El Partido Popular es el único de los cuatro partidos españoles con más representación en el Congreso que no hace primarias. Su presidente, Mariano Rajoy, se ha mostrado abierto a hablarlo en el próximo Congreso: “Habrá que debatirlo y escucharé atentamente al partido”. Rajoy también ha dicho que el modelo actual de elección por compromisarios es "perfectamente democrático”.
Rajoy no es preciso. El PP tiene dos tipos de compromisarios: natos y electos. Los natos son básicamente los miembros del partido con cargos. Los electos -que según los Estatutos serán “cuatro veces superior al de los natos”- dependen del número de militantes y del resultado de elecciones en cada PP local. El hipotético poder de elección de sus representantes está por tanto sobre todo en los compromisarios electos.
La gran pregunta es cómo se eligen. Si fuera, como dice Rajoy, “perfectamente democrático”, los militantes elegirían a sus compromisarios en votaciones internas sin tapujos. Pero esto es lo que dicen los Estatutos: “La elección de compromisarios se efectuará mediante lista abierta tomando como circunscripción la de distrito, local, comarcal, insular o provincial según determine en cada caso la Junta Directiva convocante”. La sintaxis es confusa para obviar la frase aparentemente real: “La elección de compromisarios se efectuará (...) según determine en cada caso la Junta Directiva convocante”.
No es tan simple
No es exactamente tan simple. Los presidentes locales procuran “consensuar” los nombres de los compromisarios. Si hay militantes en desacuerdo y se fuerza una votación -lo que no es común-, los mandatarios preparan una lista de fieles que se pasa entre los militantes cercanos a la junta para que sepan a quién deben votar. Con las primarias oficiales, el aparato tiene recursos para neutralizarlas; con esta elección más cerrada de compromisarios, su dominio es apabullante. Decir que estas elecciones son democráticas y libres es atrevido.
Los dirigentes de las juntas directivas suelen ser cargos públicos en el municipio o comunidad, con lo que deben su puesto y lealtad al jefe local que, con toda probabilidad, debe su lugar a la confianza de los líderes nacionales. Este es el sistema democrático que usa ahora el PP. El desdén por el partido de la actual dirección es notable: hace 16 meses -desde febrero de 2015- que debían haber organizado un Congreso que les ratificara.
La presión ambiental
La presión ambiental sobre las primarias ha crecido en el PP desde el 20-D. No queda bien ser el único partido que no hace primarias formales. Aunque no es una presión sofocante. Rajoy volverá a presentarse y, según las encuestas, a ganar las elecciones. Ese aislamiento hace que haya voces dentro del partido que piden que se haga algo parecido a primarias. En una Conferencia Política en julio de 2015, el presidente del PP andaluz, Juanma Moreno, presentó una ponencia sobre regeneración. Uno de los puntos era “la elección directa” de candidatos. El PP no usaba entonces la palabra “primarias” para definir que en sus congresos los militantes puedan escoger libremente a sus representantes.
En aquel encuentro, incluso la secretaria general, María Dolores de Cospedal, también pidió primarias: “Nos debemos a nuestros militantes y afiliados, que deben ser también protagonistas. Y todos los populares, cuando digo todos quiero decir todos, tenemos que ser protagonistas de forma directa por ejemplo a la hora a la hora de elegir a los presidentes provinciales, a los presidentes regionales o a nuestro presidente nacional". En estos meses, Cospedal parece haberse olvidado de aquellos deseos.
Javier Maroto, vicesecretario de Acción Sectorial del PP, también se ha declarado con cautela favorable a más “participación” dentro del partido después de las próximas elecciones: “Me gustaría que hubiese un proceso de selección del presidente del partido o de la presidenta del partido, de los candidatos, de las candidatas. Todo eso me gustaría que se decidiese con los máximos niveles de participación posible”. El ministro de Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo, también ha dicho de un modo sutil que las primarias son positivas: “Le encuentro el enorme atractivo de que se da participación a los militantes”, ha dicho.
En las comunidades autónomas ha habido más voces en favor de primarias: en Madrid, Baleares o Canarias -cuando José Manuel Soria era el presidente, antes de su dimisión. Pero pocas veces se ha ido más allá de las palabras.
Ha habido algún experimento
En 2009, José Ramón Bauzá fue designado nuevo presidente del PP balear. Pidió ser refrendado por unas primarias, que se celebraron en 2010. Fueron un éxito: votó casi la mitad de militantes del partido local y Bauzá ganó con ventaja. Las primarias le dieron un aura de líder capaz y al año siguiente ganó la presidencia autonómica balear con una enorme mayoría absoluta.
Pero las primarias no se mantuvieron. En 2014 el alcalde de Palma, Mateu Isern, estaba enfrentado al presidente del PP local, José María Rodríguez. Isern solo quería presentarse a las elecciones si organizaba su lista con sus candidatos. Para dirimir la batalla, el partido propuso unas primarias. Las primarias sirven para eso: solventar las luchas internas sin un ganador claro. Pero el partido acabó por desestimarlas. Rodríguez se impuso en la batalla a puerta cerrada, colocó a su candidata y el PP perdió la alcaldía. Hoy Isern, sin embargo, es diputado por Baleares en el Congreso.
Así describía el Diario de Mallorca este proceso abortado: “El proceso de primarias fue una estrategia anunciada por el PP con el claro objetivo de arrinconar a Isern para que decidiera abandonar la política. Asimismo, les podía servir para poner orden en algunos municipios con conflicto abierto mediante un candidato alternativo”.
Tras ese conato de primarias y cuatro años después de su elección abierta, Bauzá decía esto: “Nuestros estatutos no contemplan primarias y, por ello, cada junta local o territorial iniciará un proceso interno para elegir a su candidato que posteriormente será ratificado por la junta insular”. Ahí están las dos claves de las primarias: sirven para ganar guerras que no pueden vencerse de otro modo y el aparato intenta siempre controlarlas. Y si pueden salir mal, pues no se convocan.
El futuro dudoso
La Red Floridablanca ha organizado una petición pública para que el PP monte un congreso abierto para escoger a su candidato de cara al 26-J: “La democracia interna es una cuestión de principios, no de momentos, pero es que, además, en cualquiera de los escenarios abiertos tras el 20-D es buena la celebración de un congreso abierto para el PP”, dice la Red. Aunque ahora ya no hay tiempo ni capacidad.
En su lista de peticiones para más democracia interna, Floridablanca pide un nuevo censo. Si un día el PP debe elegir a sus candidatos con la fórmula “un militante, un voto” debe tener un censo actualizado. No es el caso ahora. En Gijón un juez ha anulado ya dos veces Congresos donde se había elegido al presidente del PP local por censos falsos.
En el segundo intento, en 2015, el partido decía que había 3.526 militantes y el juez ha dejado el número en menos de mil. Había entre los presuntos miembros 146 muertos y cientos que no pagaban. Los candidatos a presidir el PP de Gijón necesitaban 500 avales para poder presentarse, así que con los números reales era imposible que hubiera más de una candidatura.
El baño de realidad que supondría un censo actualizado y la caída de poder que implicaría para barones regionales, no será fácil de digerir. La próxima convocatoria de un Congreso en el partido después de las elecciones promete emociones y cuchillos afilados. La democracia interna formal es algo posible, pero que los altos cargos dependan solo de la voluntad de militantes o -incluso- ciudadanos, es en España una quimera.