El asesinato, en la mayoría de los crímenes de ETA, no es más que el principio de una historia que se vive entre las cuatro paredes de una casa. La soledad, la impotencia, el vacío y las dudas. Muchos 'por qué' sin respuesta. Una espiral... a la que los terroristas pretendían dar un nuevo giro: matar a los que lloraban a sus muertos.
Hacerlo en el cementerio. Abrir fuego con un rifle de precisión Thompson con mira telescópica. El etarra Javier Pérez Aldunate había anotado en un papel el nombre y la fecha del asesinato de Gregorio Ordóñez, cuyo crimen cumplirá 25 años este 23 de enero.
Los asistentes a los homenajes en memoria del dirigente popular, asesinado por unos pistoleros mientras comía en un restaurante, recuerdan "las fuertes medidas de seguridad" que reforzaban el camposanto. Ese despliegue policial correspondía a un temor: que ETA matase a los asistentes.
¿Por qué los terroristas se habían marcado ese objetivo? Gregorio Ordóñez era un bastión. Antes y después de ser asesinado. Ingresó en las filas populares en los años duros -los más duros-, aquellos en los que los asesinatos se acumulaban en las portadas de los periódicos. Sólo por entrar en las listas, sabía que dibujaban una diana sobre él.
El crimen
No se cortaba en sus discursos. Criticaba la connivencia de ciertos partidos políticos hacia el terrorismo de ETA. Lo hacía desde la tribuna del Parlamento Vasco y también desde el Ayuntamiento de San Sebastián. El 23 de enero de 1995, hace 25 años, entraron en el restaurante en el que comía y le descerrajaron varios disparos. La Cepa, en el Casco Viejo de la ciudad. Dejó una viuda y un hijo de corta edad.
María San Gil y otros compañeros del PP en el Ayuntamiento donostiarra presenciaron la escena. No se pudo hacer nada por salvar la vida de Goyo, como le llamaban sus más allegados; los mismos que le asistieron en su último estertor.
No fue un punto final, más bien la primera página de una historia difícil de narrar. La de dolor su viuda, Ana Iribar, y de cómo su hijo Javier creció sin su presencia. La del clamor de libertad; porque el asesinato de Ordóñez marcó un antes y un después en la sociedad española. Un torrente que terminaría por estallar con el secuestro y asesinato, dos años después, de Miguel Ángel Blanco.
El cementerio de Polloe
Y también la historia de las profanaciones de su tumba. Hubo quienes no se contentaron con el asesinato. Pedían más. La placa de Gregorio Ordóñez, en el cementerio de Polloe (San Sebastián), sufría los ataques del entorno de la banda.
El mismo cementerio en el que cada año, en el aniversario del crimen, se congregaba un puñado de familiares, amigos y dirigentes políticos -no eran pocos los que iban escoltados- para honrar la memoria de Gregorio Ordóñez. En la mente de los terroristas, aquel era el escenario idóneo para asesinar.
Viajamos hasta Basauri (Vizcaya). Es 11 de febrero de 2005 y la Guardia Civil explota un operativo contra un comando de ETA. El detenido es Javier Pérez Aldunate, un liberado de la banda. O lo que es lo mismo, pagado a sueldo por la organización para dedicarse en exclusiva a sus quehaceres terroristas.
Al etarra se le incauta un rifle de precisión Thompson con mira telescópica y una pistola, según detalla el libro Historia de un desafío, de Manuel Sánchez y Manuela Simón (ediciones Península). Entre la documentación intervenida figuran anotaciones sobre objetivos contra los que atentar.
"Anoté el nombre y la fecha en la que fueron asesinados Miguel Ángel Blanco, Fernando Buesa y Gregorio Ordóñez para poder atentar a la entrada o salida de algún cementerio en la celebración de los actos de aniversario", declararía ante los agentes del Instituto Armado.
Puede que el nombre de Javier Pérez Aldunate sea conocido para el lector. Se trata del mismo terrorista que había planeado atentar contra Juan Carlos I en Palma de Mallorca, también con un rifle de mira telescópica.
La memoria de 'Goyo'
Han pasado 25 años del crimen. Aldunate está entre rejas, pero los actos en homenaje a Goyo se suceden. Este jueves, 23 de enero, el Palacio de Miramar de San Sebastián acoge la inauguración de la exposición Gregorio Ordóñez: la vida posible. Ana Iribar acompañará a los asistentes en el recorrido fotográfico, que muestra la trayectoria de su marido.
En una entrevista en El Correo publicada este viernes, Iribar cuenta que sostenía a su hijo Javier en brazos cuando se enteró de la noticia del asesinato: "Le pedí a mi hermana que se lo llevara, no me atrevía ni a mirarle ni a tocarle, no quería transmitirle el horror que sentía en mis entrañas".
En la misma entrevista, Ana Iribar lamenta el "abandono institucional" que sufren quienes han sufrido las embestidas de los terroristas.
Pero también recuerda con emoción la camisa de rayas que Goyo llevaba puesta el día que lo conoció, en julio de 1981: "...Cierro los ojos y es que le estoy viendo".