la historia. Por la mañana, el líder socialista había hecho un gesto y sugirió que estaba muy bajo para su 1,90. Otro empleado de Ferraz acabó de colocar las dos banderas, una española y otra europea, presentes en la sala de prensa donde cada semana comparecen sin ningún glamour los portavoces de los distintos grupos. Luego, entre cámaras y flashes, llegó el candidato.
Sus ojos llevan días ligeramente enrojecidos, pero Sánchez cuida las formas y en la televisión apenas se nota. La corbata estaba perfectamente anudada. Regaló alguna postura a petición de los fotógrafos que la reclaman. Sonrisas a la prensa. Y solemnidad.
Sánchez hizo un llamamiento a todas las fuerzas “del cambio”, adjetivación con la que ahora acompaña al Gobierno y partidos que quiere que lo compongan. De un pacto de izquierdas frente a “las derechas” que criticó en campaña, el candidato ha pasado a asumir parcialmente el discurso de lo nuevo y lo viejo, el continuísmo y la transformación, acaso más propio de Podemos y Ciudadanos.
Un remix de prioridades
El candidato se explayó al enumerar las prioridades de España, en realidad un remix de su programa electoral, que servirá como base para la negociación. Y repitió lo que muchos en su partido han aprendido ya. Cuando una multitud de dirigentes territoriales han conspirado para derribarlo, Sánchez ha respondido aguantando el pulso y con un salto adelante, para desesperación de algunos. A juzgar por la actitud durante la rueda de prensa, pretende hacer lo mismo. “Yo voy en serio”, repitió más de una vez.
Varios componentes de su guardia pretoriana decidieron acompañarlo. Entre ellos, César Luena, su número dos y secretario de Organización, Meritxell Batet, número dos en la candidatura por Madrid, María González Veracruz y Pilar Lucio, miembros de la Ejecutiva, o Miguel Ángel Heredia, miembro de la dirección del grupo parlamentario. Todos ellos son diputados. Tampoco se separaron de él Maritcha Ruiz y Verónica Fumanal, sus máximas responsables de comunicación e intermediarios con los medios.
Sánchez tiene ante sí una de las tareas más arduas de cualquier aspirante a la presidencia del Gobierno. Sus 90 diputados lo colocan en una posición de extrema fragiliad y en estos días ha descubierto que los vaivenes a los que lo van a someter vendrán de todo el espectro ideológico. El presidente que menos escaños obtuvo antes que él fue José María Aznar, en 1996, con 156, una cifra que a los socialistas ahora le parecería un lujo.
Sin embargo, Sánchez prevé apoyarse no en “la sonrisa del destino” a la que aludió Iglesias, sino a una cita cervantina: “Que a cualquier mal, buen ánimo repara”, citó, algo tan poco habitual en sus ruedas de prensa como inédito es el tiempo político que aspira a liderar.