Una alfombra roja. Alambres iluminados y banderas. Dos escudos encaramados en la fachada de la iglesia de San Antón. Es “la casa de los pobres” –así la llaman los voluntarios de Mensajeros de la Paz y quienes disfrutan de ella–. Suelen venir a cargar el móvil, a comer, muchos han dormido aquí, pero esta noche se sientan a ver el fútbol.
“¡Padre Ángel! ¡Padre Ángel”. Corbata roja, traje oscuro, gafas transparentes y cabello blanco y frondoso, acaba de llegar de Salamanca. “Él lo hace todo posible. Da lo que tiene. Yo soy del padre Ángel”, dice uno de los que hace cola para conseguir un hueco en el templo, que se ha vestido de Champions para ver la final que enfrenta a Real Madrid y Atleti.
“Se nos ocurrió hace ocho días” –dice el padre Ángel entre llamada y llamada–. “Esta es su casa y también pueden ver el fútbol en ella. El que gane traerá la copa. He hablado con los dos presidentes y me lo han prometido”, relata con una sonrisa en la cara.
¿Usted de qué equipo es? “Del Oviedo”. Pero, hoy tiene que elegir. “Bueno, ahora que empieza el partido a todos se nos irá notando”. No queda ninguna silla libre en la sacristía de San Antón. El cuero rueda y el padre Ángel se pierde en una marea de bufandas. El gol de Ramos lo levanta de su asiento y trata de aplaudir mientras sostiene su refresco.
Bufandas donadas por los equipos
Adornos de ambos equipos se mezclan con carteles del Papa Francisco y algunas pancartas que piden un mundo más justo. Real Madrid y Atleti han regalado camisetas y bufandas a los Mensajeros de la Paz para que las repartan entre los más de 160 asistentes.
“Yo he estado hasta en la cama con el padre Ángel”. ¿¡Cómo?! “Habéis caído, ¿eh?. Es el bar que está ahí enfrente. Se llama ‘La Cama’. Hubiera sido una buena exclusiva”, cuenta a carcajadas. La vida de Carmelo se apoya en esta parroquia. Tiene la piel tostada y oscura, bañada en ese moreno que sólo pinta a quien suele amanecer con el rostro al sol. “Ángel es muy bueno, no se queda nada. Nunca le he visto el puño cerrado. Nos recibe con las manos abiertas”, narra.
"¿Cómo no íbamos a poner aquí el partido?"
El padre Domingo da misa en San Antón. Con un divertido acento gallego cuenta que la semana pasada fue a un bar a ver la final de la copa del Rey. “Señor, si no va a consumir, tiene que abandonar el establecimiento”, le dijeron. Cruzado de brazos, y con la mirada puesta en el altar, explica: “¿Cómo no íbamos a poner aquí el partido? No pueden pagarse una consumición”.
A Domingo le toman el pelo. Lleva puesta la casulla blanca, pero es del Atleti. “Pero si vas de blanco, ¡qué vas a ser colchonero!”, le gritan. “Fíjese –divaga– se habla mucho de Cristo, pero pocas veces se menciona a Jesús. ‘En aquel tiempo’, dicen los curas, como si fuera Caperucita. Bajémoslo aquí abajo. Contemos quién era. Dónde vivía, cuál era la política de la época, de qué comían. Se nos olvida”.
Una iglesia como "una discoteca"
Aquí los refrescos, las patatas y los sándwiches son gratis. Es un bar improvisado que tiene un inevitable aire eclesiástico. Pero aquí no se dicen palabrotas. El padre Ángel las ha prohibido. “A ver si lo conseguimos. Me parece bien que ponga esa condición. Hombre, aunque esto parezca una discoteca, es una iglesia”, dice Ángel. Este tocayo del sacerdote más mediático lleva su casa en la mochila. Asegura conocer al padre de San Antón desde hace más de veinte años. En pleno jolgorio, pide la palabra. “Esto ponlo en el periódico y me lo firmas. El fútbol está muy bien, es muy divertido, pero en el fondo es una puta mierda. Lo que importa es el empleo y la sanidad. Que no se nos olvide”.
Le escucha una voluntaria que viste chaleco amarillo, como todos los que participan en Mensajeros de la Paz de forma desinteresada. “Aprendo de él cada minuto. Tiene una cultura. Me encanta escucharle”, explica con los ojos puestos en el padre Domingo. Macarena observa al párroco con una dulzura que da vértigo. “No sé, al final cada uno da lo que puede. Pero soy tan feliz cuando estoy aquí. Ya sólo con darles las manos…”.
José es otro de los habituales, imprescindible en la alineación de los ‘feligreses’ de San Antón. Su alborotado pelo negro y rizado ha peinado ya las páginas de algunos diarios. “Fíjate, es que esta parroquia no es normal. Primero, la cena de Navidad. Nos trataron como a ricos. Ahora, esto. Es increíble”, dice mientras juguetea con la caja vacía de un iphone.
Quizá nunca haya entrado tanta gente en esta sacristía. Hay fieles de uno y otro equipo, todos entusiasmados, muchos con las uñas mordidas y las bufandas maltratadas por los nervios. Mientras, suena en el templo música sacra. Aunque esta noche, el himno de la Champions ha invadido San Antón.