En octubre de 2011 la banda terrorista ETA puso fin a cuatro décadas de violencia y terror que ocasionaron 857 víctimas mortales, además de aquellos que fueron señalados, amenazados, perseguidos, extorsionados o secuestrados. Han pasado ya casi ocho años desde el cese definitivo de la actividad armada por parte de quienes sembraron tanto miedo y dolor en nuestro país, y sin embargo, en la actualidad, apenas quedan escasos vestigios de la unión social contra la banda terrorista, pocos recuerdos por parte de una sociedad acostumbrada a vivir el presente y a olvidar el pasado.
La realidad en cuanto a ETA y al daño irreversible provocado durante décadas es bien distinta en España. A la inmensa mayoría de la sociedad vasca y española poco le dice ya que se hable de la dignidad y de la memoria de las víctimas. Poco interesa que siga habiendo cerca de 300 asesinatos sin resolver o que de manera constante se reproduzcan homenajes a etarras que salen de prisión. Mayoría en la que obviamente no están todos aquellos que tuvieron que sufrir y padecer las consecuencias de la violencia terrorista en primera línea. (Mi admiración y reconocimiento a las distintas asociaciones de víctimas como la FVT, la AVT, o las Fundaciones Gregorio Ordoñez, Fernando Buesa o Miguel Ángel Blanco, entre otras).
Es frecuente en una parte importante de la sociedad española en general y vasca en particular, el discurso basado en la insistencia de dejar de machacar el pasado y mirar hacia delante, olvidarlo, o al menos darle escasa importancia. Y ello es fruto de la existencia de dos clases de personas: los nostálgicos, que no tardan ni medio segundo en rememorar vivencias, agradables o no, de años o décadas atrás; y los que viven el día a día, miran al futuro y no se molestan, ni siquiera por necesidad o solidaridad, en echar la vista atrás. Cada forma de ser y de comportarse tiene, como todo en la vida, sus ventajas e inconvenientes. Es evidente también que los primeros tienen menos cabida en la sociedad actual que los segundos, y todo esto afecta de manera directa al tema que nos incumbe: el recordatorio y memoria por las víctimas del terrorismo.
Dada mi edad, 29 años, apenas he vivido lo que supuso para los españoles tanto sufrimiento y tanta sangre inocente vertida en vano. Cuando nací, ETA ya contaba con casi tres décadas de violencia a sus espaldas y ya había instaurado hacía algún tiempo un clima asfixiante e irrespirable en las calles del País Vasco. Clima que encontraría su punto más álgido años después con la puesta en escena de los cachorros de ETA, la denominada kale borroka.
Cada concejal de pueblo o cada guardia civil o policía que defendía la democracia y la libertad son nuestros héroes
Muchos me preguntan o se sorprenden del porqué de mi persistente interés por reclamar memoria y no olvidar a los verdaderos héroes de nuestro país. Porque sí, todos aquellos que se dejaron la vida, heridas o libertades por el camino, son nuestros héroes. Cada concejal de pueblo o cada guardia civil o policía que defendía la democracia y la libertad en el peor momento y en el peor lugar posible para hacerlo, son los mártires de nuestra joven democracia.
Todo este compromiso e interés, adquirido hace ya unos años, no se debe a vivencias ni experiencias traumáticas. Bien, por no haber presenciado, o bien por no recordar haberlo hecho, como ciudadano de este país, atentados como el de Hipercor, el de la Casa Cuartel de Vic o el secuestro de Ortega Lara, entre tantos otros. Todo es debido a la incesante información leída y vista a través de esta herramienta tan poderosa como es internet.
Seguramente no estaría escribiendo estas palabras si la historia de plomo y sangre que arrasó a nuestro país hubiese ocurrido hace setenta u ochenta años o si hubiese acaecido siglos atrás. Tampoco de ocurrir en el presente, donde uno lo vive en directo y el factor de la memoria no entra en juego. Lo que me impactó y me sobrecogió sobremanera fue el simple hecho de saber que mientras yo contaba con algunos años de vida y con pleno uso de razón, ETA asesinaba a través de bombas y tiros en la nuca a todo aquel que no pensara como ellos.
No sabría concretar cuál fue el primer atentado que recuerdo, pero inevitablemente me conmuevo al pensar que mientras me bañaba en mi querida playa de Berria, como una tarde más de un verano más de mi infancia, un chico joven e inocente era secuestrado y posteriormente asesinado delante de todo un país por querer defender su libertad y la de todos nosotros. Como a cualquier persona, cientos de recuerdos se me vienen a la cabeza de mis veranos de infancia y adolescencia en tierras cántabras. En aquellos años, en España y especialmente el País Vasco se vivía una realidad paralela de sangre, sudor y lágrimas, que un niño apenas alcanzaba a conocer.
Tratemos de evitar que algunos vuelvan a inocular el odio, que vuelvan a inyectar ese veneno en las nuevas generaciones
Las víctimas del terrorismo merecen todo nuestro reconocimiento y solidaridad. Muchos familiares y amigos de víctimas tuvieron que vivir durante años con una doble condena: la de perder a un ser querido, y la de tener que soportar la indiferencia, cuando no el rechazo público, de aquellos que apoyaban la violencia.
Y es que no hay nada más importante para una sociedad que luchar por la libertad y la paz contra todo tipo de regímenes totalitarios y supremacistas y reconocer a sus héroes como lo que fueron, personas inocentes que lucharon por conseguir una sociedad más justa y en libertad.
Es por todo esto, por el recuerdo, la memoria y la dignidad de las víctimas, por lo que pido desde aquí un esfuerzo de la sociedad española por no olvidar a los que durante años, no tan lejanos, lucharon para que hoy viviésemos mejor. Tanto a los que lo sufrieron o lo presenciaron, como a los que no.
Tratemos de evitar que algunos vuelvan a inocular el odio que tanto daño causó, que vuelvan a inyectar ese veneno en las nuevas generaciones. Tratemos, en definitiva, de lograr una sociedad que luche por la justicia y la dignidad de aquellos que tanto sufrieron, una sociedad con memoria. Es nuestro deber como sociedad, el deber de recordar.
*** Jaime González Castrillo es graduado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos, y opositor a la Administración General del Estado.