Un avezado socialista, con muchas campañas a sus espaldas, lo pronosticó en julio. "Pedro Sánchez se arrepentirá de haber ido a elecciones". El resultado parece haberle dado la razón.
Para evaluar el éxito o el fracaso de unas elecciones puede compararse el resultado con el inmediatamente precedente o con el previsto por las expectativas, objetivos de campaña y sondeos electorales.
Si se toma el primer método de análisis, el PSOE sale del 10 de noviembre mucho peor de lo que entró. Ha perdido tres escaños, 750.159 votos y casi siete décimas en porcentaje, según el escrutinio al 100%. Sólo Ciudadanos perdió más votos desde abril. La culpa no puede echarse a la bajada de la participación, porque otros partidos suben y muy considerablemente en este contexto, como PP, Vox, Junts per Catalunya o EH Bildu.
La ventaja del PSOE sobre el PP, partido que se consolida como líder de la oposición, se ha reducido en 25 escaños. Sus aliados ideológicos naturales han bajado, sin excepción. El espacio de Unidas Podemos-Más País ha perdido cuatro diputados. Los socialistas pierden la mayoría absoluta en el Senado. Si se compara al PSOE del 11 de noviembre con el del 9 de noviembre, es evidente que está peor, tanto en cuanto a su peso específico como en relación a los demás.
Derrota frente a las expectativas
Si se repasan los objetivos de la campaña y las expectativas fijadas cuando España se encaminó a las urnas, el PSOE también sale muy malparado. Sánchez pidió ampliar su mayoría y ha encogido. Hay que recordar que, en julio, tras la investidura fallida, las encuestas pronosticaban que el PSOE podría alcanzar los 130 o 140 diputados. Desde ese momento, Sánchez no volvió a hacer esfuerzo alguno por llegar a un pacto y se limitó a pedir a los demás que desbloqueasen la situación. El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado el 29 de octubre, elevaba hasta los 150 la cifra de diputados posibles a pesar de que todos los institutos privados la rebajaba. El PSOE tampoco ha ganado a las encuestas. Al contrario.
En el nuevo Congreso hay más derecha que antes. Si PP, Ciudadanos y Vox sumaban hasta ahora 147, desde este 10 de noviembre reúnen a 150. Si hasta ahora PSOE, Unidas Podemos y Compromís sumaban 166, ahora sus espacios alcanzan sólo 158. Menos izquierda.
La estrategia del PSOE pasaba, en parte, por un giro al centro y más dureza sobre Cataluña para así atraer a votantes moderados de Ciudadanos. Los datos indican que ese trasvase soñado no fue una buena idea. Ni siquiera en Cataluña, donde Ciudadanos se hunde y el PSC pierde 170.000 votos mientras PP y Vox suben otro tanto.
Sánchez reivindicó no depender de los partidos que defienden la autodeterminación y resulta que son más y más radicales que antes de las elecciones. Y son esos partidos los que tendrían que dar su visto bueno, por la vía del apoyo o de la abstención a un pacto con Unidas Podemos.
Más extremismos que antes
La suma de los independentistas catalanes ha pasado de 22 a 23 escaños. Dos de ellos son de la CUP, formación antisistema que llega al Congreso con el único objetivo de torpedear cualquier Gobierno, también uno socialista. ERC, que se abstuvo en la investidura fallida y estaba dispuesto a hacerlo en septiembre, ha perdido dos mientras que Junts per Catalunya, que votó "no", sube uno. Además, EH Bildu ha pasado de cuatro a cinco diputados y podría disponer de un grupo parlamentario propio en el Congreso. El BNG retorna al Congreso con un diputado por A Coruña.
El viernes, en el cierre de campaña, Sánchez pidió el voto para "frenar a los franquistas" de Vox. Su número dos, Adriana Lastra, los llamó a voz en grito en un mitin "fascistas". Uno de los objetivos del PSOE era frenar a la ultraderecha. Pues bien, ha pasado de 24 a 52 diputados, sumando más de 950.000 votos que no tenía en unas elecciones de participación a la baja. En España hay tras el 10 de noviembre más partidos que votan por opciones extremas. Y ese voto se traduce en escaños en el Congreso. No puede decirse que el PSOE haya frenado gran cosa en las urnas.
Así las cosas, el objetivo de un "Gobierno progresista", que Sánchez volvió a prometer este domingo, parece más difícil que nunca. El líder del PSOE tiene a su favor, sin embargo, que el miedo que puedan tener otros partidos a unas terceras elecciones le facilite la investidura. ¿Salvado por la campana?
Noche electoral extraña
La noche electoral en Ferraz fue mucho más fría que la del 28 de abril. Entonces, el PSOE pasó de 85 a 123 escaños y reinó la euforia, las fiestas en discotecas de la capital y la confianza en que Pedro Sánchez lograría la investidura. Nadie se planteaba otra cosa y en Ferraz sólo se fijó un límite, a voz en grito: "¡Con Rivera, no!"
Este domingo, la alegría era impostada, obligada, oficialista. En la calle Ferraz había mucha menos gente y, desde luego, no un grito unánime. Si acaso el "¡Hemos ganado, dejadnos gobernar!". No se cantó la Internacional a voz en grito y con lágrimas en los ojos, como hicieron muchos militantes en abril, contentos de ganar de nuevo unas elecciones, por primera vez desde 2008.
Las caras del 10-N fueron de póker mientras el partido repartía banderas del PSOE, de España y de Europa. Ni rastro de una bandera republicana. Si se hubiera cambiado la bandera socialista por una naranja, podría haber parecido una celebración de Ciudadanos. Sólo una versión del himno del PSOE a ritmo maquinero parecía conectar a los asistentes con la socialdemocracia. Sánchez forzó la sonrisa. Su esposa, Begoña Gómez, mucho más. A José Luis Ábalos y a Carmen Calvo les salía con dificultad. Sánchez quería hablar y se puso nervioso porque le interrumpían: "por favor, por favor, por favor..." pedía mientras trataba de dar punto y final a su discurso, supuestamente de victoria.
La celebración grotesca
Minutos antes se había vivido una escena grotesca. El balcón para que Sánchez saliese a saludar se montó al final de la noche. Hasta ese momento, la 'celebración' de los resultados iba a ser en la gran sala del sótano, de nombre Ramón Rubial, donde se celebran las Ejecutivas del partido y tradicionalmente los Comités Federales.
Todos los cargos del PSOE y del Gobierno que estaban en Ferraz se dirigieron allí, junto a muchos militantes, asesores del Ejecutivo y trabajadores del partido. Esperando a que llegase Sánchez, ministros como Dolores Delgado, Josep Borrell, Magdalena Valerio o Pedro Duque se colocaron detrás del estrado donde supuestamente iba a comparecer el candidato socialista. Sonaban canciones como Cayetano, de Carolina Durante, cuya letra, ("Todos mis amigos se llaman Cayetano. No votan al PP, ¡votan a Ciudadanos!") sirvió para mofarse del descalabro de Albert Rivera. Se coreó con fuerza y júbilo.
También sonó Girls just wanna have fun, de Cindy Lauper. "¡Temazo!", se escuchó en el público. Josep Borrell se abrazó a María Jesús Montero, ministra de Hacienda, en presencia de Iratxe García, portavoz en la Eurocámara. Delgado era de las que bailaban, junto a otros, como el diputado por Sevilla Alfonso Rodríguez Gómez de Celis o el secretario de Estado para el Avance Digital, Francisco Polo. Nadie quería dejar de ocupar un lugar en torno al líder, al que se esperaba de un momento a otro. Nadia Calviño también celebraba con palmas los resultados. Todos ellos, expuestos de frente ante una militancia donde muchos se abrazaban, se felicitaban por la victoria, mientras comentaban la más que discreta entrada de Íñigo Errejón y Más País o el hundimiento naranja. Durante unos minutos, probablemente más por obligación que por devoción, en el PSOE todo iba bien. Habían ganado. O no. Nadie parecía estar arrepentido de nada.