18.40 horas del Jueves Santo en Madrid. Salgo del Metro alucinando por una conversación entre un padre y un hijo con acento de fuera de la capital que decían que a los madrileños nos encanta ir al Centro en Semana Santa. Mi cara de estupefacción era tal que el hijo se dio cuenta e intentaron cambiar de tema: "el metro va muy rápido". Claro, dije para mis adentros.
Salí por la boca de Sol rumbo a la calle Nuncio 14 pensando que en Madrid un jueves de Semana Santa no iba a estar ni el Madroño. Caminé por la calle Mayor cortada al tráfico y pensé en lo bien que se iba a ver la procesión de Jesús el Pobre. Quería llegar hasta la puerta de la Iglesia de San Pedro el Viejo para ver salir el paso. De repente, una marabunta de gente, turistas y vende latas poblaban el asfalto que yo quería correr para llegar a mi destino.
Llegué a la altura de la Plaza de la Villa y empezaron las vallas que marcaban el recorrido de los pasos santos. ¿Y ahora cómo llego? Torcí por la calle del Codo hasta llegar a la Nunciatura. Error. Los acólitos de Jesús el Pobre se arremolinaban en las escaleras, en los altos y el tapón se iba haciendo considerable. Presa de mi miedo a las aglomeraciones decidí que donde mejor iba a ver la procesión era en la Plaza de la Villa, antigua sede del Ayuntamiento de Madrid.
Antes de encontrar mi punto estratégico en la plaza pregunté a varias personas, jóvenes, viejas, extranjeras y madrileñas. Ninguno quiso salir en Snapchat. ¿Qué es eso del esnachá?, me preguntaban. "Uy, uy, quita, yo no quiero salir", me decía otra mujer engalanada con sus mejores joyas al tiempo que preguntaba "¿pero esto dónde sale?". En Snapchat, señora, le contesté. ¿Y esnachá qué es? Y así toda la tarde.
Pero su ignorancia en temas tecnológicos es la misma que la mía en temas procesionales: una madrileña de nacimiento que nunca ha visto una procesión ni en su ciudad ni en ninguna otra parte de España.
Son más de las siete de la tarde cuando me doy cuenta de que la plaza se ha llenado a reventar. Son muchos los turistas que se pierden entre la marea de gente, intentando pasar por la calle, mapa en mano desconcertados por dónde se han metido. Es entonces cuando me doy cuenta de que en Madrid hay un fervor santo que desconocía.
Pregunto a una familia de ecuatorianos y me confiesan que llevan muchos años viniendo a ver a Jesús el Pobre. Tierra, trágame. Me da vergüenza decirles que soy de Madrid y no he visto una en mi vida. A ellos les da vergüenza que les grabe con el móvil.
Al final desisto de seguir buscando cómplices y me voy en busca de un punto estratégico. Decido situarme en el pequeño embudo de la calle Cordón con la vista puesta en el final de la travesía. Y me felicito orgullosa porque ahí seguro que se ve genial.
¿Cuánto queda?
Me impaciento a eso de las 19.45 horas. Pregunto a los asistentes a la procesión que cuánto queda para que llegue hasta donde estamos. "Uf -suspira un hombre de pelo canoso y bufanda hasta la barbilla- al menos una hora". Y lo dice sin mirar el reloj porque sabe a lo que se viene aquí. A esperar.
Al instante, otra mujer de pelo también blanco se mete en la conversación porque sabe de lo que habla. "No es cuando sale; es cuando arranca". Y como estando allí no sabemos cuándo ha arrancado, algunos empiezan a echar mano del móvil y a conectarse con Telemadrid, que lo está dando en directo.
Otro señor me cuenta que son dos los pasos que se juntan en la Plaza de la Villa: Jesús el Pobre y María Santísima del Dulce Nombre en su Soledad. Casi nada. Mientras pregunto por los nombres de los pasos por mi desconocimiento total se escucha a un niño decir que se hace de noche. Llevamos una hora y aquí no llega nadie, ni capirotes ni guardias civiles.
Diez minutos después de las ocho de la tarde sigue sin pasar nada.
Pero al rato...
Ay, qué emoción que se escuchan los tambores al final de la calle. Eso quiere decir que debe de quedar poco, ¿no? Aparece una fotógrafa y me esperanzo en que esto ya empieza. Riendo con sorna nos mira y dice: "Pues queda un rato".
Al momento se acerca una compañera de Telemadrid y grita que está en el bar el Madroño. "Pero qué coño -le grita un paisano-, que el Madroño está en Sol". El bar en cuestión está al final de la calle Nuncio. Sí, todavía queda mucho para que podamos ver a Jesús.
De pronto empiezan los flashes porque llega la Cruz. Y suenan los tambores: para pa pan, pa pan. Para pa pan, pa, pan. La situación hora y media estando de pie: dolor bestial de espalda y la vejiga empezando a saludar. Me pregunto cómo lo harán estas personas de avanzada edad que llevan aquí más tiempo que yo.
Paran los tambores, paran los pasos y vuelve el silencio. Y vuelta al para pa pan, pa pan. Silencio nervioso. Codazos, algún pequeño empujón. "Mira abajo, Manolo, que viene Jesusito", se escucha.
Pero Jesusito no llega. En su lugar le preceden los nazarenos, vestidos con capirotes morados, y las viudas, enfundadas en riguroso negro.
Son más de las 9 de la noche cuando el paso de Jesús el Pobre entra ovacionado en la plaza. Los aplausos retumban a la vez que las voces de los guías ofrecen las trazas para poder girar la imagen. "Viva Jesús el Pobre", se escucha entre la muchedumbre. Y vuelven los aplausos y las caras de felicidad entre los fieles que me rodean. Algunos, incluso, tienen los ojos llorosos y se santiguan.
Venga, ya está visto, me voy. Pero cuando intento abrirme paso entre la gente siguen los aplausos y los gritos de guapo al protagonista de este Jueves Santo en Madrid. Intento girar por la calle del Codo y me cuesta salir de allí. Pasa un buen rato hasta que consigo deshacerme del recorrido de las procesiones y llego de nuevo a Sol. Y me sumerjo en el metro pensando lo mismo: a los madrileños no nos gusta ir al Centro en días de fiesta.
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