"Quiero felicitar a la Policía española y a la cooperación con Senegal y a todos los países del Magreb y el Sahel. [...] Esta persona ha sido detenida en un tiempo récord". Las declaraciones que ofreció el ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska desde Mauritania -en el marco de una reunión bilateral con las autoridades locales- pone de manifiesto el alivio que supuso la detención, este lunes, de Guillermo Fernández, en tierras senegalesas.
El violador y asesino, condenado a 26 años y seis meses de prisión, planificó una huida compleja, a través de caminos enrevesados para dificultar su seguimiento. Lo hizo de la mano de su pareja, Elena, una voluntaria a la que conoció en la cárcel cántabra de El Dueso, donde cumplía condena. A vuelo de pájaro, 3.500 kilómetros separan el presidio del lugar en el que concluyó la fuga. Una carrera frenética que se ha desarrollado en cuatro países y que por poco no alcanza también a Gambia.
A sus 41 años y nacido en Santander, Guillermo Fernández se había convertido en uno de los fugitivos más buscados de España. La Policía había difundido su fotografía por redes sociales y activado una orden de busca y captura con Interpol. La imagen saltó a los informativos, a los diarios. Los vecinos de Santoña, donde se ubica el penal de El Dueso, plantearon sus temores por la fuga del criminal. Difícilmente podían saber que ya se encontraba muy lejos, en tierras africanas.
La huida de la cárcel
Guillermo Fernández cumplía condena por haber abusado sexualmente a dos mujeres y matado a una de ellas en Vitoria en el año 2000. A la primera la violó en una panadería; a la segunda, en el bar Acua de Vitoria. Fuentes policiales destacan la "violencia inusitada" del criminal. El caso conmocionó a la sociedad vasca.
La vida del criminal en la cárcel de El Dueso, en la que ingresó tras ser condenado a 26 años y seis meses de prisión, se centraba en buena medida en los tratamientos de reeducación de su conducta. No recibía demasiadas visitas, pero encontró una persona con la que estrechó lazos: Elena, una voluntaria que acudía de forma periódica al centro.
Fuentes penitenciarias afirman que Guillermo Fernández tenía un buen comportamiento. Había cumplido 14 años de prisión; o lo que es lo mismo, más de dos tercios de su condena. Por tanto, tenía derecho a permisos fuera de la cárcel, siempre que regresara a la misma.
Fue en uno de estos permisos cuando el criminal puso en marcha su plan de fuga. La dirección del centro advirtió su ausencia en la fecha en la que debía regresar y la notificó a la Policía Nacional. Enseguida se activó el protocolo que incluía, entre otros, el llamamiento a la colaboración ciudadana. El fugitivo se había llevado consigo las fotos que tenía en su celda y todas sus pertenencias.
El salto a Marruecos
Las pesquisas policiales apuntan a que Guillermo Fernández y su pareja cargaron una furgoneta de bolsas y fardos de gran tamaño. Así lo aseguraron algunos vecinos que vivían en las inmediaciones del piso en el que ambos disfrutaban de sus permisos penitenciarios.
Los primeros indicios reforzaban la hipótesis de que la pareja había huido y que podían encontrarse más allá de las fronteras españolas. Por eso la Policía activó una orden de busca y captura internacional a través de Interpol.
La hipótesis estaba bien encaminada. Guillermo y Elena habían dado el salto a Marruecos. El seguimiento coincidía con las versiones que ofrecían algunos testigos. En definitiva, la Policía había encontrado un rastro que seguir, sin saber adónde podía conducir.
La colaboración exterior
Las relaciones bilaterales que España mantiene con sus vecinos africanos más próximos se basan en dos elementos: la diplomacia, con su red de embajadas y consulados, y la cooperación policial. Agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil están destinados de forma habitual en estos países tanto en labores de protección de instituciones españolas como de instrucción a las estructuras locales.
Ese trabajo que viene proyectándose desde hace décadas -y potenciándose en los últimos años- ha sido clave en este caso. La confianza entre los cuerpos policiales de los países africanos y el español se proyectaron en esta persecución internacional. El viaje de Marlaska a Mauritania que arranca estas líneas se enmarca dentro de estos contactos.
Las informaciones que llegaban desde Marruecos apuntaban a que Guillermo Fernández y su pareja no se conformarían con haber salido de España. Buscaban un destino aún más lejano y por eso atravesaron todo Marruecos hasta Mauritania. Viajaban con documentación falsa para que su identidad no activase los protocolos fronterizos.
El mismo guión puede escribirse sobre su viaje por Mauritania: la pareja atravesó el país de norte a sur con el objetivo de alcanzar una nueva frontera, la de Senegal. Las autoridades aún no han logrado determinar el punto concreto por el que cruzaron los límites del país. La Policía, no obstante, seguía sus pasos. Los agentes también mantuvieron contactos con las autoridades mauritanas para obtener más información de esta fuga.
La detención
Fuentes diplomáticas destacan las buenas relaciones bilaterales que sostienen el diálogo Madrid-Dakar. Una unidad de la Policía Nacional está destinada en la capital senegalesa -amén de los efectivos que Fuerzas Armadas y Guardia Civil tienen en la región-.
El intercambio de información sobre criminales y otros intereses comunes es habitual. Por eso no es de extrañar que los policías destinados en Dakar recibiesen el aviso de que un individuo de características muy similares al fugitivo de El Dueso se encontrase en la frontera con Gambia, en un nuevo intento de cruzar a otro país y dificultar su persecución. Viajaba junto a una mujer cuya descripción correspondía con la de su pareja.
La Policía puso fin así a una huida que se ha prolongado durante más de una semana y en la que el fugitivo y su pareja han recorrido cuatro países -España, Marruecos, Mauritania y Senegal- en más de 3.500 kilómetros. Fuentes del Ministerio de Interior confirman que el detenido es Guillermo Fernández, a quien se le practicó el correspondiente cotejo de huellas dactilares.
Tras esta fuga, al criminal se le cierran las puertas de alcanzar un régimen carcelario más abierto. Además tendrá que rendir cuentas ante la Justicia por un quebrantamiento de condena, con penas que van desde los seis meses a un año de prisión.