La presidencia del Gobierno es un imán que pega el carisma incluso al que no lo tiene. Habían dado las nueve y sonaba el timbre que da inicio a la sesión de control. A las puertas del pleno, Pablo Iglesias trataba de colocar su mensaje a los periodistas antes de empezar. Cuando ha llegado Rajoy, las cámaras han abandonado al secretario morado y han perseguido al presidente hasta su butacón. Ahí, una radiografía tras otra, el líder popular ha tratado de esbozar la mejor de sus sonrisas. Se sabe líder, carismático a la fuerza o por accidente, y sonríe.
Ese momento, el del caminito, es clave y se repite cada miércoles para diferenciar al míster del utillero, al director de escena del secundario. Rajoy, otra vez, se topaba con la oportunidad de deslumbrar. Los suyos le aplaudirán en el peor de los casos y si asoma alguna genialidad, retumbará el Congreso. Pero no. Miércoles 8 de noviembre, Rajoy ha vuelto a coger el folio, a recitar estático y a convertirse en ese entrenador de fútbol locomotora de obviedades.
¿La peor crisis de la dictadura?
Margarita Robles, con un resbalón, le ha brindado una ocasión para la socarronería. “Esta es la peor crisis de la dictadura”, se ha confundido la socialista en referencia a Cataluña. Los nacionalistas, partidos de risa; Rajoy lo ha dejado pasar, consciente de lo que cuesta rascar el equilibrio constitucional.
Para contestar, el presidente se ha levantado como un resorte, quizá con algo de ansiedad, pensando que Aznar estaba predicando en la radio, recordando a los españoles las tareas pendientes de su Gobierno. Ay, el cuaderno azul. Ha salido del paso con un “nosotros somos los primeros interesados en resolver esto”, que también podría haber sido un “nos hemos llevado los tres puntos, que es lo importante” o un “hemos logrado jugar tranquilos”.
Robles, que ha arrojado su discurso de memoria y sin papel, se topaba con un Rajoy a golpe de guión, leyendo la respuesta a una pregunta que ya conocía, claro. Otra vez: “Hemos sido prudentes, las cosas están funcionando bien”. El presidente del Gobierno tiende a las “cosas”, ese gran recipiente capaz de alojar cualquier “cosa”. “Los catalanes hacen cosas” no fue sólo su gran canción del verano.
Un libro de estilo para el Congreso
El Congreso de los Diputados debería redactar su particular libro de estilo, con una primera página que prohibiera a los parlamentarios pronunciar la palabra “cosa”. Por lo menos para evitar un ataque de momias contra la Cámara protagonizado por Fernández Flórez, Camba y Azorín.
En su respuesta a los nacionalistas, Rajoy ha vuelto a la carga: “Son muy importantes dos cosas…”. Un arranque sólo comparable a su ya mítico: “En la vida…”. El presidente del Gobierno emulaba a los entrenadores más bregados de la Primera División. “Por mí no va a quedar”, ha zanjado igual que podrían haberlo hecho Zidane o Míchel en sus últimas ruedas de prensa. A la diputada de EH Bildu le ha regalado un “usted puede pensar como quiera”. Llegaba a su fin la primera media hora de trabajo y ya se estaba acabando la gasolina de la locomotora de obviedades. Rajoy se convertía en nuevo entrenador de la Selección, a pesar de la camiseta republicana.
Una ovación a pesar de todo
En su última intervención, el presidente no ha calculado bien el tiempo y se le ha apagado el micro cuando todavía estaba hablando. Da igual. Sus diputados, incluidos los situados diez filas más arriba, le han regalado la mejor de las ovaciones. Esas “cosas” son las que le permiten a uno desprenderse de la somnolencia ocasionada por los “hay que cumplir la ley”, “seamos prudentes”, “esto funciona bien” o el “por mí no va a quedar”.
Cuando ha tocado discutir acerca de las autoescuelas, Mariano Rajoy ha cogido sus folios, se ha levantado y ha dejado el pleno. Sabe que el miércoles que viene, a las nueve de la mañana, las cámaras abandonarán al resto para acompañarle en su camino al escaño, a la orilla de la escalera dorada.