El mechón de pelo que se encontró a 50 metros del lugar de la deflagración fue clave. Los suicidas se habían colado con una ambulancia y un camión cisterna cargado de explosivos hasta la base que las fuerzas italianas tenían en Nasiriyah (Irak). La deflagración acabó con la vida de 28 personas en un momento en el que el mundo comenzaba a sangrar con los zarpazos yihadistas. Ocurrió el 12 de noviembre de 2003 (fecha de la que recientemente se han cumplido 15 años) y durante mucho tiempo bailó la incógnita de quién era aquel muyahidin, aquel kamikaze que había arrastrado consigo a una treintena de víctimas al agujero de la muerte.
La Guardia Civil resolvió el misterio. El asesino era Belgacem Bellil, un ciudadano argelino de profundos vínculos con España. Entre su círculo más estrecho de amigos figuraba un hombre que a la postre jugaría un papel fundamental en la mayor tragedia de Cataluña de los últimos tiempos. Hablamos de Abdelbaki Es Satty, el imán de Ripoll que coordinó los atentados de Barcelona y Cambrils de 2017.
La vida (y muerte) de Belgacem Bellil es una historia tan compleja que el mejor modo de recorrerla es a través del relato cronológico. Belgacem nació en Argelia a principios de los setenta. Su infancia y juventud fueron como las de cualquier otro chico del país que no tuviera acceso a grandes recursos. Lo que ocurre es que en Belgacem se sembró la semilla de un radicalismo que marcaría el resto de su vida.
Fuentes de seguridad consultadas por EL ESPAÑOL manejan dos hipótesis sobre los motivos por los que pudo venir a España. La primera, por su incipiente radicalización y llamado por algún captador para seguir su proceso yihadista. La segunda opción es bastante más prosaica (y plausible): Belgacem no tenía trabajo y desembarcó en nuestro país atraído por las oportunidades laborales, tentado por amigos o conocidos que ya habían encontrado algún desempeño con el que sobrevivir.
Sea por la razón que fuere, las mismas fuentes ubican a Belgacem en Jaén, donde trabajaba en el campo. Una vida dura, con opciones nulas de promoción. Pero allí conoció a otras personas que hablaban de Cataluña como un lugar con un futuro más próspero. Siguió el consejo, hizo las maletas y se marchó rumbo a la provincia de Barcelona. Desembarcó en el verano de 2003 en Vilanova i la Geltrú, con una población próxima a los 60.000 habitantes, y se puso a buscar trabajo.
La célula terrorista
Pero antes incluso de encontrar trabajo, a Belgacem le preocupaba encontrar un lugar en el que rezar, donde encontrarse cómodo. Es así como llegó hasta la mezquita de Al Forkan.
En este punto se dibuja otra incógnita. ¿Belgacem, ya radicalizado, se puso en contacto con los demás miembros de la célula? ¿O sus visitas a la mezquita despertaron aquella semilla dormida de radicalización que podía llevar consigo desde Argelia? No hay respuesta. El caso es que allí conoció al marroquí Mohammed Mrabet Fhasi. Que éste lo recibió en su casa y le dio un trabajo en una carnicería. Y que, entre las cuatro paredes de esa vivienda, Belgacem se convirtió en un muyahidin dispuesto a morir por la causa yihadista. En este caso, bajo la bandera de Al Qaeda.
Mrabet Fhasi era el motor de aquella célula en la que estaban integrados otros individuos. Mientras el mundo aún se encogía por la tragedia de los atentados del 11-S de Nueva York de 2001, las imágenes de las Torres Gemelas derrumbándose eran jaleadas por los miembros de la célula. Se trataba de una red amplia. Entre ese círculo figuraba el ya citado Abdelbaki Es Satty, quien terminaría conformando su propio grupo terrorista en Ripoll y que orquestó los preparativos de los atentados de Barcelona y Cambrils de agosto de 2017.
Pero sigamos el recorrido cronológico. Varios miembros de la célula viajaron a zonas de conflicto para luchar entre las filas yihadistas. Muchos fueron detenidos por el camino, antes de llegar a su destino. Pero unos pocos lograron sus propósitos. Belgacem Bellil era uno de ellos. Llegó en octubre de 2003 a Damasco, la capital de Siria. Allí contactó con yihadistas afines que le facilitaron el paso a Irak (ya había estallado la guerra que terminaría con el derrocamiento de Sadam Hussein), se hospedó en una casa que le facilitaron los terroristas y, con ellos, comenzó a pergeñar su plan.
La masacre
Debían golpear pronto y golpear duro. Estudiaron meticulosamente sus objetivos y fijaron su obsesión en las instalaciones militares en las que se hospedaban las tropas italianas en la localidad de Nasiriyah. No era un objetivo menor. Con él, cumplían varios propósitos: mataban a “enemigos invasores”, llamaban la atención de la comunidad internacional y ellos se convertían en mártires de Al Qaeda. Porque su intención pasaba por suicidarse y llevarse con ellos el mayor número de vidas posible. Como ya hicieran los muyahidines del 11-S de Nueva York.
Belgacem y su compañero designado para la masacre, Abu Zuber Al Saudi, viajaron a Nasiriyah al menos en dos ocasiones con sus vehículos cargados de explosivos; una ambulancia y un camión cisterna. Y eso que no era un viaje cómodo, unos 350 kilómetros por carreteras maltrechas, acosadas por el avance de la guerra. Algo debió frustrar su primera intentona y regresaron a Bagdad.
El 12 de noviembre lograron su propósito.
La explosión sacudió el corazón de Nasiriyah. El humo y el fuego apenas dejaban ver el enorme cráter que se había abierto en el suelo, junto a las instalaciones italianas. Restos de cuerpos salpicaban el asfalto. Entre las filas italianas fueron asesinados doce carabinieri, cinco militares y dos civiles. También nueve iraquíes. En total, 28 víctimas. Los terroristas suicidas también murieron. Pronto se identificaría a Abu Zuber Al Saudi. Pero el otro, Belgacem Bellil, se había volatilizado. Su identidad sería una incógnita durante años. Sólo había un mechón de pelo (en unos restos irreconocibles). Su ADN era desconocido. La investigación chocaba una y otra vez contra un muro y las autoridades italianas se desquiciaban por encontrar respuesta ante la masacre de los suyos.
Interviene la Guardia Civil
Enero de 2006. Estalla en España la operación Chacal, que culmina con la detención de una veintena de personas acusadas de estar integradas en una célula yihadista en Vilanova i la Geltrú. Efectivamente, se trata de la misma célula de Belgacem. Entre los investigados -aunque no arrestado- figuraba Abdelbaki es Satty, el que terminaría siendo imán en Ripoll. La descoordinación y los errores de diversa índole culminaron con la puesta en libertad de todos los detenidos en 2011.
Más allá de los fallos que se pudieran cometer, la operación sirvió para que uno de los investigados confesase el viaje a Irak de Belgacem Bellil. La Guardia Civil, que todavía tenía el runrún del ataque de Nasiriyah, pidió a las autoridades italianas una muestra del ADN del terrorista. También pidieron a los familiares de éste que enviasen desde Argelia otra muestra con la que cotejar la anterior. El resultado fue positivo.
Dos años y medio después, la Guardia Civil resolvía el caso de la masacre de Nasiriyah. La historia se escribe con dos finales superpuestos y perfectamente compatibles. El primero habla sobre el camino que terminaría emprendiendo Abdelbaki es Satty, el imán que murió en la explosión de Alcanar y que conformó la célula de los atentados del 17-A. 16 víctimas mortales en los ataques de Cataluña. El segundo habla del eterno agradecimiento de las autoridades italianas a la Guardia Civil por poner nombre y rostro al asesino que tanto dolor les infligió.
[Más información: Emboscada en Latifiya: la masacre de siete espías españoles que cambió la historia del CNI]
Noticias relacionadas
- El juez Andreu pidió a los Mossos que no compartiesen con la policía sus pesquisas sobre el 17-A
- El juez procesa a los responsables del atentado de la Rambla de Barcelona
- Interior restituye al imán de Zuera que vinculó el 17-A a las misiones españolas en países árabes
- Emboscada en Latifiya: la masacre de siete espías españoles que cambió la historia del CNI