Miguel Herrero de Miñón (Madrid, 1940) es uno de los tres padres de la Constitución Española vivos. Poco dado a declaraciones públicas desde que ingresó en el Consejo de Estado como miembro permanente (2009), divide su tiempo entre este órgano consultivo y la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Hace pocas semanas publicó el libro (“librito”, dice él) Tres conferencias sobre la reforma constitucional (Tirant lo Blanch), acerca de un proceso que vuelve a dominar el debate político español en tiempos de incertidumbre.
Experto en Derecho Público, considerado el mejor orador del centroderecha español desde que se reinstauró la democracia, Herrero de Miñón fue diputado de UCD y llegó a presidir Alianza Popular tras la dimisión de Manuel Fraga en 1986 (“unos días, hasta que me echaron”). Al año siguiente optó a la presidencia del partido, pero fue derrotado por Antonio Hernández Mancha. Mantuvo su acta parlamentaria hasta 1993 y posteriormente dejó la política. En 2004 abandonó además el Partido Popular, desde el que ha sido criticado por su buena relación con el entorno del Partido Nacionalista Vasco.
Pudo ser el líder de la oposición a Felipe González, pero dice “no echar de menos la política. Estoy muy honrado de haber participado, pero creo que no es para toda la vida. Cero nostalgia”, afirma en una entrevista con EL ESPAÑOL en su despacho del Consejo de Estado, flanqueado por cuadros y tapices, protegido del “preocupante” estruendo que marca la vida política española desde hace un tiempo.
Comienza 2017 y la reforma constitucional está en boca de varios partidos. ¿Cree que se va a abordar en esta legislatura?
Yo creo que lo que menos necesita España ahora es un nuevo proceso constituyente. Lo que necesita es estabilidad, progreso económico, progreso social, y eso no se consigue con un proceso constituyente; porque no necesita nuevas fórmulas constitucionales, sino determinada práctica. Es decir, es importante eliminar la corrupción, pero eso no se consigue con una prohibición constitucional de la corrupción. La realidad no se deja ahormar por declaraciones jurídicas.
España necesita reformar determinadas instituciones. Mi tesis es que la mayoría de esas instituciones se pueden reformar y mejorar con leyes infraconstitucionales. El problema no está en la Constitución; está en su desarrollo. Incluida la Ley Electoral: se puede hacer una nueva sin modificar las bases electorales que hay en la Constitución, y que han dado muy buen resultado. Ninguno de los partidos que ha perdido elecciones desde 1978 ha impugnado el resultado electoral. Que en un país con una tradición de corrupción electoral desde 1808 se consigan hacer elecciones limpias es un capital que no se puede amortizar. Refórmese la ley electoral en lo que se estime necesario, pero manténganse esas bases.
Es decir, ¿un proceso de mutación constitucional, sin reforma?
A veces se puede mantener el texto constitucional modificando su significado práctico (esta es la mutación). Es lo que se ha hecho en todos los países civilizados: Estados Unidos, Gran Bretaña (antes que en ningún otro sitio), Alemania, Austria, Italia, Francia... En Italia, que el presidente de la República tenga más o menos poderes no depende tanto de la letra de la Constitución, sino de la interpretación y la costumbre que se ha creado al amparo de esa Constitución. Es una forma de desdramatizar los procesos de revisión constitucional; en vez de por una reforma formal, por una mutación informal.
En España la dramatización respecto a la Constitución y a la propia política es constante...
Sí, pero eso de dramatizar todo tiene el inconveniente de que no se hace nada. Porque el drama asusta.
En los 40 últimos años en España se ha acabado con el fraude electoral y con algunas lacras más. Sin embargo, existe una notable desafección entre la población con el sistema político, que se extiende a la propia Transición.
La Transición fue un éxito. Fue muy discutido el proceso que se seguía, podía haber habido otro camino alternativo, pero lo cierto es que terminó bien. La Constitución tendrá sus defectos, pero ha dado el periodo de estabilidad y prosperidad más grande que España ha tenido en la modernidad. Algunos que intentan deslegitimar constantemente a la Constitución están donde están merced a la Constitución.
¿Cómo se explica ese distanciamiento de grandes bolsas de electores?
La crisis económica ha afectado a todos y a todo, por supuesto, pero dudo mucho de que haya una desafección general de la ciudadanía respecto a la Constitución. Lo que creo es que hay determinados grupos políticos que cultivan y propugnan la desafección, tal vez porque quieren protagonizar un nuevo proceso constituyente. Hombre, si es por la vanidad de tener sus retratos colgados en el Congreso, se podría buscar una fórmula alternativa, sin necesidad de tocarlo todo...
Supongo que se refiere, por ejemplo, a Podemos, formación que cuestiona incluso el derecho de los dos partidos mayoritarios a encabezar el proceso de reforma constitucional porque no son mayoría en el segmento poblacional inferior a 45 años, ni tampoco en el País Vasco y Cataluña. ¿Es un argumento peligroso?
Es peligroso en la medida en que revela una afección intelectual de difícil diagnóstico. Porque si los partidos mayoritarios no son los agentes que deben conducir el proceso, parece que la alternativa es que deben conducirlo los minoritarios. Habría que invertir todo el proceso político y decir que la democracia no consiste en el gobierno de la mayoría con respeto a la minoría, sino en la imposición del criterio de la minoría. Y eso, no cabe duda, es una cuestión más de psiquiatra que de politólogo.
El lehendakari Íñigo Urkullu ha dicho que la independencia es algo improcedente en el mundo de nuestros días
En los últimos años ha habido infinidad de críticas al Gobierno, y específicamente a Mariano Rajoy, por una presunta falta de pedagogía en el asunto catalán: la ausencia de un discurso político sólido en favor de la unidad de España. ¿Qué opina al respecto?
Me remito a aquello de que bien está lo que bien acaba, o mientras bien dura. El Gobierno del PP y Rajoy han afirmado permanentemente que defienden la unidad de España. La defienden a su manera. Y esa manera no es del todo negativa en los resultados. En Cataluña se han dado muchas voces, pero no ha pasado nada. Y felizmente en el País Vasco (y en esto hay que volver a homenajear el gran sentido común del PNV y del lehendakari Urkullu), la situación ha cambiado mucho. No se deja de afirmar y defender la identidad diferenciada del pueblo vasco, pero Urkullu dijo hace pocas semanas que la independencia era algo improcedente en el mundo de nuestros días.
¿Está ahora más amenazada la unidad de España que en la Transición?
Yo creo que está menos amenazada. Y esa estrategia del Gobierno de Rajoy, que puede compartirse o no pero debe juzgarse por sus resultados, ha dado su fruto. En Cataluña dan muchas voces, pero los independentistas no han conseguido un número suficiente de votos, y parece que se está instaurando cierto espíritu de negociación. Yo siempre he defendido la tesis de que hay que negociar la situación de Cataluña, que no puede ser fruto de una imposición. Pero negociar significa que no se puede partir de hechos consumados y que hay que saber con quién negociar. Sería deseable que el panorama político catalán se clarificara de una manera en que se supiera con quién negociar. Porque si mañana, hipotéticamente, se quisiera negociar con un Gobierno catalán, me pregunto yo con quién cabría negociar.
Ha habido un cambio de lo que durante décadas ha sido el catalanismo político... Ahora las fuerzas políticas son muy distintas, ¿no? Aunque las voten las mismas personas. Es asombroso que la burguesía catalana vote a la CUP. Y es en los barrios precisamente más burgueses donde ha habido más votos para la CUP. Incomprensible...
Lamento que Pujol, que podría haber entrado en la historia por la puerta grande, le haya dado una patada al tiesto
Se han quedado quizá sin referentes. Algún día se calibrará exactamente la responsabilidad de Artur Mas en este proceso.
CiU ha hecho cosas que negaban su pasado, el señor Mas ha tomado posiciones que descalificaba él mismo unos meses antes. Y luego está el extraño fenómeno Pujol, que yo al menos no comprendo, pero que seguro que tiene sus explicaciones... Yo lamento que un hombre que podría y debería haber entrado en la historia de Cataluña y España por la puerta grande de pronto le dé una patada al tiesto.
Ningún miembro de su familia ha pisado una cárcel todavía.
A mí todo me resulta tan incomprensible que he decidido no pensar en ello.
¿La unidad de España, por tanto, está menos amenazada que hace 40 años a pesar de que los periódicos lleven años con editoriales alertando de que la cosa se nos va de las manos?
Una cosa es la opinión pública y otra la publicada, ¿verdad? Y efectivamente la publicada dramatiza mucho. Si se dramatizase menos, las cosas tendrían más fácil arreglo. Cuando se dramatiza mucho todo, y el combate político se convierte en una gigantomaquia en la que todos los participantes se creen gigantes que defienden posturas absolutamente apocalípticas, el compromiso es mucho más difícil.
Yo creo que todo patriota desea la recuperación del PSOE de la Transición
Por su experiencia en la Transición, en cuanto al talento en el liderazgo político, ¿ve menos talla en esta generación que en aquella?
No sé si es inferior o mejor, pero entonces realmente había líderes muy relevantes. No sólo en UCD, el partido que lideró la Transición, sino en el PSOE, con uno tan excepcional como Felipe González; y en el Partido Comunista un líder tan excepcional como Santiago Carrillo. Los partidos nacionales nunca dejaron de mantener sus posiciones, pero tenían liderazgos muy fuertes y, en último término, muy dialogantes.
Ahora, según su libro, el consenso está roto. Usted, como recuerdan muchos radioyentes, era amigo de Santiago Carrillo...
Yo era muy amigo de Santiago Carrillo. Tuvimos una tertulia en la radio durante 11 años.
¿Esa tolerancia, capacidad de diálogo, como quiera llamarlo, se da ahora?
No, no se da. Yo estoy seguro además de que ese tipo de contactos son al final muy positivos para todas las partes. Yo estoy seguro de que Carrillo influyó en mí, y en mi ideología, pero yo también lo hice en la suya. No me cabe la menor duda. Hablar semanalmente durante 11 años termina en una profunda amistad. Y, sin haber tenido esa relación, es evidente que Felipe González fue un líder decisivo para la Transición. Y hoy desgraciadamente en el PSOE ha habido una serie de procesos... Yo creo que todo patriota desea la recuperación del PSOE de la Transición. La Gestora está haciendo lo posible por llegar a eso y será un gran mérito desde el punto de vista de la nación que lo consiga. Si algo se consigue desde el punto de vista de la izquierda, es cuando la izquierda es posibilista y dialogante, no cuando es tremendista.
El modelo territorial hay que reelaborarlo, es de las cuestiones a incluir en la reforma de la Constitución
La figura de Felipe González produce en amplios círculos un rechazo cercano al que les despierta Aznar, como un “amigo del gran capital” que ha vendido sus ideales.
Eso revela que tienen poco conocimiento de la figura de Aznar.
En este escenario político de gritos callejeros (como dice en el libro) y revisionismo permanente, ¿el consenso sobre el modelo territorial a medio largo plazo sigue siendo posible? ¿O nos hemos acercado realmente al abismo como país?
No nos acercamos a ningún abismo. Porque al final las cuentas tienen que salir. Pero el modelo territorial hay que reelaborarlo y redefinirlo, y es de las cuestiones a incluir en la reforma de la Constitución. Pero no de un día para otro, sino de forma muy meditada, informada, estudiada y dialogada. Su redefinición pasa, primero, por reformar la Administración local. Y eso no quiere decir suprimir municipios pequeños, que equivale a desertificar el territorio. (Y ya que se habla tanto del territorio nacional, recordemos que si el territorio se desertifica, deja de ser nacional, es desierto). Mantengamos los municipios, aunque sea fusionando servicios que se puedan fusionar.
Si se acaba con las Diputaciones Provinciales nuestra Administración local se viene abajo
También hay que mantener las provincias, que como dice la Unión Europea en un informe es una entidad intermedia necesaria, porque las comunidades autónomas son muy grandes y los municipios muy pequeños. Y la Diputación Provincial es la que hace posible la existencia de los pequeños municipios, que son necesarios. En España hay ocho mil y pico municipios, de los cuales siete mil y pico tienen menos de 20.000 habitantes y son gestionados por la Diputación. Si se acaba con las Diputaciones Provinciales, nuestra Administración Local se viene abajo.
Su supresión era una petición de algunos partidos, señaladamente Ciudadanos.
Sí... En cuanto al sistema autonómico, se ha ido probablemente por vías que no se pensaron en el momento constituyente. Y hoy en gran medida son irreversibles. Pero en otra medida son mejorables, reconociendo que hay comunidades autónomas con determinada personalidad específica que requieren un determinado tratamiento: Cataluña, País Vasco, Navarra (que ya lo tiene) y Galicia. Y en el resto hay que confiar en el sentido común de los partidos nacionales, que son los que gobiernan en la mayoría, para evitar el mimetismo de ser igual que Cataluña. Me encanta Madrid, soy madrileño, pero no quiero que Madrid tenga competencias culturales y lingüísticas propias, porque nuestra cultura, nuestra lengua, ¡es tan buena que es la común!
No sirve decir “hay que marchar hacia el federalismo”, entre otras cosas porque no hay que ir hacia nada, sino tener algo
Una de las palabras más manoseadas del debate político español es ‘federalismo’. ¿Se puede avanzar más en la descentralización?
Es lo terrible: cuando se habla de federalismo, no se sabe muy bien qué se quiere decir. En el libro lo señalo: hay múltiples formas federales. El federalismo es un proceso, en el que no hay solución de continuidad. Es muy fácil decir “el federalismo es una descentralización política”, “la confederación es una institución de Derecho Internacional”. No sirve prenderse en las palabras y decir “hace falta marchar hacia el federalismo”... Entre otras cosas, no hace falta marchar hacia nada, sino tener algo. Los problemas del Título VIII de la Constitución vienen de que, más que organizar territorialmente España, marcaba unas vías (que después no se siguieron, obviamente) para organizarla territorialmente. Ordenaba un proceso, no una estructura. No abramos ahora otro proceso, organicemos de una vez una estructura.
El PSOE menciona constantemente la palabra “federal”, como un mantra.
Eso viene de la Declaración de Granada [2013], que efectivamente fue una declaración positiva, aunque no se esté de acuerdo con ella. Primero, porque fijaba unos límites: es decir, el PSOE nunca habló del derecho a decidir ni del derecho de secesión. Había líneas rojas, como se llaman ahora. Ahora, cuando propugna una estructura federal, creo que se le escapan las diversas posibilidades que hay. Hay federalismos de ejecución, identitarios, solamente fiscales...
El Estatuto de Cataluña, sea el que sea, debe ser siempre un pacto de Estado. Y hay se debe respetar como tal
¿Hay algún país más descentralizado que España en Europa?
Alemania.
En la facultad de ciencias políticas, hace veinte años, se solían equiparar.
Si no en los principios, sí en la práctica... Aquí, indebidamente, se ha seguido una política neocentralizadora que tampoco se acerca demasiado a lo que era el espíritu constitucional. Aquí las autonomías se consideraban en su génesis como autonomías políticas. Luego las autonomías se multiplicaron por 17 en los Pactos Autonómicos de 1981, que fueron un desastre, en los que pusieron sus pecadoras manos los partidos entonces mayoritarios, UCD y PSOE. Multiplicar por 17 las autonomías es una ingeniosa forma de conjurar los males de tres... Así no se arregla nada.
El célebre “café para todos”.
Exactamente. Entonces el Gobierno y los grandes partidos se convencieron de lo difícil que era manejar aquello e intentaron ir por el camino de la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico]: una fórmula recentralizadora, que el Tribunal Constitucional casó con toda razón. Pero sus principios, a través de la jurisprudencia y una serie de políticas concretas, han seguido la vía recentralizadora. Y claro, eso no sirve para todos, porque rompe la relación con Cataluña. El Estatuto de Cataluña de 1979 era un verdadero pacto de Estado. El que crea que el Estatuto de Cataluña es como la ley del Tribunal de Cuentas se equivoca. El Estatuto de Cataluña, sea el que sea, debe ser siempre un pacto de Estado. Y hay que respetarlo como tal. No pidiendo la secesión, que es romper el pacto de Estado, pero tampoco interpretando las leyes de bases de tal manera que la legislación catalana quede sin campo de desarrollo.
Se ha llegado a extremos como este: recientemente he visto en el Consejo, que emite dictámenes previos a los recursos de inconstitucionalidad, cómo se pretendió plantear (luego se negoció: se amenaza muchas veces y luego se negocia; tal vez fuera mejor negociar antes que amenazar) un recurso de inconstitucionalidad contra una ley de la Generalitat que obligaba al cierre de los establecimientos turísticos del Ampurdán a las nueve y media de la noche en Nochebuena y Año Viejo. Y se dijo que eso rompía la unidad de mercado. Hombre, no... Eso es crear problemas para dramatizarlos después. Y no se debe ni dramatizar lo que ya hay, que es mucho, ni crear nuevos problemas.
Ése sería, entiendo, un extremo de mala praxis. El otro extremo, aunque su figura se está rehabilitando en los últimos meses, sería el “aceptaré lo que venga de Cataluña” de Rodríguez Zapatero. ¿Qué responsabilidad otorga a su gestión del conflicto catalán?
Indudablemente, alguna responsabilidad tuvo. Pero todas esas declaraciones deben interpretarse en su contexto. Un presidente del Gobierno puede decir a título personal que acepta tal cosa, siempre que cuente con las mayorías parlamentarias, las negociaciones necesarias, etc. Y con la posibilidad de que se planteen recursos al Tribunal Constitucional. Yo estoy seguro de que cuando el presidente Zapatero afirmó eso, lo hizo supeditándolo a todo lo que pudiera ocurrir.
Y lo que ocurrió, primero, fue un Estatuto de 2006 innecesariamente desmadrado. El recurso que el PP planteó fue un disparate, y me alegro de que últimamente la vicepresidenta del Gobierno haya dicho algo semejante. ¡Se impugnaban algunos artículos que estaban en el Estatut de Valencia hecho por el propio PP! La sentencia del Tribunal Constitucional tampoco fue un acierto: hay que ver el tiempo que tardó en salir y las cosas que ahí se dijeron, innecesarias.
Luego la interpretación de la sentencia fue todavía peor: lo que decía la sentencia como cláusula interpretativa se interpretó como declaración de inconstitucionalidad. Yo creo que ha habido una serie de errores en cadena. El error es difusivo; cuando se comete uno se cometen otros después. Pero pienso que todo eso puede estar a tiempo de reconducirse.
¿Se refiere a los nuevos gestos?
Parece que el Gobierno tiene ganas de reconducirlo, y en cuanto a la otra parte... La realidad también tiene su peso. Es decir, no basta con hacer una declaración de independencia para ser independiente; la prueba es que al señor Bossi, que la hizo en Padania después de ganar un referéndum, nadie le hizo caso; no pasó nada.
El esfuerzo del nacionalismo catalán en los últimos años por defender las bondades de la independencia y el derecho de autodeterminación ha sido ingente. ¿Ha percibido por contraste cierta debilidad intelectual por parte del ‘españolismo’ en la defensa de los méritos de la unidad?
¿Debilidad? No... La verdad es que creo que hay cosas que se mantienen por su fuerza normativa. Sobre la unidad de España hay que preguntar primero, ¿quién la pone en tela de juicio? ¿Con qué fundamento y con qué horizonte? Es cierto que el independentismo catalán ha subido del 15% a cerca del 47%, pero yo tengo la profunda convicción de que si a ese 47% de sedicente independentismo se le diese una salida positiva, optaría por esa salida en lugar de por el independentismo. Es decir, un nuevo Estatuto... Una Disposición Adicional de la Constitución que reconociera la personalidad de Cataluña y las competencias inherentes a esa personalidad, como la Adicional Primera respecto al País Vasco. Podría tener unos efectos igualmente positivos.
La mayor parte de las competencias están ya transferidas y el reconocimiento de la personalidad diferenciada ya se hace…
El diálogo entre el españolismo, entre comillas, y el nacionalismo o indepentismo catalán o vasco ha sido un diálogo de sordos. Porque por una parte se reclamaba el reconocimiento de una identidad, y entonces se ofrecían unas competencias. Muy bien, se decía, déme las competencias, pero yo lo que quiero es que me reconozcan diferente. Ah, usted quiere más competencias. Bueno, démelas también, pero... Y entonces se transferían todas las competencias y no se satisfacía la reclamación profunda. Es como cuando en determinadas enfermedades se acude al síntoma, y para tratarla hay que atender a lo que está detrás. Si lo que se reclama es un reconocimiento de identidad, usted tiene que sentarse y reconocer la identidad de una vez por todas.
España necesita dos, o tres si se quiere, grandes formaciones políticas en el centroderecha y centroizquierda
¿Qué reconocimiento de la singularidad catalana podría ser compatible con el ‘españolismo’?
Eso tienen que decidirlo los que tienen responsabilidades para hacerlo...
Los políticos.
Los políticos en activo, que yo no lo soy... En eso consiste la función política, en ofrecer soluciones a esos problemas. No en crearlos.
¿Qué materias constitucionales serán a su juicio objeto de reforma esta legislatura?
Me figuro que habrá una ponencia de los dos grandes partidos; se sumará Ciudadanos, deberían sumarse los partidos nacionalistas. No sé si Podemos querrá sumarse o no y cuál será su actitud. No sé cómo va a evolucionar eso. Pero hay problemas que se deben abordar, por ejemplo la reforma electoral. Y no se arregla de un día para otro.
¿Básicamente para aumentar la proporcionalidad en el reparto de votos?
Sí...
¿Hubiese sido mejor hacerla hace diez años, cuando el espectro político estaba menos atomizado?
Soy el menos autorizado para hablar de eso, porque el que hizo la Ley Electoral vigente, en gran medida, fui yo mismo.
Se redactó con la vocación de generar estabilidad en una democracia naciente...
Sí... Y la de dirigir la atomización de partidos que había entonces en la derecha y en la izquierda hacia grandes formaciones, sólidas y homologables con las que había (y hay) en Europa. El PSOE quiso asemejarse y se asemejó durante mucho tiempo al Partido Socialdemócrata Alemán. Y después el PP ha conseguido en gran medida homologarse a los partidos de centroderecha europeos. España necesita dos, o tres si se quiere, grandes partidos en el centroderecha y centroizquierda. Pretender atomizar esto territorialmente e ideológicamente no creo que sea bueno para nadie. La reforma debería ser moderada y pensada. Sabiendo lo que se quiere hacer y con quién se quiere hacer.
También se muestra partidario de reducir o suprimir los aforamientos.
Intranquiliza mucho a algunos partidos y debe corregirse. Pero eso en gran medida depende de los Estatutos de Autonomía, que son los que han multiplicado los aforamientos por diecisiete. También se podría reformar un artículo de la Constitución que los prevé. Pienso, no obstante, que la incidencia del desaforamiento sobre la corrupción va a ser escasa. La corrupción se combate no solo con eso, sino con medidas penales y procesales más ágiles, con un compromiso de los partidos muy serio en torno a criterios de gestión corporativa, sin caer en el peligro de convertir eso en una inquisición generalizada.
Y debe atenderse también a la realidad de las cosas: si mañana se persigue a sangre y fuego eso que se llaman las ‘puertas giratorias’, va a haber que buscar con un candil quien quiera entrar en la vida pública. Los políticos en España están mal pagados, están ultraperseguidos y desprestigiados... Si ahora se le niega a un profesional salir de la política incluso con más prestigio para seguir su profesión, ya veremos quién quiere entrar en ella. Sería muy positivo que a la política española, en lugar de ir gentes sin oficio ni beneficio, y que encuentra allí un medio de vida (por eso no quiere dejarlo jamás), entrasen profesionales cualificados.
Si se persiguen las puertas giratorias, va a haber que buscar a quien quiera entrar en la vida pública: los políticos están mal pagados y desprestigiados
¿Habría que subir el sueldo a los parlamentarios?
Sería más útil que las incompatibilidades se refiriesen exclusivamente al manifiesto conflicto de intereses. Ahí sí hay que ser radical.
¿Echó de menos un Gobierno de coalición en España durante la reciente crisis política?
Hubiera sido lo ideal... Y la verdad es que es lo primero que propuso Rajoy. Hubiese sido muy bueno para España.
Su inviabilidad fue una estampa inmejorable de la falta de consenso.
Una de las fórmulas para hacer posibles esos consensos tan amplios es primero crear un clima de confianza y rebajar el tono de la polémica. Cuando al adversario se le pegan patadas en la espinilla, por no decir que se le acuchilla, después pactar es muy difícil. Porque no hay confianza. Creo que ésa fue una de las razones por las que hubo tan fácil consenso en la ponencia constitucional; había un miembro destacado del PC (Jordi Solé Tura), un nacionalista catalán (Miquel Roca), un socialista dogmático (en el mejor sentido del término) como Gregorio Peces-Barba, un conservador radical como Fraga... ¿Por qué fue posible? Porque desde el principio, por múltiples razones, había confianza personal. Algunos (Gregorio, Cisneros, Pérez-llorca y yo mismo) nos conocíamos desde la Facultad. Y todos sabíamos que éramos fiables. Yo había hecho oposiciones junto con Jordi Solé y habíamos perdido la cátedra de Derecho Constitucional, lo cual revela la sagacidad del tribunal. Y perder una oposición juntos une mucho... Crea un ambiente de cordialidad... !Y eso ayuda!
El Senado debería ser una cámara de reflexión, compuesta por personas con experiencia política pero sin filiación
¿Había otros modales, además? (Aparte del conocimiento personal previo).
Pero porque nos conocíamos y había confianza. Y eso se mantuvo después durante años... Prácticamente hasta el año 89. Las relaciones entre los grupos parlamentarios y los parlamentarios eran cordiales. Y positivas. Yo recuerdo que en un momento alguien pidió un suplicatorio para procesarme, porque consideraba que había ofendido su honor. Y el Partido Socialista, desde el primer momento, dijo "votamos en contra como un solo hombre". Esa cordialidad humana contribuye mucho, pero hay que cultivarla. Eso no se ha cultivado demasiado en la legislatura pasada y es de desear que ahora se cultive más.
Todo el mundo en España habla de la reforma del Senado, que en su libro considera inviable en esta legislatura. Aporta, sin embargo, una propuesta innovadora.
Creo que no la veré, pero alguna vez habrá sentido común para hacerla. Todo el mundo critica el Senado, pero nadie plantea una alternativa seria. Por otra parte, los partidos tienen compromisos personales que les hace difícil entrar en su reforma. Lo que yo planteo en el libro, que no creo que sea una tesis viable, es que el Senado, en lugar de ser una cámara legislativa de segundo grado, fuese una cámara de reflexión, y que estuviera compuesta por personas con experiencia política pero sin filiación política presente.
Seamos sinceros; habrá habido presidentes mejores o peores, unos serán criticables y otros adorables, pero no cabe duda de que el que ha estado varios años en la presidencia del Gobierno tiene una experiencia política que no tiene el común de los españoles. Y el presidente del Tribunal Constitucional o del Congreso. Esas capacidades políticas, en vez de amortizarse (como si en España nos sobrase gente con experiencia), deberían reunirse en un Senado dedicado a reflexionar seriamente y a hacer también otras cosas, como por ejemplo designar a los órganos de control (Tribunal de Cuentas, Constitucional), en vez de que sea fruto de negociaciones de los partidos que deben ser controlados. Pero esa propuesta es muy difícil de adoptar todavía.
Recuerda a los Consejos de Ancianos en Esparta y la Atenas de Pericles.
Sí, pero fíjese... ¿Cuántos políticos españoles hoy saben quién es Pericles?