Salvaba vidas. Él lo sabía, y por eso expuso la suya propia. Francisco Jesús Aguilar se adentró en lo más profundo de la guerra cargado con las medicinas que había conseguido en Mostar. Caían granadas, llovían balas en ese amasijo retorcido que antes era una ciudad. El teniente asumió la posición más expuesta, en la escotilla del último vehículo del convoy militar. El disparo fue certero. Le alcanzó en el cuello y, a sus 28 años, le arrebató la vida. El militar, XLV promoción de la academia general, legionario, nunca supo que sus medicinas llegaron a buen puerto y salvaron a decenas de personas.
Año 1993. Francisco Jesús Aguilar se adentró en la guerra de Bosnia, pero dejó en Melilla una puerta abierta. Lo hizo al escribir "Te quiero" con sus propios dedos sobre la humedad de su ventana. Así, su mujer recordaría que, por encima de las balas y las trincheras bosnias, su corazón estaría con ella.
Sus amigos están convencidos de que pensaba en esas dos palabras cuando se puso el chaleco antifragmentos, su pistola y su CETME antes de adentrarse en Mostar para cumplir con su misión. Así lo refleja el teniente coronel Norberto Ruiz en el blog Cruzando el puente Tito, ilustrado por el dibujante Manuel Esteban. Era 13 de junio y Jesús dejó claras las instrucciones a sus legionarios: "Nos preparamos, salimos en media hora".
2.000 ataques con granadas
La misión, sobre el papel, podría parecer sencilla: recoger medicinas en el hospital croata de Mostar y llevarlas al musulmán, atestado de heridos bosniacos. Pero esas líneas no reflejan las tensiones de la guerra. Los médicos del primer centro habían accedido a regañadientes a la entrega de los fármacos a los militares españoles, tras mucho insistir. Y querían que hubiese periodistas para fotografiar el acto. Las calles, además, agonizaban entre explosiones y tiroteos constantes. Había días en los que se habían contabilizado hasta 2.000 ataques con granadas.
Con decisión -no había otro modo de arrojarse a Mostar-, el convoy compuesto por cuatro blindados del Ejército de Tierra español serpenteó entre las ruinas de la ciudad y alcanzó el hospital croata. El médico insistió en que quería a la prensa para inmortalizar la entrega de medicinas, pero ¿cómo llevar hasta allí a los periodistas bajo unas mínimas condiciones de seguridad? Los militares le convencieron de que su propio personal de información difundiría la fotografía. Sólo así consiguieron el ansiado material.
El puente Tito
Cada segundo contaba, les esperaban los heridos, y el convoy salió de nuevo a las calles. Un capitán abría la comitiva, otros dos vehículos le seguían y, cerrando, viajaba el teniente Aguilar. Era la posición más difícil. Porque el enemigo tarda unos segundos en reaccionar, ataca con menos fuerza a la vanguardia y vuelca su furia contra las últimas posiciones. Además, Jesús iba en la escotilla.
Cualquier atisbo de cordura se había esfumado en esa guerra que desangraba el país. Los militares españoles llevaban medicinas al hospital musulmán y los combatientes enemigos lo sabían. Aún así, les atacaban. Los vehículos recibían el impacto de las balas. Las gargantas se resentían entre el humo y el fuego del conflicto.
Llegaron al puente Tito, que atravesaba el río Neretva. El disparo le alcanzó de pleno en el cuello; procedía desde posiciones croatas. Allí perdió su último aliento. Los legionarios repelieron el ataque y, finalmente, lograron entregar las medicinas. Salvaron decenas de vidas con esa acción, pero pagaron un precio muy alto.
El teniente Francisco Jesús Aguilar fue condecorado con la cruz al mérito militar con distintivo rojo por su intervención.
A su mujer le quedaron las dos palabras escritas sobre el cristal de su ventana, que ella misma refrescó con su aliento y acarició con los dedos cuando se enteró de la muerte de su marido.
[También puede leer Teniente Monterde: el héroe español que evitó una masacre de croatas en la guerra de Bosnia].
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