Hasta hace unos días, había tres preguntas que desolaban a la humanidad: quién mató a Kennedy, qué hay después de la muerte y dónde está el ministro de Universidades, Manuel Castells (Hellín, 1942). Pero desde este jueves sólo quedan dos incógnitas. Castells ha aparecido, por fin, en rueda de prensa. Y la luz se hizo. ¿Por qué ha tardado tanto? Porque en su recuerdo aún palpitan el cáncer, los infartos, esas veces en las que la vida se le acababa, y el coronavirus asoma rampante cada vez que ahora sale de su casa, una vivienda en Madrid que le ha cedido el Estado. Por eso sale lo menos que puede.
Desde que fue nombrado ministro de Universidades del Gobierno de Pedro Sánchez el pasado mes de enero, Manuel Castells no había ofrecido ni una sola rueda de prensa. Sus apariciones públicas iban con cuentagotas. A raíz de la crisis del coronavirus iba a comparecer el pasado 17 de abril junto a Isabel Celaá (ministra de Educación) y Pedro Duque (titular de Ciencia), pero en el último minuto cancelaba. Mientras, las críticas en el sector universitario iban escalando. No sabían qué iba a pasar con las tasas, con los exámenes; en definitiva, no sabían en qué estaba trabajando el Ministerio y el ministro no aparecía por ningún lado. Sólo lo vieron reunirse con Felipe VI, antiguo alumno suyo, el pasado día 16, pero después de nuevo el silencio. Finalmente, ante ese malestar, no le ha quedado otro remedio que salir.
Según ha trasladado el círculo cercano de Castells a EL ESPAÑOL, el motivo de su ausencia tiene dos aristas principales. Por un lado, no es dado a las apariciones públicas. No le gustan. Y punto. Pero, por otro, le preocupa mucho su salud y quiere jugársela lo menos posible. El ministro tiene 78 años, está ya de vuelta de todo, pero tiene patologías previas que le complicarían una infección. En 1993 le diagnosticaron un cáncer de riñón. Se lo extirparon pero, entonces, le dieron tres años de vida que ha prorrogado notablemente. También ha sufrido algunos infartos. Y, así, Castells ha seguido recluido en su casa a pesar de las críticas temeroso de que, si se contagia del coronavirus como varios de sus compañeros de Gobierno, él podría no volver para contarlo. Ya había tentado muchas veces, no quiere tentar más. Desde el Ministerio, sin embargo, niegan que su ausencia se trate de eso.
“Él está viviendo esta situación con una preocupación importante”, comenta a este diario un amigo cercano que ha pedido permanecer en el anonimato. “Pero hay un dato, este señor tiene bastante edad, 78 años, y tuvo un cáncer, que superó porque se cuidó maravillosamente, pero esto ha influido en todo esto”, añade. La conversación tiene lugar el jueves por la mañana, antes de que se sepa que Castells fuera a comparecer esa misma tarde.
“Está muy activo, trabajando con las universidades y la gente y me consta que están muy contentos con él”, dice el amigo. “Además está en varias comisiones gubernamentales poco conocidas, como la de la España Vaciada, en las que sigue trabajando”, comenta. “Pero, por ejemplo, cuando tiene que ir a su despacho en el Ministerio redobla las precauciones. Al final, es un señor que es población de riesgo absoluta para la enfermedad”, dice. Prueba de ello es que en la rueda de prensa que iba a dar junto a Duque y Celaá y que finalmente canceló iba a intervenir desde su casa, no desde Moncloa como el resto. Al final, el coronavirus es más letal con los hombres mayores de 75 años, según un estudio que ha publicado este diario.
Pero la situación en Universidades se ha acabado haciendo insostenible en los últimos días. Desde Moncloa había cierto descontento con su ausentismo, también desde su ala, la de Unidas Podemos. Y ha aparecido este jueves. Y vaya cómo lo ha hecho. Al principio institucional, luego ya ha ido apoyándose en el atril y soltando frases célebres: “(...) depende de que el mundo no se hunda definitivamente (...) si no se pudiera, vamos a inventar cosas a ver cómo se hace (...) por cierto, consejo, queridos estudiantes, no dejéis nunca los materiales ni ordenadores, que nunca se sabe lo que va a pasar (...) uno, cuando es ministro, se da cuenta de todas las fuerzas del mal que hay por ahí y hay que adaptarse”. Castells dixit.
El cáncer y los infartos
Manuel Castells nació en la localidad albaceteña de Hellín, en 1942. Aunque de origen catalán, sus padres eran ambos funcionarios de Hacienda que acabaron destinados ahí. Pero él guarda poca relación con el pueblo, que abandonó muy joven cuando se fue a la Universidad de Barcelona. Prueba de su escasa vinculación con Hellín es que, según ha podido saber este diario, el alcalde de la localidad, el socialista Ramón García Rodríguez, le envió una carta a Castells para felicitarle por su nombramiento como ministro y éste todavía ni ha respondido.
Tras abandonar Albacete, su vida es digna de biografía de personajes ilustres. En su juventud militó en el grupo comunista Bandera Roja, abandonó Barcelona por sus tensiones con el franquismo y en 1962 acabó en la Universidad de París. Su novia de aquel entonces, de 18 años, se escapó con él a la capital gala. Ahí tuvo a su hija Nuria, que ahora es una alta funcionaria de la ONU y reside en Ginebra.
En París estudió Sociología con Alain Touraine y se convirtió, a los 24 años, en el profesor más joven de dicha universidad. Pero más tarde le despidieron porque desde sus clases el ahora celebérrimo Daniel Cohn-Bendit alentó las protestas de mayo de 1968. Después, acabó en Estados Unidos, donde ha desarrollado gran parte de su vida, y pasó como profesor de las grandes universidades del país: el Instituto de Tecnología de Massachussets, la Universidad de Berkeley, además de otras europeas como Oxford y Cambridge. Es, dicen, el quinto autor más citado del mundo en el ámbito de las ciencias sociales.
Pero esa trayectoria estelar casi se ve interrumpida en 1993, cuando Castells tenía ya 51 años. En esa misma fecha se acababa de casar con su actual mujer, la rusa Emma Kiselyova, y estaba empezando a preparar la que sería su obra maestra, la trilogía La era de la información: economía, sociedad y cultura. En medio de ese frenesí intelectual y felicidad sentimental, a Manuel Castells le diagnosticaron un cáncer de riñón. Le dieron tres años de vida. Su preocupación era no acabar la trilogía a tiempo.
Y le fue pasando el tiempo, como de prestado, mientras escribía su obra y luchaba contra la enfermedad. Y aunque hubo momentos de esperanza, en 1996 el cáncer golpeó duramente de nuevo y la pareja decidió que había que publicar la trilogía aunque estuviera inacabada. El cronómetro iba en contra y sentían que lo que hacían era importante. Pero, por cosas de la providencia, le extirparon el riñón y se acabó curando y acabó publicando la obra entre 1996 y 1998. Su pálpito inicial era correcto: La era de la información: economía, sociedad y cultura se ha traducido a 23 idiomas.
Toda esta etapa, a la que hay que sumar algunos infartos del corazón que ha sufrido posteriormente, se le venía estos días a Manuel Castells cuando le hablaban de salir de casa, de enfrentarse al coronavirus para dar una rueda de prensa. Toda precaución es poca. Ya antes de que empezara la crisis, al poco de convertirse en ministro, varias voces del sector universitario criticaban que su salud era frágil y que temían que se tomara el Ministerio como una especie de hobby, algo de pasada en lo que no involucrarse demasiado. Con su desaparición de los focos, todos esos temores volvían a aflorar.
Su otra desaparición
Sin embargo, esta no es la primera vez que Manuel Castells desaparece del mapa sin que nadie sepa nada de él. Ya pasó a finales de enero, al poco de ser nombrado ministro. Para contextualizar, hay que recordar que el Ministerio de Ciencia y Universidades se acababa de dividir en dos, que este último no tenía la estructura creada ni los nombramientos y que hacía falta la creación de un órgano coordinador entre ambos ministerios que debía formarse, como plazo máximo, a finales de marzo y del que aún no se sabe nada. Unos días antes, Castells ya había dejado la impronta de su sello particular cuando dijo que estaba en contra de separar los ministerios y cuando, llegando por primera vez a La Moncloa, levantó la cartera ministerial que portaba y espetó que “está vacía”.
Con esas, a finales de enero, sin nombramientos en su Ministerio, sin renovación de equipos, Manuel Castells se fue 10 días de viaje personal a Estados Unidos. Esta decisión, estrictamente personal, generó también malestar en el seno del Gobierno y de su organización, ya que no es sólo que no se hubiera hecho, sino que era prácticamente imposible hablar con él por la distancia en la que se hallaba. Mientras, los quehaceres se iban acumulando encima de la mesa.
Cuando EL ESPAÑOL ha preguntado a su entorno cercano por este episodio, cuentan los suyos que, como el nombramiento se hizo prácticamente de la noche a la mañana, Castells tenía muchas cosas pendientes que cerrar en Estados Unidos, donde residía a caballo entre Barcelona. “Ese viaje no fue por ocio. Tuvo que ir, porque fue todo muy repentino, a temas casi burocráticos. Puso en alquiler su casa en Los Angeles y fue a cerrar todos los frentes que tenía abiertos con la Annenberg School for Communication and Journalism”, comenta un amigo.
Como diría Mariano Rajoy de la cerámica de Talavera, la casa de Manuel Castells en Los Angeles no es cosa menor. Antes de ser ministro, en septiembre de 2017, Castells compró una exclusiva casa en una parcela de 447 metros cuadrados y valorada en nada menos que 2,2, millones de euros. La vivienda está ubicada en el barrio Pacific Palisades, uno de los vecindarios más ricos de Estados Unidos, en el que residen personajes como los actores Ben Affleck y Matt Damon y el exactor venido a político Arnold Schwarzenegger. Y, más allá del detalle, esa casa tiene un significado hoy en día para la política española.
Después de ser defenestrado por su propio PSOE, en 2016, Pedro Sánchez dejó su acta de diputado y se fue con su familia de viaje a California “para reencontrarse”, según relata el propio Castells en su libro Ruptura. “Pedro Sánchez, conocedor de mi experiencia e interés por el socialismo español, tuvo la idea de que charláramos sobre lo que había sucedido y lo que podría suceder”, sigue, y ahí, paseando por la playa, el ahora presidente del Gobierno le preguntó qué debía hacer. “Yo , que tengo una debilidad romántica por las causas perdidas, como bien saben mis amigos, le animé a que no se rindiera. Porque si lo hacía era el fin del PSOE”, redacta el ministro, antes de serlo. El resto, ya se sabe.
Su búnker blanco
Ahora, esos atardeceres californianos ya quedan lejos. La casa en Los Angeles estará habitada por sus nuevos inquilinos y Castells se encuentra recluido en Madrid, lejos de su familia que está en Barcelona, en un piso de propiedad Estatal que le han habilitado. Poco después de ser nombrado ministro, Castells le dijo a Pedro Sánchez que los alquileres en Madrid estaban por las nubes y que a ver si le buscaba una solución habitacional. Dicho y hecho.
Según han confirmado a este diario fuentes del Ministerio de Universidades, el ministro se encuentra viviendo en unas instalaciones propiedad de Patrimonio Nacional que han sido cedidas a su cartera para que las pueda usar. Se trata de un inmueble que cuenta con sala de reuniones, despacho y vivienda. Es una medida habitual para aquellos ministros que, antes de ser nombrados, residían fuera de la capital. No es el único que usa una vivienda así, Carmen Calvo también lo hace, ni es el único que la ha usado, Juan Ignacio Zoido e Íñigo de la Serna, de la época Rajoy, también usaron este tipo de viviendas cuando fueron ministros de Interior y Fomento respectivamente.
Ahí pasa sus días Manuel Castells, en una especie de búnker de paredes blancas apenas sin adornos librándose día a día del coronavirus. Pero trabaja. Este diario ha consultado con rectores, asociaciones de estudiantes y Consejerías de varias comunidades autónomas que en las últimas semanas se han ido reuniendo con él y la sensación es la misma. Aunque delega las reuniones más técnicas para otros cargos inferiores, es asiduo a conectarse vía videoconferencia para discutir los temas. Además, mantiene un perfil de continua escucha, a la mayoría de las propuestas responde que se estudiarán y muchas de ellas se ven después incluidas en los comunicados del Ministerio.
Esas reuniones siempre las atiende, además, desde el mismo sitio. Se trata de una especie de despacho pequeño, de paredes blancas inmaculadas, como recién pintadas, con un pequeño armario empotrado y sin ni un solo motivo decorativo, sin cuadros ni nada por el estilo, sobrio a más no poder. A él tampoco es que le apasione el exceso ornamental; cuando fue a reunirse con Felipe VI, o en su única y ya famosa rueda de prensa, Castells no llevaba ni un apunte ni una carpeta ni nada.
“Con nosotros sí que ha mantenido reuniones y notamos que desde el Ministerio están preocupados por la situación”, comentan desde una asociación de estudiantes, el jueves, a pocas horas de que compareciera Castells. “Pero, eso, falta que comparezca para dar explicaciones y guiar y contar qué se está desarrollando. Porque a la mayoría de los estudiantes que no le ven como nosotros, que no salga no tranquiliza”, añade. “Debería adoptar un perfil parecido al de Isabel Celaá, que deja mucho más claro lo que está pasando y en qué está trabajando su departamento”, comenta.
Ante esta situación, escalando cada vez más a medida que pasaban los días, no quedaba otra, Castells tenía que salir de su búnker de paredes blancas y enfrentarse a sus fantasmas. En La Moncloa, donde el número de contagios por coronavirus es considerable, no debió sentirse muy a gusto. Pero tampoco quedaba otra. Y en cuanto abrió la boca comenzó una de las ruedas de prensa más particulares de las que ha dejado esta crisis.
El problema, más allá de los chascarrillos de hombre brillante pero campechano, es que concretó más bien poco, prorrogando la tranquilidad de los estudiantes. Sigue sin saberse nada de las becas, de los precios de las matrículas, del resto de tasas, de si los alumnos podrán volver a sus residencias para recoger su material, etcétera. Eso, ya, para la segunda rueda de prensa, si es que la hay.