“No quiero parecer crítico, pero tengo que expresar mi sorpresa porque se nos solicite un voto para un ente de ficción, que es lo que nos trae aquí el señor Sánchez”. Rajoy miraba a Sánchez por encima de los cristales de las gafas. En broma, es decir, en serio, explicaba de ese modo su negativa a respaldar la investidura del socialista, a quien no le daban los números de ninguna forma posible para salir con la confianza de la Cámara. Cinco meses después, es Rajoy el que acude al Parlamento a presentar su programa de gobierno en la misma encrucijada que el secretario general del PSOE: sin los apoyos que se necesitan para sacar adelante la sesión de investidura. (Lea el debate de investidura íntegro de Pedro Sánchez).
Mariano Rajoy calificó la sesión de investidura de Pedro Sánchez como la “farsa”, la “comedia de enredo”, el “rigodón con cambio de pareja” que protagonizaba el líder socialista desamparado, sin más apoyos que Rivera. El próximo martes será el propio Rajoy quien se enfrentará a Sánchez y también a sí mismo, a aquellas incisivas palabras con las que quiso hacer mella en la herida de un PSOE en horas bajas. Toda aquella retórica que utilizó en su turno cuando el candidato socialista presentó su programa puede volverse ahora en su contra.
Rajoy auguró un futuro feliz para la "solemnísima firma" que Sánchez y Rivera estampaban en el papel para luego fotografiarse con una sonrisa de lado a lado. Estábamos ante una página "histórica", solo comparable al pacto de los Toros de Guisando. Rajoy suspiraba, lamentando que aquel "paso histórico" fuera a ser de tan "limitada relevancia". Pese a todo, para el líder popular era un momento a celebrar. El ansiado acuerdo se estudiaría en las escuelas -"con el Compromiso de Caspe y los Pactos de la Moncloa"-. Y Rajoy, encendido, no podía menos que celebrar.
Mariano inspirado
El Mariano más evocador recordaba "aquellos días felices de la conjunción interplanetaria que nos anunció una entusiasta señora ministra, a cuenta de que en el planeta Tierra iban a coincidir la presidencia americana del señor Obama con la presidencia de turno en la Unión Europea del señor Zapatero. España entera quedó estupefacta". Aquella "conjunción interplanetaria" no le llegaba ni a la altura del betún al acuerdo con el que Ciudadanos y el PSOE se presentaron ante la Cámara. "Comparada con la actual, fue muy inocente. Al fin y al cabo, aquella no pretendía engañar a nadie, ni dar a los españoles la fraudulenta impresión de que se estaba arreglando algo”. Rajoy se mirará el martes al espejo, y verá toda esa retórica con la que criticó hace ya cuatro meses la investidura fallida.
"Señor candidato, su fiesta ha llegado al final. Ha perdido las elecciones. ¡Usted!, con el peor resultado de la historia de su partido. El peor en casi cuarenta años. Ha perdido esta investidura, nos ha hecho perder a todos el tiempo, ha generado falsas expectativas y las ha defraudado. Ha puesto las instituciones al servicio de su supervivencia. Y eso también es corrupción, señor Sánchez”.
Rajoy esgrimía sus mejores armas ante la Cámara de los parlamentarios. Sánchez y Rivera observaban y negaban desde la bancada, testigos de su propia muerte en diferido, víctimas de la reedición de la pinza, esta vez clamada a dúo entre Rajoy y Pablo Iglesias. Con esas palabras, concluía Rajoy su segunda negativa a la investidura de Pedro Sánchez el 4 de marzo. Ovación cerrada, Rajoy se sonreía, orgulloso de la estocada, y Sánchez, serio desde su bancada, anotaba y anotaba.
Rajoy contra la retórica de Rajoy
Justo dentro de una semana, el líder gallego estará de nuevo en el atril, ante los socialistas, que le escucharán desde la tribuna. Esta vez los papeles estarán invertidos, de tal forma que Rajoy podrá probar de su propia medicina, ese “bálsamo de Fierabrás” al que se refería, expuesto ante la totalidad de la Cámara. Acude con más apoyos que Sánchez, pero todo apunta a que el nuevo “vodevil” al que sus señorías se enfrentarán no será sino la reedición del “bluf” al que Mariano Rajoy aludía cuando tenían lugar los días de amor furtivo entre Sánchez y Rivera.
El líder de los populares emergió lenguaraz en la tribuna de oradores. La semana que viene, si todo sigue su curso, tendrá la ocasión de saborear su propia caída en la primera votación. Rajoy acusará a Sánchez de negarle los apoyos y de bloquear la situación. Sería entonces el momento de la réplica de Sánchez, quien tendrá que explicar a los diputados su negativa al líder de los populares. “No se preocupen que se lo voy a explicar con tanta claridad que hasta ustedes lo van a entender”, dijo Rajoy, a la bancada de los socialistas.
El martes será el turno de un Sánchez que permanecía agazapado, sumergido en aguas mediterráneas, quien ratificará una vez más esa negativa a la que Rajoy aludió en su día, con la sorna propia de quien se regodea en su victoria pasando por encima a su enemigo. “Me dijo usted no cuando le llamé el 23 de diciembre. Le recuerdo sus propias palabras, señor Sánchez: ‘No es “no”. ¿Qué parte del “no” no ha entendido el señor Rajoy?’”.
Al tercer día de su discurso, se iba a producir la segunda votación para investir a Sánchez. Rajoy subió al estrado y habló haciéndose el loco ante los "¡Oh! que llegaban desde el lado izquierdo del hemiciclo: "Señor presidente, señores diputados, señor Sánchez, votaremos no a su investidura. ¿No lo sabían? He hecho bien en recordárselo entonces". Por si no lo hubiera dicho ya suficientes veces, Sánchez le recordará a Rajoy ese no rotundo.
Rajoy replicaba, entre la resignación y la pesadumbre, exculpándose con los brazos abiertos: "Usted no podía ser investido sin el apoyo del Partido Popular o el de Podemos. Así es la aritmética, yo no tengo la culpa". Los populares lo tienen incluso más complicado. Se les han cerrado todas las puertas. Incluso la del PSOE, la única que podía solventar todos los problemas. Un muro se situará entre Rajoy y volver a la Moncloa.
No pueden vivir el uno sin el otro
Sánchez y Rajoy son la noche y el día en la tribuna de la Cámara Baja. La semana de la investidura fallida Rajoy se sentía cómodo, en su salsa, jugando a placer a la contra repartiendo estopa a Sánchez, a Ciudadanos y a todo el que se puso por delante. Entre referencias literarias, el Rajoy más Rajoy surgió aquel día como vencedor del debate, azotando a Sánchez con una crítica tras otra. Sánchez, más plano en su dialéctica, trató de vender el humo que había fabricado durante meses, en un pacto que no condujo a nada y que no surtió el efecto que esperaba, ante la imposibilidad de que Podemos se sumase al acuerdo. “El rigodón con cambio de parejas”, que decía Rajoy.
Con los líderes de Ciudadanos y PP a caballo entre las vacaciones y las reuniones políticas, las ruedas de prensa no han sido esta vez tan abundantes. El presidente en funciones se las verá esta vez no solo ante sus opositores, sino también ante sus propias palabras, esas que decían que a una investidura se va a ser investido, y no a “perder el tiempo”. El PSOE estaba vendido en la investidura fallida. Rajoy e Iglesias hicieron leña del árbol caído. El propio Rajoy acude ahora con una garantía mayor, pero no válida.
Sánchez y Rajoy son dos hombres antagónicos. Aunque cercanos en muchos aspectos, se sitúan el uno del otro en las antípodas políticas y personales. En la política a veces un gesto vale más que mil palabras. El pasado 12 de febrero Rajoy negó el saludo a Pedro Sánchez, lo que acaso se convertía en la mayor metáfora del océano de divergencias que a ambos les separa. Pueden sentarse juntos, pueden debatir, arrancarse la piel a tiras (retóricamente hablando), pero a día de hoy parece una utopía que uno le dé al otro su voto de confianza.
Como decía Romanones, una de las referencias literarias que Rajoy suele sacar a pasear -“¡Joder, qué tropa!”-, los adversarios se acompañan siempre de un modo incesante: “Los amigos suelen abandonarnos a la hora de la desgracia; los enemigos nos siguen hasta la muerte”. Quizá esta nueva política de la que Sánchez se quiere erigir como estandarte junto a Iglesias y Rivera no pueda dejar de existir sin Rajoy, representante, en teoría, de lo viejo. El martes les tendrá a todos enfrente junto a un compañero que el líder de los populares no esperaba hace meses: las palabras de su propio discurso.